Andi Uriel Hernández Sánchez
Las elecciones del reciente domingo 5 de junio en donde se renovaron las gubernaturas de 6 estados de la República, dejó muchas lecturas. Morena y sus aliados rémoras, PT y Partido Verde, ganaron 4: Quintana Roo, Hidalgo, Oaxaca y Tamaulipas, mientras que la Alianza Va por México, PAN, PRI y PRD, solamente dos: Aguascalientes y Durango. Es claro, entre otras cosas, que el simple discurso de odio contra el presidente López Obrador se está desgastando y no les alcanza a los opositores para derrotar al morenismo, que tiene todo el poder del Estado, programas sociales incluidos, y al narcotráfico de su lado.
Y es que el mayor problema de la oposición, a parte de la falta de cuadros competentes, es su falta de visión de país, es la carencia casi total de una propuesta verdaderamente atractiva para la inmensa mayoría de la población. Parece ser que su discurso se ha centrado en criticar por todo al presidente, pero sin proponer absolutamente nada nuevo, sin plantear ningún programa de gobierno que resuelva los problemas de los mexicanos, sobre todo, de la inmensa mayoría de pobres, que son quienes, en su mayoría se encuentran cautivos por los programas sociales del presidente.
Por lo tanto, ahora el partido hegemónico tendrá las gubernaturas de 20 estados del país, el PAN 6 y el PRI, el gran perdedor de la contienda, únicamente conserva dos: Coahuila y Estado de México, en donde habrá elecciones el próximo año. Así, apenas a dos años para las elecciones para presidente de la República, no se ve que la oposición se encuentre en verdadera condición de darle una pelea seria al morenismo.
Los discursos de los oradores aliancistas continúan viciados de los mismos males que por años han contaminado la política mexicana: son vacíos, superficiales, aduladores con el pueblo, que buscan sacar el voto fácil, pero que no van al fondo de los problemas de los mexicanos y, por tanto, son incapaces de plantear soluciones reales. Olvida u obvian que, en 2018, el presidente López Obrador obtuvo 30 millones de votos porque canalizó el descontento de las grandes mayorías trabajadoras del país, aceleradamente empobrecidas en los últimos 30 años de gobiernos priistas-panistas.
AMLO aplicó un análisis errado de la realidad, señaló a la corrupción y no al modelo económico como el causante de los males del país, pero supo verbalizar varias de las inconformidades de los mexicanos e incentivar un odio contra lo que llamó “la mafia del poder”.
Hoy sabemos que el combate a la corrupción del presidente López Obrador es una farsa. Varios de los integrantes de su gobierno son los mismos que estuvieron en el poder con los regímenes pasados que tanto critica, fueron miembros de esa mafia del poder. Tampoco su política de combate a la pobreza es eficaz, actualmente hay 10 millones de pobres más que cuando él asumió el poder, los programas sociales están dirigidos no a la gente que los necesita realmente sino a quienes se definen como incondicionales del morenismo. Las personas que se resisten a votar por ellos en las elecciones son amenazadas con perderlos. Los servidores de la Nación, son el ejército electorero de Morena más eficaz para coaccionar votos y es financiado con nuestros impuestos. Ni uno solo de los mexicanos ha salido de la pobreza con esos programas.
El sistema de salud está en su peor momento, no hay medicinas ni médicos. La obra pública en los pueblos y colonias es casi inexistente y la inseguridad crece como la espuma. Todo esto y más es cierto, pero no basta la crítica si no se plantea una solución distinta y de eso es lo que carece nuestra oposición. Por ello, es que Morena sigue teniendo mucha fuerza electoral.
El problema central de México y de buena parte del mundo es que el modelo económico está agotado. El neoliberalismo, que no se ha extinguido en el país, es muy bueno para producir riqueza, pero no la distribuye. En este sistema pagan bajos salarios, se les regala todo a las empresas trasnacionales, con la promesa de que al instalarse aquí crearán empleos, y se recorta el presupuesto destinado a los servicios elementales de la población: agua potable, drenaje, electricidad, educación, vivienda, infraestructura pública, clínicas y hospitales, etc. La consigna es que el gobierno no debe intervenir en la economía y que todo debe quedar bajo la “mano del mercado”; y es que la teoría sostiene que, si los de arriba se enriquecen, la riqueza goteará hacia abajo y también los pobres mejoraran su suerte casi como por arte de magia.
El resultado solo ha sido que unos cuantos millonarios se enriquezcan inmensamente, mientras la mayoría, la inmensa mayoría, nos volvemos cada día más pobres. El problema de México es la creciente desigualdad social, es la pobreza, generada por un sistema económico que debe ser cambiado. Pero, ¿cuál de los partidos de oposición le dice esto a la gente? Nadie. Todos prefieren cerrar los ojos ante lo evidente.
Los antorchistas lo llevamos diciendo desde hace casi 50 años y hoy, diversos organismos internacionales lo avalan. Si queremos mejorar en serio la suerte de todos los mexicanos, es hora de poner en pie al pueblo de México pero no solo por el cambio de partido en el poder, que no es más que una transformación cosmética, sino por un cambio de modelo económico, por un gobierno que genere empleos bien remunerados, cobre más impuestos a los ricos y menos a los pobres, invierta más en obra pública y servicios básicos y obligue a las grandes trasnacionales a pagar buenos salarios a la gente, para que los mexicanos no tengan que vivir de limosnas, aunque sean del gobierno, sino que puedan vivir felices y en paz con el fruto de su trabajo.
Mientras que, a los campesinos y obreros, quienes producen la riqueza con sus manos no se les hablé con la verdad sobre el origen de su sufrimiento y no se les planteé una verdadera solución a su pobreza, no debe sorprendernos que sigan cayendo presa de la coacción electoral del Estado. Si la oposición no lo entiende a tiempo, nada de lo que haga servirá para ganarse la simpatía de la inmensa mayoría del pueblo de México. Pero si ellos no lo hacen, tampoco es opción quedarnos con los brazos cruzados, alguien tiene que hacerlo por el bien del país.
Los antorchistas debemos disponernos a trabajar con esfuerzo y abnegación para convencer al pueblo de México de la necesidad del cambio de modelo económico. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién más lo hará? |
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