El exgobernador del cuatrienio, dueño de su partido, MC, es un misterio. No le atinan ni los suyos a vislumbrar qué camino quiere tomar en las contiendas electorales. Al parecer se niega a hacer alianza con la oposición y cree él mismo, que solito gana, como ha ganado en dos o tres estados con un par de gobernadores y un alcalde de nombre de prosapia, nuestro Kennedy mexicano, Luis Donaldo Colosio. Ante el agravio del Acuario, una de sus grandes obras, un amigo personal de él me dijo que aún no da color. Uno de ellos piensa que Dante debe venir con todo por Veracruz, si él no quiere ir al frente, reunirse con los que suenan, con los Yunes: hermanos y primo, es decir, Miguel Ángel y Fernando y Pepe, el primo de Perote, y con Juan Manuel Diez Francos de Orizaba, y alguno otro que se apunte, para formar la gran Alianza opositora y quitarle el poder de una vez por todas a Morena, eso me decía uno de MC, quitar a estos que han venido a mal gobernar Veracruz, seguía diciendo, con todo y que el preciso nos lo venda como Ruiz Cortines. Eso sí, seguía diciendo, lo primero que revertirá será el asunto del Acuario y luego les aplicará la ley para que, como en la Segunda Guerra Mundial cuando cayeron los Nazis, huyan por todo el mundo, so pena de pasar sus días en chirona. Eso dijo, a mí no me lo crean.
MARILYN (Manuel Vicent. El País)
Nora Barnacle, la mujer de James Joyce, nació en Galway, una ciudad asomada a los acantilados del oeste de Irlanda. En su casa convertida en un pequeño museo, entre otras tarjetas, folletos y carteles de recuerdo los visitantes pueden comprar una foto de Marilyn Monroe leyendo el Ulises, la más intrincada cumbre de la literatura universal. La foto está hecha en Long Island, Nueva York, en 1954. Marilyn aparece sentada en un tobogán de la playa, en un traje de baño explosivo, con los labios entreabiertos, embebida en la lectura, con la mirada de miope un poco perdida en la página. Tiene el pesado volumen de tapas duras apoyado en las rodillas, abierto por el último capítulo en el que Molly Bloom a altas horas de la madrugada, mientras espera a su marido en la cama, libera toda suerte de pensamientos obscenos en el famoso monólogo interior. Por la expresión de su rostro se nota que Marilyn ni entiende lo que lee ni le importa nada lo que le pasa a esa mujer. En el momento en que se hizo esta foto Marilyn estaba enamorada de Arthur Miller, con el que ya vivía una pasión clandestina. No creo que este dramaturgo la forzara a leer el Ulises de Joyce, una cima tan difícil de escalar, para medir el nivel de su inteligencia. Parece más bien que la propia Marilyn se hubiera impuesto el reto de llegar hasta el final del libro para demostrar que era capaz de realizar semejante hazaña, bien por amor o por hambre desordenada de cultura. El sacrificio de leer el Ulises de Joyce, sin importarle nada, sólo tenía sentido como inmolación ante aquel amante al que creía superior, pero Marilyn sabía de la vida más que Joyce, más que Molly Bloom y más que el propio Miller. Fue una niña abandonada por su madre, una adolescente violada, una chica de calendario para camioneros, que pasó de los brazos del bruto y celoso héroe nacional Joe di Maggio a los de Arthur Miller, un judío intelectual neoyorquino, convertida siempre en pieza de caza mayor, para acabar zarandeada por dos ciervos de catorce puntas de la familia Kennedy hasta la muerte. En esta tarjeta postal Marilyn parece dispuesta a sorber todo el fluido interior de Molly Bloom que arrastra grumos lascivos de su subconsciente abierto a un sexo cenagoso. No obstante, a Marilyn se la ve pura, perdida, transparente, sometida a una prueba inútil: tener que leer el Ulises de Joyce para presentarse ante el amante intelectual con la lección aprendida, cuando ella se la sabía de memoria sin literatura simplemente por haberla vivido.
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