Durante muchos años la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos fue considerada como un documento de avanzada. La primera en su género que en aquellos lejanos años de 1917 ubicaban al país como un paso delante de la mayoría de ellos.
Producto del triunfo revolucionario de la facción que encabezaba Venustiano Carranza y en la que se acogieron Obregón, Calles y los principales generales revolucionarios, la Constitución fue concebida por doscientos diputados recién electos.
Se eligió Querétaro como sede, ya que en esa misma ciudad se fraguó el anterior documento del que sería construido y del que se recogieron algunos de sus articulados, mejorándolos y adecuándolos a los nuevos tiempos.
Constitución se tuvo desde el nacimiento de la República y en algún momento se incorporaron temas de vanguardia como el amparo en la década de los 40 del Siglo XIX y en la nueva de 1917 se vertieron conceptos novedosos en la Ley Federal del Trabajo, entre otros rubros.
La Constitución mexicana permitió el despegue del país, después de sufrir el éxodo y la muerte de miles de mexicanos (se dice que fueron más de un millón) desde el inicio de la Revolución hasta el triunfo de los carrancistas en 1915 y aún después, hasta que llegó la calma a finales de los años veinte del siglo XX.
Y es que con todo y la nueva Constitución que suplía a la de 1857, los levantamientos armados siguieron, principalmente en la década de los veinte del siglo pasado.
Durante el tiempo transcurrido (106) años, la Constitución mexicana ha sido modificada en innumerables ocasiones, tratando de adecuarla a los nuevos tiempos, razón por la que son muchas las voces que se alzan para pedro la elaboración de un nuevo documento que tire todos esos tachones y enmiendas en los que cada sexenio los Presidentes en turno quieren dejar su sello.
Es cierto que la Constitución la cambian, derogan o anexan los diputados y senadores, pero es costumbres que sean los Presidentes los propongan a sus legisladores las modificaciones a realizar.
Tan solo en los tiempos recientes dos iniciativas presidenciales han sido rechazadas por el Congreso, ya que se requiere de la aprobación de las dos terceras partes de los diputados y senadores para que proceda una reforma Constitucional, mientras que varias más fueron aprobadas.
Ahora en la celebración del 106 aniversario de esta más reciente Constitución, el Presidente pidió desterrar del documento cualquier vestigio neoliberal que se encuentre vigente.
Y es que el Ejecutivo federal trata de dejar un sello permanente de su gestión, sin importar hacer nuevas enmiendas en el documento que data de 1917.
Hay voces que demandan la redacción de una nueva Constitución que supla a la actual, principalmente por todos los remiendos que tiene y que surja un documento más actualizado, aunque, definitivamente, no hay visos de ello.
Por lo pronto, la Constitución no se advierte de nuevas enmiendas o correcciones, ya que las bancadas en la Cámara de Diputados y en el Senado de la República no garantizan que ninguna de las dos fuerzas en que se encuentra dividida la política nacional cuente con el empuje suficiente para modificar el articulado.
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Buen debut público de la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Piña, ya que en el aniversario de la promulgación de la Constitución advirtió que el documento es un instrumento protector de certeza, confianza y seguridad y factor de unidad entre los ciudadanos.
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