Con solidaridad y respeto a Cuitláhuac García Jiménez, Eric Patrocinio Cisneros Burgos, Ricardo AhuedBardahuil y Rafael Hernández Villalpando El desorden incómoda, no poder predecir el futuro nos desespera, no anticipar el mañana puede enloquecernos. Por eso, cuando iniciamos cada año, la mayoría, por razones de salud mental, tenemos que asumir que el año entrante será mejor que el saliente. De lo contrario ¿cómo despertaríamos cada mañana? Pero les tengo que advertir que 2019 será caótico políticamente, pero, a diferencia de otros inicio de años iniciamos con esperanza. Albert Einstein dijo: "Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados". La clase política obviamente vivió décadas de ciclos de locuras, se aferró al poder usando las viejas mañanas. Comportándose en los últimos 20 años exactamente de la misma forma, cometiendo los mismos errores y sí, continuando con la cultura del agandalle: pensaron que no habría consecuencias de promover políticas injustas, beneficiarse a costa del pueblo y sin preocuparse por la prosperidad del país, especialmente de los más desprotegidos y los más pobres. Andrés Manuel López Obrador entendió esta justificada ira del electorado que lo impulso al poder. La esperanza que se vive en 2019 es que, por lo menos busca cambios radicales a la forma de gobernar. Ante la desigualdad y la inseguridad que se viven en el país, por más que incomode muchos, tener cambios dramáticos en 2019 se equipara a esperanza, ya que las cosas no pueden empeorar, ¿verdad? Todo depende si AMLO presidirá un sexenio de " disrupción". En este espacio en los últimos años hemos analizado el concepto del término en inglés de "disruptors". Se les llama disruptores a aquellos que rompen paradigmas, son innovadores, buscando ser más competitivos. Generalmente está vinculado a una nueva clase empresarial que busca construir. Pero, como subrayamos hace más de un año, " la política, disrupción se está traduciendo en destrucción de las democracias. Hace varios años les describí como " en el caso de los disruptores, en la política, es que tienen mucha más credibilidad que las instituciones, medios de comunicación, clase política, datos científicos y cuantificables. El descrédito del estatus quo es lo que les da poder y credibilidad. López Obrador es un presidente "disruptor", tendrá una visión clara de que reemplazará el actual paradigma de gobernabilidad en México. Si no tiene claridad de cuáles serán los impactos de los extraordinarios poderes que le dio el electorado, y no ha anticipado cómo las reformas que está promoviendo cambiarán a México, entonces su sexenio será caótico. Si la historia de los conceptos básicos de economía, finanzas, políticas industriales y de reducción de pobreza nos sirven de alguna referencia, podríamos asumir qué será un mal gobierno. Hay una pregunta fundamental que no han podido responder: ¿porqué su gobierno será menos corrupto y más productivo, especialmente ante la dramática reducción de salarios y de personal? Personalmente, no creo que López Obrador sea un presidente destructor. Lo que preocupa es su equipo y la capacidad que tenga de traducir su visión del futuro de México, aterrizarla y que no resulte un rotundo fracaso.
Hay un aspecto injusto y difícil que es necesario conciliar con los programas que está tratando de implementar AMLO: tendrá que pasar hasta una década para que muchos de los beneficios de la reestructuración que está promoviendo el Presidente tengan un impacto en la vida diaria de los mexicanos. La pregunta es: ¿habrá suficiente paciencia para aguantar y los cuestionamientos que a corto plazo podrían poner en jaque el futuro y la visión de AMLO? La ofensa es siempre un arma destinada a dañar la dignidad de las personas. Insultar a alguien tiene como objetivo demeritar la calidad humana de aquel que recibe el mensaje que denigra. No siempre esta acción daña al receptor del mismo, y en ocasiones se voltea como boomerang contra aquel que profiere el insulto. En el fondo se trata de un instrumento que denota la incapacidad para argumentar por parte de aquel que, sintiéndose superior, es incapaz de responder con razones a aquello que le molesta o con lo que está en desacuerdo. Por supuesto que siempre hay una ocasión en que recurrir al insulto es un acto de impotencia ante la imposibilidad de dialogar con aquellos carentes del don de la tolerancia y la inteligencia. Pero si hay alguien que tiene prohibido utilizar este recurso agresivo es el político tradicional, y menos aún el mandatario de un país. Frente a la elegancia discursiva de personajes como Churchill, Obama, Shimon Peres, Angela Merkel, el primitivismo semántico de Trump, Maduro, Duterte, o las últimas expresiones de AMLO, se presentan como símbolo de carencias argumentativas de los segundos, ante la inteligencia discursiva de los primeros. Porque incluso para golpear con el lenguaje se requiere oficio y conocimiento, y no descalificaciones propias de bravucones de bajo nivel. Y es que lo que se dice en una campaña electoral forma parte de lo que se conoce como la pirotecnia política propia de la competencia, pero que tiende a desaparecer una vez que se inicia el ejercicio de gobierno. La oposición puede utilizar un lenguaje rudo frente a los actos de los responsables de ejercer el poder, pero estos son los que están obligados a responder con argumentos sólidos y con base en la superioridad que les brinda tener en sus manos las riendas de la nación. Además, cuando se cuenta con la fuerza que representa a dueño de los poderes ejecutivo y legislativo, la necesidad de responder con insultos desde esa posición, es un exceso que no se justifica de ninguna manera. Insisto, mientras una oposición