Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Rocío Nahle García y Ricardo Ahued Bardahuil
El placer de la lectura es muchas veces superado por el mayor placer de la relectura. El fin de año es un muy buen momento de nuestra vida para reposar, para repasar, para repensar, para reparar y para reponer. También es muy propicio para leer y para releer. Mi abuelo recomendaba nueve recetas para hacer de esto uno de los mejores placeres.
La primera, leer en español. Segunda, hacerlo en un jardín aromatizado y no necesariamente en la biblioteca. Tercera, colocado bajo la sombra que proteja del sol del trópico húmedo. Cuarta, refrescar el ambiente y el sonido con el alboroto de una fuente de agua fresca que provenga del de hielo de las montañas. Quinta, sexta, séptima y octava, acompañar el libro con un poco de queso fino de la Mancha, con un vaso de un buen vino del Mediterráneo. Noveno y último elemento tiene que ser un agregado personal y exclusivo. Leer así es todo un deleite. Suele suceder que la primera lectura nos concentra sobremanera en la trama, en la tesis o en el tema, según se trate de una novela, de un ensayo o de un tratado, haciéndonos relegar nuestra atención sobre el texto, el estilo o el carácter de la obra.
Solamente las relecturas invierten el proceso. Ante un contenido ya conocido o ante un desenlace ya sabido, el repaso de los fragmentos que nos resultan predilectos nos permiten decantar y analizar las diversas ideas del autor, la selección de sus palabras, la intención de sus mensajes y el diseño de sus construcciones literarias.
También así sucede con la música. Nadie podría decir que con escuchar una sola vez una canción popular o una sinfonía clásica ya ha quedado colmado y satisfecho su contacto con ella.
Por el contrario, los aficionados a lo musical gustamos escuchar muchas veces nuestras obras predilectas, bien sean clásicas o populares. Más aún, cada nueva versión de esa misma obra la escuchamos con curiosidad o hasta con apetito.
Hay fragmentos de obras que he leído más de cien veces a lo largo de la vida y puedo asegurar que la ocasión más reciente ha sido, hasta ahora, la más grata y fructífera de todas ellas. Mucho de lo que leí de joven me ha acompañado casi todos los días.
En algunos casos, como un tributo de homenaje, he adquirido ya en mi edad madura las mejores ediciones que se han impreso de ellas y que me lo hayan permitido las posibilidades de mi bolsillo. Sobra decir que son para adorno de mis libreros, sino que son libros ’’vivos’’ que conviven conmigo. Tiene razón Borges. Tengo libros políticos, de literatura, historia que viven en mi alcoba. En ocasiones no se abren durante meses o años, pero en otras me platican nuevamente mientras estoy en el reposo o en el insomnio. Y, entonces, casi siempre se vuelven a cerrar ya con nuevas señales y con nuevas anotaciones.
Eso significa que ya nos dijimos cosas nuevas, pero con las mismas palabras, como lo hacen los viejos amigos.
En otro contexto al menos, para quienes así lo decidan, se presenta una nueva oportunidad en la que los buenos deseos, las acciones generosas y la esperanza de vivir un momento de paz sean como los faros que terminan por iluminar el trafago de lo cotidiano.
Se entiende que también son días en los que se viven profundas contradicciones, pues no siempre termina por imponerse la luz de esas buenas intenciones ante el peso de una realidad que está llena de complejidades, injusticias y en la que se va imponiendo la barbarie y sus diferentes rostros con las que se comparte la calle y la respiración, así como la podredumbre de la cortesía social.
Resulta extraño ir a contracorriente de todo aquello que diariamente termina por darnos más un motivo para perder la esperanza, para conformarse con esa angustia que sé anida en el alma mientras observamos las escenas dantescas que se desarrollan a lo largo de nuestro país y el mundo.
Así, mientras la época se antoja propicia para formular los buenos deseos que nos hacen tanta falta, entendemos que, quizá, se trate de un momento cuya duración no va más allá de un profundo suspiro, el tiempo necesario para que una pequeña vela sea la que resista esos jirones de la oscuridad con la que envolvemos nuestros días. Y, sin embargo, la trascendencia de estos momentos radica en mantener esa breve luz mientras las tormentas sean una constante amenaza, en ellos se cifra la posibilidad de marcar una diferencia en la vida.
