Este día el Zócalo de la CDMX, una vez más, se atiborra de gente acarreada para vitorear a quienes gobiernan. Ayer fue para aplaudirle a AMLO, muy antaño el eco de la plaza publica repitió los nombres de López Mateos, Echeverría, López Portillo, Salinas de Gortari, Fox, Calderón, etc. Esa parafernalia se deriva de nuestra idiosincrasia nacional por la cual el gobernante acepta el halago a sabiendas de su ficticia autenticidad y “el pueblo”, marrullero al fin, aplaude por simple costumbrismo. El mandatario se afana para decirle al pueblo lo que le gusta escuchar, a su vez, “el pueblo” aplaude fingiendo estar de acuerdo. Es todo un espectáculo sociopolítico el que conforma nuestro escenario público. Aso forma parte inherente del costumbrismo político de este país, que, sin embargo, no es el mismo país de López Mateos, tampoco el de Echeverría, menos el de Salinas, de Fox o de Calderón, y nada parecido al de AMLO. Por otro lado, en cuanto a su condición socioeconómica y cultural “el pueblo” de López Mateos era muy distinto al de ahora, en aquel entonces el analfabetismo rebozaba, la tecnología usaba pañales y hasta la alimentación difería de la de ahora. Entonces ¿por qué persiste ese uso y costumbre del acarreo, del aplauso indiscriminado, de la simulación del gobernante? La similitud persiste: todos los gobiernos atestaron el Zócalo para la quema de incienso al gobernante, los del PRI, los del PAN y ahora de MORENA. Conclusión: llenar el Zócalo con acarreados ya no es noticia ni competencia nueva, la única diferencia radica en el gobernante a quien se aplaude, porque hasta el discurso sigue igual. |
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