Voté tres veces por Andrés Manuel López Obrador. En 2006, 2012 y 2018. Discutí con familiares y amigos. Recibí mil y una críticas por apoyarlo. Me lo presentó Dante Delgado en Córdoba y desde entonces supuse que era el indicado para la presidencia, el más honorable, el único capaz de combatir la corrupción. Más de 30 millones de mexicanos pensaron igual que yo.
Me resistía a reconocer mi error. Muchos de quienes votaron por él se han arrepentido. Algunos continúan otorgándole el beneficio de la duda y no faltan los que le creen ciegamente a pesar de que cada mañana miente una y otra vez, ataca a quienes se atreven a pensar diferente, ofende a los disidentes y a veces a sus propios simpatizantes. Arrasa parejo. Humilla al ejército, critica a las instituciones, se mofa de mujeres y hombres que levantan la voz.
No ha podido paliar el creciente problema de la inseguridad. No ha dado resultados en materia de salud ni en el combate a la pobreza. No hay empleo. La economía no crece. Ocupa horas y horas en las conferencias mañaneras para denostar y arrojar culpas a conservadores, neoliberales y fifís.
Está anclado en el pasado y actúa como abuelo regañón donde el único que tiene la razón es él.
¿Qué extraña metamorfosis ha experimentado que en vez de conducirse como estadista parece un mesiánico pastor religioso?
Sus detractores lo critican a ultranza, predicen y le desean lo peor. Sus partidarios lo defienden aunque cada vez con menos pasión y convicciones.
Habla de eventuales golpes de estado en su contra, se enreda y contradice sus propias declaraciones. No sale de un conflicto y se mete en otro laberinto, como la cancelación del aeropuerto, la venta y rifa del avión presidencial, la liberación de Ovidio Guzmán, el rudo trato a migrantes por petición directa de Donald Trump, la desaparición del seguro popular, el desabasto de medicamentos, la misoginia y notoria irritación ante las legítimas protestas de mujeres por la inseguridad, los feminicidios, etcétera.
La corrupción tampoco ha disminuido. Los programas sociales no llegan completos. Adultos mayores y jóvenes becarios son inscritos y firman pero no todos reciben los apoyos. Grandes tajadas quedan en manos de servidores públicos deshonestos.
El presidente López Obrador no es corrupto, pero no ha podido ni es capaz de frenar la corrupción.
Ascendió a su nivel de incompetencia. Lo alcanzó el principio de Peter. |
|