Sin embargo. Hay otra mirada que se concentra en esos momentos que parecen capítulos aislados de la larga historia de la barbarie: por ello, a la distancia, hoy lo recordamos como la posibilidad de un orden diferente, de nuestra capacidad para mirarnos y reconocernos como parte de una opción de vida, para detener por unas horas las jugadas en el tablero que gobierna la muerte y levantar los faros que orienten al marinero que está a punto de naufragar en sus propias tormentas. Así, no es necesario explicar la importancia de estos breves respiros que se regalaron aquellos seres humanos y que hoy no heredan como parte de las historias que son dignas de compartir en nuestras casas, en donde se brinda por la esperanza en el porvenir y los nuevos amaneceres.
Lectora, lector, dejo en tu mesa mi agradecimiento por regalarme la oportunidad de dialogar contigo y desearte que las celebraciones de estos días, bajo el motivo religioso o social por el que optes sea la luz de esa pequeña vela que ilumine el mar, que oriente la vida en medio de las tormentas y encienda la esperanza que tanto necesitamos.
Conexiones en vida, y tal vez más allá, tenemos muchas. Hermanos, primos, abuelos, tíos, amigos, maestros, mentores, jefes. Algunas son superficiales, otras pueden llegar hacer profundas. La sangre no necesariamente significa amistad. Un hermano es aquel que lo demuestra con hechos. No basta el lazo familiar. El tiempo también es relativo. A todos nos ha pasado que hemos conocido a alguien y que en poco tiempo de tratar a esa persona le decimos:’’ Pareciera que lo conozco desde hace años’’. Pero existe un nexo que nos acompaña siempre. A todos. Una pequeña y curiosa evidencia así nos lo demuestra. Es el ombligo. Esa redondeada y arrugada cicatriz nos recuerda cómo comenzó nuestra vida. Es la evocación innegable de nuestro origen. Alimento y oxígeno era introducido por ese conducto que une al feto con la placenta durante nuestra gestación. Y ese muñón que queda en el testimonio de nuestra fuente de vida. Evidencia de nuestra irrepetible conexión, con nuestra madre.
Es difícil imaginar que en algún momento fuéramos tan pequeños e indefensos que dependíamos, totalmente, de alguien. Pero así fue. Lo primero que invade mi mente cuando pienso en mi madre son 2 sentimientos: gratitud y amor. Gracias por tu prudencia y fortaleza. Gracias por el amor a tus nietas. Gracias por tantas cosas. Quisiéramos tenerla siempre a nuestro lado para compartirlos con ella. Pero no es así. Llega un momento que debemos dejarla partir. La partida de una madre es sumamente dolorosa. Sólo superada por la muerte de un hijo.
La ausencia de la madre es desconsoladora. Nos invade un sentimiento profundo de tristeza y amargura.
Octavio Paz dedica y explican todo un capítulo de su Laberinto de la Soledad por qué la peor ofensa para el mexicano es mandarlo a ”chingar a su madre”. Cuando una madre parte, se resquebraja el alma y se parta el corazón. Se necesita tiempo para sanar y aceptar su ausencia. La ausencia se acepta, pero jamás se olvida.
Aprendemos a vivir con ella. Se nos adelanta simplemente en el viaje. Porque todos, algún día, nos veremos forzados a abordar ese barco.
Recuerdo un poco la Navidad tiene un sabor inconfundible: el de la esperanza un poco de historia sobre esta festividad; Hasta el siglo III no hay registros concretos de la fecha de nacimiento de Jesús. Diversos testimonios de sacerdotes y escritores eclesiásticos sugieren varias fechas. El primer indicio indirecto de que el 25 de diciembre se celebra la Navidad de Cristo proviene de Sexto Julio Africano, En el año 221. Más adelante, la referencia directa más antigua aparece en el calendario litúrgico filocaliano del año 354. A partir del siglo IV, esta fecha se consolidó como la celebración del nacimiento de Cristo en la tradición occidental. Aunque el significado religioso a veces se diluya en las costumbres modernas, lo que conmemoramos es profundo: en ministerio de la Encarnación, la manifestación del amor de Dios y la renovación de la esperanza y La Paz en el corazón de los fieles.
El nacimiento de Jesús marcó un antes y un después de la historia universal. Dios está cerca de cada ser humano de su corazón y de su razón.
Como afirmó el obispo de Hipona: ”Nos hiciste, señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que esté en ti”.
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