Un país dividido y polarizado no es agradable para nadie, ni anticipa buenos augurios. México tiene seis años por delante, difíciles, donde el nuevo gobierno deberá tomar algunas decisiones duras.
Lo de ayer domingo fue una fiesta democrática, donde los electores pudieron salir a las casillas y votar en libertad, aunque con algunos tropiezos, los menos, por fortuna.
El proceso electoral de ayer es histórico, pero no por lo que algunos consideran el más importante de la historia moderna de México, lo es porque el número de autoridades electas superó los veinte mil en todos los niveles de gobierno y lo es también, ya que será la primera ocasión en que una mujer presidirá al país, además de haber contado con el padrón electoral más grande.
Algunos quieren mostrarlo como la supremacía de un conjunto de partidos sobre otro, pero esa supremacía la dan los votantes, aquellos que acuden a expresar su voluntad y son los que deciden a boca de urna, quién será el triunfador.
México ha experimentado en su historia moderna distintos tipos de elección, donde una serie de personajes alertan sobre los riesgos que se corren, sin que eso influya en el carácter del voto ciudadano.
Desde 1988, el país ha cambiado, para bien, en la forma en que se desarrollan los procesos electorales, tocando en un par de veces que el resultado de los mismos haya sido considerado fraudulento.
1988 y 2006 son catalogados como parteaguas de la vida política del país, ya que en ambas ocasiones los candidatos perdedores expresaron que los comicios habían sido fraudulentos.
En el primero de ellos, los candidatos opositores derrotados, Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel J. Clouthier y Rosario Ibarra, se unieron y salieron a las calles a expresar su rechazo al proceso electoral, en un episodio que fue tachado como la caída del sistema.
Tres sexenios después, nuevamente la palabra Fraude apareció de nueva cuenta, en unos comicios sumamente cerrados, en los que Felipe Calderón obtuvo un apretado triunfo de 0.5 por ciento sobre Andrés Manuel López Obrador. El segundo decidió convocar a un plantón que por varias semanas mantuvo tomadas algunas de las principales avenidas del desaparecido Distrito Federal.
Por fortuna, en ninguna de las dos ocasiones, no hubo daños de gran magnitud (algunos económicos) y el sistema político se mantuvo inalterado.
Dos mil trajo la alternancia de siglas al poder y Acción Nacional con Vicente Fox a la cabeza derrotó al priismo de Francisco Labastida, que significó el fin de la primera etapa priista.
Los comicios de 2012 provocaron algunas protestas débiles del candidato nuevamente derrotado, Andrés Manuel López que cuestionó la victoria del priista Enrique Peña quien le sacó casi siete puntos de ventaja.
2018 no trajo objeción alguna sobre el resultado electoral, ya que AMLO barrió con todos sus adversarios, sacándole 30 puntos de diferencia al segundo lugar.
2024 es la ocasión perfecta para que la próxima Presidenta de la República, ofrezca un tipo de gobierno en los que se permitan las diferencias y que el disentir no traiga consecuencias.
Si de algo puede estar orgulloso México y los mexicanos es que se puede vivir con alternancia, con diferencias y aportando todos los ciudadanos su contribución al desarrollo del país.
Nada debe separarnos y menos las diferencias políticas, todos debemos trabajar en favor de un bien común y el resultado de las urnas debe ser un acicate para poner mayor empeño en las cosas que hacemos.
México está primero que las siglas partidistas, las preferencias de las personas y las ideologías que se deben respetar.
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Ramón Zurita Sahagún
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