Con solidaridad y respeto a Cuitláhuac García Jiménez, Eric Patrocinio Cisneros Burgos, Ricardo AhuedBardahuil y Rafael Hernández Villalpando Este inicio de año 2019, en la tradición cristiana se formulan buenos deseos. Así que me propongo honrar la fecha para pedir los míos al gobernador y al gobierno federal. No le pido a los partidos porque no sabría a quién dirigirme, ni tampoco a los empresarios, porque no se trata de negocios, ni a mis colegas, porque los deseos casi siempre contradicen la evidencia. Le pido al gobierno que recupere la confianza en quienes se atreven a contradecirlo. No todos sus críticos tienen aviesas intenciones, ni son malas personas, ni actúan llevados por el odio. No todos merecen el maltrato ácido de quienes ostentan hoy el mando pues quizás algunos tienen razones que merecen ser oídas. El poder no equivale a la verdad, de modo que no es indispensable que cada polémica y cada debate se convierta en una nueva afrenta, porque gobernar no es lo mismo que oponerse a quién decide. Y de persistir este caudal de desconfianza puede convertirse en soledad y paranoia. Por ejemplo, no todos los burócratas son despreciables. Haber sido contratados en gobiernos anteriores no los descalifica como seres humanos ni justifica que sean echados a la calle sin ninguna explicación. Mucho menos cuando sus lugares de trabajo están siendo ocupados por personas cuyas credenciales profesionales no ha sido acreditadas sino por la cercanía política. Tampoco es justo que haya tantas señales de desconfianza a quiénes se van quedando, solamente porque llegaron antes. No hay razones objetivas para marcar a los servidores públicos siempre como dianas, ni concentrar en ellos el recelo de los que van llegando. Tampoco es necesario desconfiar tanto de la sociedad civil organizada. Es verdad que bajo esa denominación se han agrupado intereses de todo cuño y que sus integrantes no siempre persiguen causas legítimas si no ganar influencia. Pero no todos. Muy por el contrario la gran mayoría de quienes le dedican una parte de su tiempo a la reivindicación y a la defensa de derechos vulnerados, le hacen un gran servicio a la nación. No colaboran con partidos ni ganan elecciones porque no se proponen conquistar espacios de poder, sino contrapesar a quienes lo detentan de modo que no es sensato combatirlo siempre ni denostarlos invariablemente por su condición social de clase media. Le pido al gobierno que confíe más en quienes se atreven a la disidencia. Que no confunda la lealtad a México con la obsecuencia al poderoso, ni las posibilidades de emprender grandes reformas la disciplina ciega de los colaboradores. En la democracia no todo es obediencia ni búsqueda de la eficacia vertical, porque lo que importa no son las órdenes giradas, sino los procesos regulados para tomar las mejores decisiones en función de los problemas públicos y rendir cuenta de los resultados. Le pido al presidente y a los gobernadores que confíen más en quienes no obedecen, ni se cuadran. Que comprendan que los grandes sueños no se realizan por decreto y desde arriba, sino como producto de la convicción, de la organización y el método. Que no conviertan la desconfianza en la regla principal de su mandato. Que sepan que la dialéctica de la contradicción es, a la postre mucho más potente verticalismo acrítico. Este 2019, debemos tener momentos de reflexión, de introspección, dedicado a aquellos que son los mejores e insuperables valores de la cultura judeo-cristiana: la generosidad, el amor al
prójimo, la hospitalidad, la tolerancia, las puertas abiertas a los ciudadanos, el apego a la verdad, el perdón. Yo sí creo en lo que dice AMLO. Creo en la necesidad imperante de trabajar juntos de dejar atrás la lucha estéril que se genera por la confrontación qué motiva el interés personal y en abonar con voluntad y creatividad, a la construcción de esta nueva etapa llamada Cuarta Transformación. Es tiempo de acreditar la voluntad en las acciones y no sólo en el discurso. De evitar que la soberbia sea el obstáculo que impida el crecimiento nacional y estatal la ocasión brinda la oportunidad de construir una sociedad más justa e igualitaria, haciendo buena política. Creo, sí, firmemente en que el ser humano debe construir y cultivar todos los días un andamiaje ético sólido. Más allá de festejos, deberíamos mirarnos al espejo y observar con rigor nuestros impulsos y comportamientos. Hay mucho podrido. En política, la civilidad es más importante que en ningún otro ámbito pues desde ahí se alienta o se inhibe la tolerancia y porque quienes concentran el poder suelen tener el control para silenciar, suprimir o excluir a los que disienten. La falta de civilidad es, quizá uno de los más grandes peligros de muchos de los gobiernos que se han instaurado en los últimos años alrededor del mundo. Que el nuestro no siga sus ejemplos. Que los que hoy están en el poder comprendan que se puede disentir sin que se impute la intención de debilitar o incluso de derrocar. Y que la oposición entienda