Una noche de los primeros días de noviembre del año 2000 viajé de Xalapa a Córdoba y, siendo ya de madrugada, entré por Peñuela en mi modesto vocho. No había ni un alma en la oscura calle del pueblo. Divisé una patrulla a la distancia, la alcancé y me le emparejé:
--Oficial, voy a Córdoba y al parecer me perdí, ¿puede orientarme? --le dije al patrullero.
Me preguntó de dónde venía y mi nombre. Me identifiqué de volada y, rápido, respondió:
--Sí, ya lo reconocí. También soy de Xalapa --dijo amablemente el copiloto.
Me escoltaron hasta el céntrico hotel donde me hospedaría. Les entregué una propina que no querían aceptar. Me sacaron de un apuro, porque hacía años que no iba a Córdoba y me confundí en la oscuridad.
Al día siguiente tomé posesión de la dirección del periódico El Sol de Córdoba, el cual en aquel tiempo se llamaba El Sol del Centro. Le cambié de nombre.
Esto ocurrió hace 23 años, cuando todavía se confiaba en la policía y se le respetaba. Hoy mucha gente siente pavor si se encuentra con una patrulla y más y si es en algún lugar solitario.
Hay quienes afirman que muchos policías están coludidos con la delincuencia y que son igual o más peligrosos que los criminales.
Esperemos que el próximo gobierno, encabezado por Yunes o Nahle, resuelva el problema de la inseguridad y erradique la corrupción en los cuerpos policiales.
La sociedad demanda seguridad. Desea que los policías sean dignos y eficientes servidores públicos.
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