Andi Uriel Hernández Sánchez
Dinamitados por la propaganda constante de los medios de comunicación en manos de las oligarquías y por la que se nos inculca a través de la educación formal en las aulas, estamos acostumbrados a pensar en la dictadura como una forma de gobierno contraria totalmente a la democracia; impuesta a la fuerza por una élite militar, política o económica; e instaurada a través de violentos métodos como una insurrección armada. Sin embargo, las dictaduras de este tipo, como aquella que surgió del golpe militar de Augusto Pinochet en el Chile de 1979, han sido menos frecuentes en la historia humana, que aquellas que se impusieron de forma gradual y que, de hecho, cuando menos en principio, gozaron de un amplio apoyo popular.
Las dictaduras modernas, aquellas nacidas durante la época del capitalismo, no son más que la forma de gobierno más acabada y mejor diseñada que utilizan las clases dominantes de la sociedad, la gran burguesía financiera e industrial, para detentar el poder del Estado con el objetivo de utilizarlo para conservar las relaciones sociales de explotación y para disuadir todo intento de rebelión de los explotados. Es una falsedad pensar que la dictadura es una forma de gobierno en la que el poder es ejercido por un solo individuo, ello no ha ocurrido nunca, ni siquiera en la época de las monarquías absolutistas y, en apariencia, todo el poder estaba concentrado en las manos de un Rey o Reina.
Asimismo, es falso suponer que todas las dictaduras se han caracterizado por la supresión total de los derechos de los ciudadanos, ciertamente se han válido de la supresión del derecho del pueblo a elegir a sus gobernantes y, eventualmente, han conculcado otros derechos como los de organización, libre expresión y manifestación pacífica, pero a cambio han recurrido a todo tipo de prebendas y promesas a la gran masa del pueblo, para ganar su simpatía, asimismo se les permite el ejercicio de ciertos derechos, mientras que no se ponga en peligro el statu quo. Finalmente, lo que más ha caracterizado a las dictaduras burguesas ha sido el abuso de la propaganda y de los simbolismos patrióticos y religiosos, de la demagogia pura para manipular y engañar a la conciencia de los ciudadanos, con el fin de que acepten a la dictadura de buena gana, la respalden e incluso estén dispuestos a defenderla.
Así pues, las dictaduras burguesas siempre han sido la simple mutación de las democracias liberales hacia formas más represivas de la voluntad de las grandes masas trabajadoras y han surgido por la necesidad de la clase rica y dominadora, poco numerosa sí, pero dueña de un inmenso poder financiero, militar y político, de asegurarse el pleno control de un país, en cuyo nombre e interés se dictan las políticas restrictivas y se sostiene a esta forma de gobierno. La mayoría de los eventuales dictadores (simples títeres de los verdaderos beneficiados) llegaron al poder con amplio apoyo popular, algunos incluso a través del sufragio efectivo.
Un ejemplo clásico es el de Luis Napoleón Bonaparte, quien en 1850 asumió la presidencia de la Segunda República Francesa, con el respaldo de más de 4 millones de votos, de las cuales más de 3 cuartos provinieron del apoyo del campesinado francés que cayó en su demagogia y se dejó llevar por la nostalgia del recuerdo del Bonaparte original. Dos años después de que asumió el poder, Luis Bonaparte dio un golpe de Estado, desintegrando a la Asamblea Nacional (el poder Legislativo) sin que haber disparado un solo fusil y se autoproclamó Napoleón III, emperador de los franceses, con el respaldo de la burguesía financiera e industrial de su época que tuvo años de verdadera bonanza económica durante los más de 12 años que duró su mandato. Según Carlos Marx fue, sobre todo, el miedo a que los obreros franceses, cada vez más imbuidos de la conciencia socialista, realizarán una revolución proletaria, lo que orilló a la burguesía francesa a entregarle el poder a este dictador.
Más adelante, en la Europa del siglo XX encontramos los ejemplos del fascismo en Italia y del nazismo alemán. Ambas ideologías demagógicas y violentas contaron inicialmente con amplio apoyo popular. El partido nazi alemán llegó al poder gracias al apoyo de más del 40% de la población en las elecciones federales de 1933. De un total de 39,655,029 votos computados, el partido de Hitler contó con la aprobación de 17,277,180 de los alemanes. En Italia, las elecciones que llevaron al poder al fascismo fueron también abrumadoras en favor de Benito Mussolini. De siete millones de votantes, el Partido Nacional Fascista obtuvo más de cuatro millones; el 63.78% del electorado respaldó inicialmente este proyecto. Sería ingenuo pensar que las atrocidades cometidas por ambos regímenes fueron solo obra de Hitler y Mussolini respectivamente, ellos fueron los simples ejecutores del plan, los verdaderos maquiladores y beneficiados fueron los dueños del capital, quienes aún hoy conservan el poder.
También en México podemos encontrar ejemplos de este tipo. Pues si bien Porfirio Díaz tomó el poder debido a una rebelión armada, a través del Plan de Tuxtepec en 1876, fueron los votos de los grandes latifundistas y el apoyo de las empresas trasnacionales los que le ayudaron a ganar más de 8 elecciones y mantenerse en el poder por más de 30 años, tiempo en el cual los peones acasillados de las haciendas y la naciente clase obrera mexicana fue cruelmente explotada en favor de los hacendados e industriales extranjeros. El gobierno de Díaz, sin embargo, gozó del apoyo de las clases medias y de un importante sector de intelectuales que estaban maravillados con la modernización de amplias zonas del país, aunque fuera a costa de la sangre y el sudor de millones de marginados.
Durante el régimen de Díaz, por cierto, era él quien nombraba y sostenía en el poder a los gobernadores de los distintos estados del país. En Veracruz, el gobernador fue Teodoro A. Dehesa Méndez, quien se mantuvo en el cargo durante todo el mandato de Díaz, y se encargó de reprimir todos los intentos de rebelión en la entidad y de perseguir a todos los críticos y opositores al régimen con una ferocidad poco igualada en toda la República.
Estos ejemplos nos sirven para afirmar que aunque el actual presidente López Obrador haya llegado al poder con más de 30 millones de votos y sostenga su popularidad dando dádivas a la gente pobre y con discursos demagógicos a través de sus mañaneras, es absolutamente cierto que México transita de una democracia (mutilada y atrofiada ciertamente) a una dictadura constitucional, es decir, de una dictadura en los hechos, dado que se conculcan los derechos políticos del pueblo y de los críticos, a una dictadura regulada por la ley, pues han sido varios los intentos por reformar la Constitución de la República y las leyes secundarias para favorecer la concentración del poder en la figura presidencial.
Es un peligro ominoso que, en la medida en que se vaya consolidando, seguramente irá volviéndose mucho más violento y represor. También ahora el fenómeno se replica en los estados de la República, como ocurre en Veracruz, en donde el émulo de dictadorzuelo, Cuitláhuac García Jiménez, es quizá el ejemplo más risible del tipo de personajes que gobernarán si no impedimos a tiempo la consolidación de la dictadura.
Es urgente que todos los sectores progresistas unamos fuerzas, formemos un sólido frente social y trabajemos esforzadamente para sacar al pueblo del engaño, no es una tarea sencilla pero es el camino para no permitir que México caiga en picada en el abismo del autoritarismo. |
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