Por: Alejandro Bustos.
Ah, el movimiento "woke"; esa tendencia cultural y progresista que nos ha traído lecciones de moralidad desde las redes sociales, y más etiquetas identitarias que un catálogo de moda. Si alguna vez se preguntó qué pasaría si el marxismo más rancio y la psicología infantil se fusionaran, aquí tiene la respuesta: el "wokeismo."
De entrada, debemos definir el término por si alguien todavía no esta muy familiarizado con el mismo.
Woke («despierto» en inglés) según Wikipedia, "es un término que, en los Estados Unidos, inicialmente se utilizaba para referirse a quienes se enfrentan o se mantienen alerta frente al racismo”.
El texto continúa explicando que su acepción ha crecido tanto, que ahora abarca una conciencia de otras cuestiones relativas a "la desigualdad social, por ejemplo, en relación con el género y la orientación sexual. Desde finales de la década de 2010, también se ha utilizado como un término general para los movimientos políticos progresistas o de izquierda y perspectivas que alegan enfatizar la política identitaria de las personas LGBT, de la comunidad negra y de las mujeres".
Una de las características de aquellas personas que se consideran a sí mismas "woke", es el fervor desmedido y sectario por impartir la presunta justicia social, y su lucha por la identidad. En el mundo "woke", la valía de una persona no se basa en sus acciones o logros, sino en su identidad. ¡Qué maravilloso! Ya no importa si eres una persona trabajadora o un completo holgazán sin talento; si tienes la identidad correcta, eres un héroe (véase el ejemplo del infame magistrade Ociel Baena). En otras palabras, es como si hubiéramos olvidado por completo el principio fundamental de la meritocracia. No es de extrañar, pues, que la extrema izquierda deteste tanto este sistema para alcanzar el éxito como forma de vida: quieren todo regalado.
¿Recuerda, estimado lector, ese aburrido y pasado de moda -para algunos- concepto de la libertad de expresión? Pues, en el mundo "woke", sólo puedes expresarte si estás diciendo lo que sus habitantes quieren escuchar con tal de no lastimar sus sentimientos. ¿Discrepa? Prepárese para ser etiquetado como "problemático" u "opresor”; incluso, a perder su trabajo y sus amistades. La diversidad de pensamiento no es bienvenida aquí, ya que sólo existe un “camino correcto” y es el que los denominados justicieros sociales marcan.
Una nueva forma de marxismo.
En otras columnas, en este mismo espacio, he escrito acerca de cómo el progresismo mal entendido es una especie de virus parasítico que afecta la mente. El día de ayer, el propio Elon Musk, dueño de X, SpaceX y Tesla, lo expresó abiertamente en una entrevista: “El virus del wokeismo es comunismo rebautizado”. Pero, ¿por qué se señala constantemente al "wokeismo" como una evolución del marxismo? Voy a intentar explicarlo.
¿Recuerda a Karl Marx y su lucha de clases? Bueno, pues el "wokeismo" tiene su propia versión: la lucha de identidades. El militante progresista entiende que las clases sociales no son lo suficientemente divisivas, por lo que ahora considera necesario fragmentarlas aún más en función de la identidad racial, de género o las preferencias sexuales.
Y no podemos olvidar la habilidad que han desarrollado para «cancelar» a cualquiera que no cumpla con sus estándares morales en constante cambio. Por ejemplo, si alguna vez usted hizo un “chiste inapropiado” en el año 2004, mejor prepárese para ser exhibido y avergonzado por ello. No importa si uno ha evolucionado como persona: el pasado le perseguirá por siempre.
Si usted tiene el buen habito de utilizar el sentido común, estará de acuerdo conmigo en que el "wokeismo" es más bien como una parodia de la corrección política llevada al extremo. Se disfraza de lucha por la justicia social mientras aplasta la libertad de expresión y recompensa la victimización de presuntos grupos oprimidos. Por todo lo anterior, es que algunos lo percibimos como una evolución identitaria del marxismo, de la misma forma que lo es el comunismo. Pero si eso es cierto o no, una cosa es segura: es una tendencia peligrosa que amenaza a la cultura occidental tal como la conocemos, por lo que merece un escrutinio crítico muy profundo.
La batalla cultural parece inevitable, de lo contrario, llegaremos al punto en el que la libertad individual y de pensamiento sean substituidas por las identidades colectivas y las etiquetas de virtuosidad que sólo sirven de postureo para mostrar en redes sociales.
Si George Orwell resucitara, y viera que la ficción distópica que alguna vez imagino es practicada en la vida diaria, se moriría de inmediato de la vergüenza.
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