Por Ángel Lara Platas
Los autobuses que salen de Chiapas a otros lugares del País, por ser frontera con Guatemala deben detenerse en los retenes de las policías federales o estatales. Cuando el viaje es de noche, los pasajeros se forman la idea que dormirán durante todo el recorrido, hasta llegar a su destino.
En cuanto el autobús se aleja de las luces de la ciudad y se monta en la carretera, el organismo siente las condiciones propias para dormir a pierna suelta. Los mullidos asientos y una conducción sin sobresaltos, crearán las condiciones para que vuelvan a abrir los ojos hasta que el conductor anuncie por micrófono que han llegado a la terminal de destino.
Cuando el transporte procede de Comitán de Domínguez o San Cristóbal de las Casas, es común que parte de los asientos sean ocupados por personas de algunas de las etnias de las regiones que circundan a los lugares mencionados.
Una hora después, cuando todo el mundo ya estaba dormido, arrullado por el cadencioso sonido del motor, el autobús detiene su marcha, sube una dama uniformada, con voz pausada advierte que hará una revisión a los pasajeros a fin de detectar si viajan migrantes centroamericanos en condición ilegal.
Los pasajeros, azorados por la presencia policial, pelan los ojos para no perder detalle. Los de piel tostada por el Sol chiapaneco, apresurados buscan entre sus ropas algún documento de identificación para mostrarlo a la solicitante, con la firme intención de continuar su viaje sin inconvenientes.
La mujer policía comenzó su labor: fue de asiento en asiento entrevistando a quienes a su juicio podían ser inmigrantes centroamericanos. La comunicación no era del todo fluida porque la uniformada no se expresaba en dialecto ni los entrevistados entendían fácilmente el español.
¿Y tu INE? ¿De dónde eres? ¿Cómo se llama tu colonia? ¿En qué calle…? ¿El código postal?
Los entrevistados enmudecían. No sabían qué contestar. Alguien comentó en voz baja que en las comunidades donde radicaban algunos eran tan pequeñas que no había colonias ni las calles tenían nombre, mucho menos sabían el Código Postal. Además, varios no tenían la credencial INE porque en su pueblo no la necesitaban, nadie se las pedía.
El tiempo transcurría y el sueño se alejaba. A los que no contestaban a satisfacción los invitaban a bajarse para interrogarlos. Cuando se negaban, la uniformada llamaba por radio a sus fortachones compañeros para cumplir con la obligada invitación. No terminaban de entender por qué tenían que confundirlos con extranjeros migrantes. Había caras de susto. Los niños lloriqueaban al ver que el papá se alejaba con maleta en mano. Algunos llegaron a suponer que era delito transitar fuera de sus comunidades de origen.
Después de un buen rato y con el espanto a cuestas, todos los que bajaron regresaron al camión. Habían convencido a los entrevistadores que eran nacionales. Al chofer, que permaneció inmóvil en su asiento, le hicieron una seña con la mano para que siguiera su camino.
En todos había la intención de hacer el esfuerzo por conciliar bendito sueño. Todo iba bien hasta que, otra vez, el autobús era detenido poco antes de una caseta de peaje. Quien ahora sube es un varón portando en su camisa logotipos de la línea de autobuses en cuestión. “Disculpen ustedes que los interrumpa, seré breve, les pido a quienes traigan boletos con descuentos de estudiantes me los muestren”. Revisó uno por uno. “Falta la persona de este asiento…” “Está en el baño”, contestó la mamá que ocupaba el asiento de al lado.
A esas horas los dormilones estaban a punto de perder las esperanzas de volver a conciliar el sueño.
Cerca de la media noche el autobús se volvió a detener; ahora para que subieran como cuatro elementos en búsqueda de drogas. Con desarmadores retiraron las placas de unos ductos en los que introdujeron varillas de acero apoyados con lámparas de mano. También revisaron maletas y bolsas de mano.
Cuando el autobús se pone en movimiento, un señor de voz ronca, que iba sentado al fondo, junto al baño, gritó: “Ahora solo falta que los Bandidos de Río Frío se aparezcan más adelante”. Rieron los que conocían esa leyenda convertida en novela.
Al llegar a la terminal de destino, la mayoría, alucinados por el desvelo, no sabía si partían o llegaban. |
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