qué se necesita valor para disentir e inteligencia para convencer. Y como lo he comentado en este espacio amable lector en anteriores años el inicio de lo que solo llamar "Los Días de la Cruda Realidad". Este periodo, venerado y seguido por decenas de millones de mexicanos, es una de las pruebas más claras e irrefutables de porque nuestro amado país y todos nosotros, estamos como estamos y somos como somos. Si bien para aquellos el período que hemos dado en llamar Lupe-Reyes ( en una falta de respeto a dos de las más veneradas tradiciones mexicanas) es un continuo de ilusión y sueños irrealizables tras ilusión, pero para no pocos estudiosos de la realidad mexicana es algo terrenal y concreto. Aclaro por si hiciera falta que ni por accidente soy de la idea de pensar que hacerse ilusiones o soñar es negativo; además, ya lo dijo alguien por ahí: Nadie me quitará el derecho de soñar. Comparto su convicción en cuanto a soñar se refiere. Pienso que para nadie es un secreto que nuestro país se encuentre hoy, lo aceptemos o no, en la antesala de un período de toma de decisiones las cuales serán, por decir lo menos, expresión de compromiso ciudadano. Esta vez estoy convencido básicamente tienen que ver estas con el nivel de tensión a que nos ha llevado un conjunto de problemas qué, a querer y aceptar o no, estos inciden negativamente en la conducción económica y en el quehacer político al que por desgracia nos hemos acostumbrado desde hace decenios. ¿Quién podría afirmar que la visión que los gobernantes han tenido de la gobernación y llevado a la práctica, por lo menos desde hace dos décadas, es la que México requiere para los próximos años con miras, si no resolver los grandes y graves problemas estructurales, al menos para sentar las bases de su solución? ¿Quién se atrevería a afirmar que la inseguridad y la impunidad con la que actúan sistemáticamente y permanentemente los delincuentes, convertidos en dueños y amos absolutos de partes no pequeñas del territorio nacional, las detendremos primero y luego
combatirímos con la obligada eficacia, con las mismas medidas tomadas a la fecha? ¿Quién podría asegurar que las prácticas corruptas de funcionarios, gobernantes, legisladores, alcaldes y particulares, se desterrarían utilizando la maraña imposible de desenredar, de leyes y reglamentos que a la fecha han aprobado ser todo, menos eficaces? ¿Y la ineficiencia generalizada del gasto público? Podríamos seguir indefinidamente preguntando y al final, cansados de tanto preguntar la conclusión sería: eso que tenemos es la cuarta transformación, que viene a cobrarnos facturas pendientes de pagos desde hace decenios. Y para terminar los rituales sanadores existen porque los necesitamos. Y porque cumplen una función. Entender esto es, la enseñanza más importante de las distintas religiosidades, de los chamanes y guías espirituales, de los maestros. Estos rituales pueden ser de muchos tipos, cada cultura y cada grupo social adopta a los suyos. Para algunos es el baño en un río o en el mar, para otros el baile hasta desfallecer, para unos más es perderse con alguna droga, para otros dormir o rezar. Hay quién quiere silencio y hay quien requiere ruido, uno soledad y otro compañía, este quedarse quieto y aquel moverse mucho. En México tenemos un ritual sanador que ha sido nuestra salvación; es la capacidad de poner en reposo, como hacemos en las computadoras, nuestros problemas. El Puente Guadalupe-Reyes es uno de esos rituales. Es un mes en el que hay reuniones, brindis y fiestas familiares, vacaciones que nos permiten sacudirnos el polvo de nuestras penas y problemas. Y nos lo permiten aun si no tenemos nada de eso, porque el ánimo festivo es colectivo, porque hay en el aire una ligereza, una alegría, una paz que le hacen bien al alma, al cuerpo, a la mente, al cerebro, al espíritu, al corazón de los individuos, de cada uno de nosotros, y de todos nosotros juntos como sociedad, el país huele a fiesta. Y eso nos permite dejar atrás, aunque sea por un rato, por un breve lapso de tiempo, tantas angustias, miedos, enfermedades, dificultades y desgracias; esa es la grandeza del mes de diciembre en la cultura mexicana: el ánimo en el que nos coloca. Por eso es un ritual sanador, porque nos da esa pausa, ese alivio, ese descanso que tanto necesitamos. Quiero creer que, aunque sea por un tiempo breve, diciembre nos cambió el chip de horror, la inseguridad el miedo en el que vivimos, por el de la amistad, el amor al prójimo, el respeto, la cordialidad y la familia. Christopher Domínguez Michael cuenta que al príncipe Siddharta le bastó con mirar a un mendigo, a un enfermo y a un muerto para ver el sufrimiento la esencia de todo lo creatural y, sin embargo, le pareció que era posible liberarse de él. Año nuevo es una fiesta repleta de optimismo, una noche en el que el cambio de calendario da la ilusión de que todo se puede mejorar, desde la economía personal, la salud, hasta la felicidad. ¡2019 bienvenido! |
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