por: Alejandro Bustos Fierro.
A propósito de un pequeño video compartido por el usuario de X/Twitter @EmmaRincon en donde se desmontan mitos y realidades sobre la economía del estado Sueco, mismo que suele ser ejemplo de prosperidad de primer mundo, me inspiré a escribir mi columna de hoy. En dicho video, que dejaré citado en mi cuenta personal X/Twitter, lo más destacado es que el país creció y se hizo rico gracias al libre mercado pero se estancó, por décadas, en el momento en que el gobierno decidió optar por el intervencionismo.
Quizás debí haber empezado por lo primero: yo no soy economista pero debo reconocer que cuando comencé mis estudios de maestría en la Universidad Anáhuac, descubrí que una de las materias más apasionantes que tuve durante mi posgrado fue Introducción a la Economía. Lo anterior, fue motivado después de leer un libro que se ajustaba precisamente a mi medida en aquel entonces: “Economía liberal para no economistas y no liberales”, de Xavier Sala i Martin. Muy digerible, con ejemplos prácticos y con lenguaje accesible para que todo mundo con escaso conocimiento del tema lo pueda entender. Algo así como un “Fútbol para tontos”, pues.
Pero me dio la oportunidad de aprender varios conceptos que uno pensaría que hoy en día son básicos, pero que tristemente la mayoría de la gente no conoce. Uno de ellos es el entendimiento del que considero es el mejor modelo económico a la fecha: la economía de mercado.
La economía de mercado, también conocida como economía capitalista, ha sido un pilar fundamental en el desarrollo económico de numerosos países con enfoque liberal. Este modelo económico se basa en la libre competencia, la propiedad privada y la oferta y demanda como principales motores de la economía. A lo largo de la historia, es innegable que ha demostrado ser un camino exitoso hacia la prosperidad y la innovación.
Uno de los aspectos más atractivos de la economía de mercado es su capacidad para fomentar la eficiencia. En un entorno competitivo, las empresas se esfuerzan por ofrecer productos y servicios de alta calidad a precios competitivos. Esto, a su vez, beneficia a los consumidores al proporcionarles una amplia gama de opciones y precios más bajos.
La propiedad privada, otro pilar de la economía de mercado, incentiva la inversión y la acumulación de capital. Cuando las personas pueden poseer y controlar sus activos, están más motivadas para invertir en negocios y emprendimientos. Esto crea empleos, estimula el crecimiento económico y permite que las personas alcancen sus metas financieras. Generan riqueza, pues.
La oferta y la demanda.
La economía de mercado también es un motor de adaptabilidad. En un mundo en constante cambio, las empresas deben ser flexibles para sobrevivir. Los mercados libres permiten que las empresas ajusten sus estrategias y productos según las necesidades cambiantes de los consumidores y las condiciones económicas.
Además, el sistema de precios basado en la oferta y la demanda es una herramienta eficaz para asignar recursos de manera eficiente. Los precios fluctúan según la demanda y la disponibilidad, lo que ayuda a evitar la escasez o el exceso de productos.
No obstante, tenemos que tener en cuenta que, para que la economía de mercado funcione de manera efectiva, es importante la reducción de la intervención del estado en la economía. Si bien el gobierno tiene un papel fundamental en la protección de los derechos de propiedad y la regulación para evitar prácticas injustas (o sea, los monopolios) una intervención excesiva puede distorsionar la competencia, limitar la innovación y provocar una involución. Véase el ejemplo inicial de Suecia.
En conclusión, podríamos decir que la economía de mercado le da al individuo la libertad de tomar decisiones informadas para determinar cómo se quiere ganar la vida. Por ejemplo, si decide emprender un negocio tendrá que tomar en consideraciones su entorno, el costo de oportunidad y el beneficio que le genera.
Una combinación de factores entre competencia y regulación, puede ser una herramienta poderosa para el desarrollo económico y la mejora del nivel de vida de las personas, pero, como se ha insistido, con una reducción cuidadosamente equilibrada de la intervención estatal.
Aunque más bien, lo ideal sería que la intervención del gobierno fuera reducida a los mínimos en el desarrollo general de la vida de un país eminentemente liberal; no olvidemos el famoso dicho mexicano: “el gobierno es un muy mal administrador”, pero eso será tema para otra ocasión.
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