Ing. Fernando Padilla Farfán
Algunos aspectos de nuestra vida diaria nos hacen ver, ante observadores extranjeros, como un pueblo surrealista. Dicen que actuamos más por inercia o imitación que por convicción propia.
Aseguran que estamos tan acostumbrados a lo que decimos o hacemos, que no nos percatamos del menoscabo que provocamos a nuestro crecimiento como personas. Y lo más contradictorio es que nosotros mismos fomentamos prácticas que nos afectan y detienen la marcha de la comunidad como tal. Nuestros errores y equivocaciones nos están convirtiendo en poco competitivos frente a otras sociedades de mayor desarrollo.
Les parece inentendible que, por ejemplo, para todo tipo de reuniones sociales o políticas, citamos una hora antes para llegar en punto pero una hora después. Si bien reconocen que aún no saben a qué se deba esto, argumentan que parte de esas atípicas costumbres pudieran tener origen en ese singular surrealismo que se encuentra en alguna parte de nuestra idiosincrasia.
Otro aspecto de nuestras costumbres que les parece una sinrazón es el tema de las obras públicas. Dicen que es un contrasentido que se inauguren obras sin que estén listas para su funcionamiento o, habiendo sido terminadas no se pongan en funcionamiento hasta en tanto no sea cortado el listón inaugural por alguna autoridad, con los atrasos que eso significa. El comentario que agregan es que entre más tiempo transcurra en ponerse en funcionamiento la obra, menos lo valora la gente.
En otros países apenas se concluye una obra se pone en operación. No existen retrasos por el corte de listón.
Ese suprarrealismo del cual han hablado los observadores me hizo recordar lo que con particular asombro me platicaba un escritor recién radicado en un pueblo de Morelos. Narraba que acudió con un carpintero al que entregó una hoja de papel con el dibujo de una mesa y una silla pero en perspectiva, para que el trabajador de la madera tuviera una idea objetiva de lo que tenía que hacer.
Cuando el personaje fue a recoger el producto terminado (la mesa y la silla), no cupo en su asombro al ver una mesa con las patas traseras más cortas que las delanteras, la tabla superior más ancha del frente y más angosta en la parte posterior, y una silla en la que nadie podía sentarse por su chueca figura. Cuando el escritor preguntó por la irregularidad del mueble, el carpintero, seguro de lo que se le había ordenado, le mostró el dibujo en el papel que el propio escritor días antes le había entregado. Nuestro amigo cedió en su intento de explicarle al cumplido hombre qué era un dibujo
en perspectiva. Sin discutir más se llevó ambas piezas para conservarlas como muestra de nuestra perspectiva social.
Otro tema que a extranjeros les extraña sobremanera, es nuestra adoración a la muerte. Dijeron que no es otra cosa que el reflejo del miedo a morir, por eso la personificamos, la festejamos y nos divertimos con ella. “Le temen, pero poco hacen para preservar la vida”.
Sin embargo, agregan que nuestro problema no es de inteligencia. A su criterio somos indiscutiblemente inteligentes y creativos. “Lo que no tienen en abundancia es disciplina y puntualidad. Recuerdan que la disciplina y la puntualidad “a los japoneses les sobra”. “Si un japonés va a llegar tarde, avisa con dos días de anticipación”.
Bueno, pues ante tanta indirecta, empecemos por tomar como propia la disciplina hasta convertirla en actitud.
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