Por: Alejandro Bustos.
Todo el mundo se pregunta: “¿por qué el gobierno morenista se siente tan confiado de ganar las elecciones del año entrante, aun cuando hay un evidente descontento social?” La respuesta es muy sencilla: por el músculo burocrático. Es un secreto a voces que su modus operandi, durante todo el sexenio, ha sido así; en cada ocurrencia absurda de López Obrador (encuestas, consultas, etc.), se procede a mandar a los trabajadores de las dependencias del orden federal y estatal a votar, manifestarse en contra de ministros de la Suprema Corte e incluso hasta realizar actividades que no son propias de un profesionista ejecutivo, como es chapear. Y no me mal entienda, nada de indigno hay en cortar el césped crecido pero siempre y cuando sea una acción altruista y original, no un evento forzado que busca la foto populista para impresionar, sinceramente, no sé a quién.
Parece que durante este sexenio sólo se ha pensado que gobernar es sinónimo de acción electoral infinita. Después de todo, quién necesita desgastarse en plantear políticas públicas interesantes y hasta de dar resultados, cuando basta con llenar un auditorio de funcionarios que te van a aplaudir y de los cuales te vas a asegurar que voten por lo que les ordenes, por medio de la coacción, para obtener un beneficio político.
Pero lo curioso es que este malestar, por lo menos en Veracruz, ya lo notaron fuerzas desde el interior de Morena, y que ya están hablando en voz alta del asunto. Los aún precandidatos Sergio Gutiérrez y Manuel Huerta fungieron en días pasados como altavoces de los trabajadores de gobierno que ya se cansaron de ser peones de este ajedrez político.
Lo anterior, porque ha trascendido que la inconformidad que diversos funcionarios susurran en los pasillos de las dependencias, es que ya están alcanzando el límite de su paciencia. Y es entendible que la gente se sienta harta de ser carne de cañón electoral.
Como he sostenido en este mismo espacio, en un estado eminentemente liberal, es una contradicción ideológica que la gente sea forzada a tener una línea política acerca de por quién votar o tener que asistir a mítines, abandonando el trabajo para el cual están contratados. La fatiga electoral es innegable y probablemente este haya sido el factor detonante para que voces desde adentro adviertan de este rumor cada vez menos silencioso.
Estoy seguro que si algún candidato opositor, que haya puesto atención a esta problemática, decidiera utilizar el slogan “un voto por mí es un voto por la libertad: se acabó el acarreo”, esta práctica raquítica que tanto ha explotado el oficialismo se les volvería en contra, resonando fuertemente en aquellos que están hartos de la manipulación política y que ansían recuperar su derecho más fundamental: la libertad.
La lealtad es muy frágil y está siendo condicionada a través de la compra de voluntades; de tal manera, que al ir creciendo la inconformidad como una bola de nieve, el músculo burocrático empezará a fraccionarse.
Falta justamente un año para que se dé el cambio de gobierno y sólo el tiempo dirá si el silencioso rumor se termina convirtiendo en un grito atronador.
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