Cuatro impactos de bala que salieron del arma del padre de sus hijos acabaron con la vida de Hortensia de 26 años; justo en el momento que amamantaba a su bebé de nueve meses y la pequeña Edith de dos años observaba.
En una localidad rural de Minatitlán, El Valedor, de la que nunca había escuchado su nombre, Adolfo, Edith, Laura y Clara vivieron la violencia reiterada que ejercía su papá. Ahora lloran la ausencia de su madre.
Varios periodistas del sur de Veracruz documentaron la fractura en la familia y el dolor que dejó el feminicidio de la joven mujer; la impotencia de su madre, su tía y por una vida frustrada y la inocencia de las víctimas directas: sus hijos.
Diariamente son asesinadas siete mujeres en México con arma blanca, arma de fuego, a golpes, pero también son decapitadas, estranguladas, asfixiadas o quemadas. Y llámenme feminista, pero son los hombres las que las matan prácticamente en todos los casos.
Este 25 de julio se conmemoró otro Día Naranja, iniciativa de la ONU y asociaciones feministas para visibilizar y combatir la violencia contra las mujeres y las niñas del mundo. Ese color se asocia con la paz mundial, es decir, lo opuesto a la violencia, pero muy lejos estamos de atender ese mal en Veracruz y en México.
Con información oficial al 31 de mayo, la entidad veracruzana es el primer lugar en feminicidios con 28 casos. Le sigue Nuevo León y el Estado de México.
Lamentablemente la cifra podría ser mayor. El observatorio universitario de violencias contra las mujeres señala que hasta junio de 2018, en Veracruz se han cometido 58 probables feminicidios, 30 de ellos en la región centro, 17 en el sur y 11 en el norte.
La mayoría de las víctimas son mujeres adultas jóvenes, seis casos son menores de edad y seis son personas mayores. Las cifras son importantes para dimensionar la magnitud del problema, pero las historias nos muestran que se trata de un mal pandémico que se extiende.
Al menos 405 mujeres fueron asesinadas por razón de género en todo el país durante el 2015; la cifra se se incrementó para el siguiente año en 582, y en 2017 subió aún más a 690 casos.
Para las asociaciones civiles las cifras oficiales están muy por debajo de los números reales, incluso –afirman activistas- se ocultan algunos casos. Por ejemplo en 2018, cuantifican al menos 673 feminicidios, cuando el secretariado Ejecutivo de Seguridad solo reportó 315.
Apenas hace unos días, tras el feminidicio de la pequeña Ana Lizbeth en Nuevo León, la ONU demandó a México que adopte medidas urgentes. Y para quienes afirman que somos un ente autónomo, basta recordar el artículo 1 Constitucional que establece que las normas sobre derechos humanos se ceñirán a los tratados internacionales también.
Una delegación de la ONU urgió a México para que adopte medidas urgentes para prevenir y sancionar las muertes violentas, los homicidios y desapariciones forzosas de mujeres. Ello
implica, dijeron, atender de fondo los problemas como crimen organizado, el narcotráfico, estereotipos discriminatorios y la pobreza.
Pero yo me iría a lo micro, a la erradicación de las violencias en las familias, de cualquier tipo de familia; a la formación de niñas y niños en igualdad, desde la repartición de tareas domésticas; a la eliminación de estereotipos cargados de prejuicios y discriminación.
Quizás contrario a Hortensia que denunció la violencia con anterioridad, pero nadie la escuchó, muchas mujeres callan y otras ni siquiera se dan cuenta que viven en un entorno desigual y machista.
Normalizamos en cada acto o hecho cotidiano, la discriminación, la injusticia y las agresiones. Y en ocasiones, lo hacemos en nombre del “amor”.
“La capacidad de eliminar un mal depende en primer lugar de la posibilidad de nombrarlo”: Rebecca Cook & Simone Cusack
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