Por: Alejandro Bustos Fierro.
En su libro “The Righteous Mind: Why Good People are Divided by Politics and Religion” (“La mente de los justos: Por qué la política y la religión dividen a la gente sensata”), el psicólogo Jonathan Haidt hace una correcta radiografía de la diferencia entre lo que significa ser liberal en América Latina y Europa respecto con Estados Unidos. Y puede que más de uno que aún no se haya percatado se sorprenda de las notables diferencias.
Mientras que en EUA el término liberal sígnica ser progresista y de (extrema) izquierda, en el resto de occidente se le relaciona con el significado tradicional que consiste en la defensa a ultranza de libertad individual, el libre mercado, la propiedad privada y la reducción del Estado.
En los últimos tiempos, incluso, ha emanado una nueva corriente política dentro del liberalismo llamada libertarismo. Quizás el embajador más conocido de esta doctrina política, relativamente nueva, sea Javier Milei, el más que probable futuro presidente de Argentina.
Según lo explica, el liberal-libertario (como él mismo se define) en lo económico, es aquel al que no le importa con quien comercialices, que la riqueza se encargue de originarla el sector privado y que el individuo goce de plena libertad para generar prosperidad a través del emprendimiento, evitando así que el gobierno lo tenga que subsidiar a través del gasto público; en lo social, al libertario no le interesa ni está obsesionado con lo que hagas de tu vida personal, ni con quien te metas en la cama, mientras no afectes a terceros y te mantengas dentro del margen de la ley.
Como escribía en algunas entregas anteriores, vivimos tiempos inéditos en materia política. Hay quienes confunden al libertarismo con el neoliberalismo y creen que es una ideología de derecha conservadora por oponerse naturalmente al izquierdista. Pero no hay nada más alejado de la realidad por lo que es necesario destacar las características que los distinguen:
• El izquierdista, suele sentirse atraído por la extrema regulación, el aumento a los impuestos, el despilfarro del gasto público y los gobiernos intervencionistas porque consideran al Estado algo similar a una religión que debe regir cada aspecto de la vida de los gobernados.
• El derechista, por lo general, se distingue por ser liberal en lo económico pero conservador en lo social-cultural.
Si bien es cierto que esas son, a grandes rasgos, las diferencias entre ambas ideologías, el liberal en el occidente latino ahora mismo no tiene demasiada representación política. Es una realidad abrumadora que en Latinoamérica son contados los países que no se consideren de izquierda. Algunos de sus más “ilustres” representantes son: Brasil, Venezuela, Chile, Colombia y, cómo no, México.
Es bien sabido que Argentina, actualmente, es parte de ese selecto grupo de gobiernos empobrecedores; sin embargo, estamos a unas cuantas semanas de descubrir si el fenómeno Milei se materializa de manera formal, iniciando detrás de él una nueva ola ideológica para hacer política en el continente.
Por lo pronto, sólo Bukele, de El Salvador, -si bien no queda clara su postura ideológica-, está demostrando mano muy dura en contra del crimen y, como consecuencia, está permitiendo el resurgimiento de su país al generar confianza y condiciones de inversión. De la misma forma, ha sido enfático su rechazo a congeniar con dictaduras políticas de izquierda, por lo que podría, al menos, considerársele un disidente del Foro de Sao Paolo que asola al continente. Actualmente, el joven presidente cuenta con un abrumador 91% de respaldo popular (algo nunca antes visto en la historia de ese país) convirtiéndolo en uno de los líderes políticos más admirados a nivel mundial.
Aunque los distintos enfoques del liberalismo podrían compartir valores esenciales, queda claro que su aplicación, dependiendo de la zona, varía de manera considerable. Su esencia pragmática es evolutiva y adaptable según las circunstancias.
Por lo pronto, en México sería más que deseable conocer perfiles distintos que pudieran ocasionar ese mismo efecto outsider que Milei está generando en Argentina, porque parte de su atractivo radica en no formar parte de la clase política tradicional, característica que la gente, hoy por hoy, valora más que nunca.
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