con un poder limitado grita con poco resultados efectivos, no tiene justificación alguna el insulto gratuito por parte de la máxima autoridad del país . Sólo aquellos gobernantes no democráticos que consideran ilegítimos a sus adversarios políticos son quienes, en un acto de soberbia y prepotencia agreden primero verbal y después físicamente aquellos que cuestionan su forma de actuar. El otro efecto de los insultos proferidos por un personaje poseedor de poder público, es el mensaje que éste transmite a sus seguidores e incondicionales. Nadie puede pensar que la retórica nacionalista y racista de Trump está desconectada de las acciones de los grupos supremacistas contra hispanos, afroamericanos o judíos en Estados Unidos. Las palabras matan, y más aún cuando estás provienen de las altas esferas del poder, desde donde se ve sí, de quién es parte del pueblo y quién no. No es ésta una forma de reducir la polarización política y mucho menos generar consensos para definir el futuro del país. El insulto no funciona, a menos que se pretenda dividir a la nación. El gobierno del presidente AMLO tiene el derecho de intentar un cambio radical en México. Así, tiene derecho a querer privilegiar al sur del país antes que otra región. Y al mismo tiempo
le asiste el derecho a proponer un modelo fiscal distinto para la frontera norte. Tiene derecho de lanzar una política energética nacionalista y del siglo XX. Tiene derecho a proponer una política exterior aislacionista. Y para terminar esta somera enumeración de algunos de los proyectos del naciente sexenio, tiene derecho finalmente a proponer que las Fuerzas Armadas se encarguen de la seguridad pública. Pero el derecho de AMLO a cambiar de cuajo la política mexicana no cancela otros derechos. Porque el golpe de timón dado por López Obrador es legítimo. Tan legítimo como las críticas que algunos vocean al respecto del mismo. Por ello es menester volver a la nación elemental, pero erosionada en medio de la crispación, de que los derechos de unos y otros no sólo pueden sino que deben coexistir. El problema es que toca al gobierno procurar las condiciones para ello. Sin embargo, una administración que no se ha quitado los guantes que durante tantos años le ayudaron a sobrevivir en la lucha política, no parece tener ni consecuencia ni voluntad de lo crucial que resulta que los derechos coexistan y enriquezcan la vida pública. El Presidente ha anunciado, en varias ocasiones, que será un mandatario contestatario, que hará saber cuando no esté de acuerdo con un comentario o revelación en torno a su gobierno. Está en su derecho sólo si para tal efecto sabe medir que hay una desproporción entre lo que él diga, y los efectos de lo que él señale y el peso de opositores, por un lado, y de otros actores, como es la prensa, por otro. En su primer mes como presidente, López Obrador ha puesto en marcha las reformas para el cambio radical que él considera que urgía a México. No cabe duda que el país ha crecido relativamente poco a lo largo de los últimos dos decenios. Desde que se tienen estadísticas estatales del PIB (2003) se puede observar que el crecimiento no ha sido homogéneo. El panorama se transformó positivamente en el centro-norte. Hay mejores servicios, educación y salud, la mortalidad infantil es también menor, así como los niveles de empleo formal y niveles salariales. Incluso la pobreza extrema está cerca de ser erradicada, mientras en el sur sus niveles son mayor al 20%. La pobreza en general también es mucho mayor en el sur que en el centro-norte. Por tanto, una conclusión inicial pero muy poderosa es que se debe impulsar el sur, lo más rápido y ampliamente posible, para que su nivel de bienestar socioeconómico se acerque a los niveles del Norte y disminuya la desigualdad regional. Pero, ¿porqué ha sido así? ¿Porqué los estados del centro y Norte del país han avanzado más que los del Sur? Esta situación al menos podría haberse paliado. No era inevitable. El gobierno no invirtió lo suficiente ni tomó las acciones correctivas para enfrentar las fallas de mercado que propician la desigualdad y polarización. Por eso es loable que el nuevo gobierno enfoque sus baterías en el sur, de manera inteligente y respetuosa del medio ambiente, para disminuir las diferencias y las desigualdades a través de impulsar la inversión en esta parte del país. Se debe erradicar la pobreza de esas comunidades, olvidadas por decenios. Así podrá generar prosperidad y, por lo tanto, recursos fiscales federales que permitan aminorar las diferencias regionales. La suma del crecimiento nacional es la suma del crecimiento de sus regiones. No se trata de empobrecer a unos y tratar de hacer prósperos a otros. Se trata de hacer prósperos a todos. El inicio del año y el inicio del sexenio han sido impredecibles: estamos en arranques intensos, de grandes y significativos debates, que hacen que la vida pública no se estanque ni de cabida a la rutina.
En Veracruz, el gobernador Cuitláhuac García Jiménez reconoció que durante los 37 días que van de su gobierno, van 100 asesinatos, señaló que su gobierno no ocultara las cifras de los crímenes que ocurren en el estado. Sin embargo, urgió al fiscal, para que redoble esfuerzos, ya que no ha habido detenciones. Por otra parte, Eric Cisneros Burgos, secretario de gobierno, reitero que se privilegiará, el diálogo, nunca el uso de la fuerza pública, se llegarán a acuerdos para evitar manifestaciones; el objetivo es evitar afectaciones a terceros, que se desestabilice a Veracruz con movimientos y seguirá dando respuesta a cada problemática de forma paulatina. Lo primero es atender a la gente en las regiones y dialogar. |
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