En México, pocas organizaciones han sacudido al país con la fuerza con la que lo ha hecho la Asociación Nacional de Transportistas (ANTAC). Los camioneros, por décadas ignorados, mostraron que no solo mueven mercancías: sostienen a la nación entera. Hoy levantan la voz porque el límite se agotó.
La ANTAC representa el hartazgo de quienes recorren las venas del país sin que el Estado garantice siquiera su vida. Cada día entre 35 y 40 transportistas sufren delitos; algunos sobreviven, otros no. La indiferencia oficial ha sido el combustible de este movimiento.
Los paros y bloqueos recientes no fueron actos de caos: fueron gritos de auxilio. “No habrá paso”, anunciaron, no para afectar al pueblo sino para obligar al gobierno a mirar lo que ha evadido durante años.
Las carreteras derrumbadas, el abandono de puentes, la inseguridad creciente y trámites lentos son parte de una crisis estructural. ANTAC no pide privilegios: exige que el país funcione. La fuerza del movimiento se potenció al unirse con el campo.
Transportistas y campesinos, ambos olvidados, encontraron por primera vez una causa común frente a la reforma de la Ley de Aguas Nacionales y la inseguridad. Su alianza rompe décadas de aislamiento entre sectores.
Las movilizaciones del 24 de noviembre fueron históricas: más de un millón de transportistas acudieron al llamado, incluso bajo amenazas de carpetas de investigación. Su respuesta reafirmó que la dignidad pesa más que el miedo.
Lo que exigen —cero robos, cero extorsiones, cero muerte— debería ser básico en cualquier Estado. En México, sin embargo, vivir se ha vuelto una demanda política. El gremio no busca cargos ni ideología; busca seguridad y respeto. Esa autenticidad, incómoda para el gobierno, es la que ha encendido un movimiento nacional.
Frente a un país con carreteras destrozadas y autoridades ausentes, la organización transportista ha dicho lo que instituciones completas han callado. Hoy hablar de ellos es hablar del último dique de dignidad de un sector que se cansó de ser invisible.
La ANTAC encarna el reclamo de un gremio que conoce mejor que nadie la decadencia carretera del país. Su líder nacional y luchador social de toda la vida David Estévez, ha señalado cómo desde Peña Nieto hasta hoy la infraestructura ha sido abandonada, creando rutas peligrosas y obras interminables como la del puente Metlac o los derrumbes en Maltrata.
La inseguridad, por su parte, se ha disparado. Asaltos, desapariciones y asesinatos ocurren a diario mientras las autoridades minimizan cifras. De ahí la decisión del paro: no fue protesta, fue supervivencia.
La reacción del gobierno —amenazas e intentos de judicialización— mostró su incomodidad. En vez de atender demandas, prefirió desacreditar el movimiento. El llamado a “no sacar un solo viaje” paralizó al país y recordó lo obvio: sin transportistas, México no funciona.
La unión con agricultores reforzó la protesta, pues ambos sectores viven la misma violencia, los mismos trámites fallidos y el mismo abandono institucional. La caravana de tractores desde Perote hacia la Ciudad de México fue un acto de dignidad. Mostró que el campo está vivo y harto. Lo mismo ocurrió en siete estados que realizaron bloqueos espontáneos. Las demandas fueron básicas: seguridad, agua garantizada para el campo, respeto a concesiones y mesas de diálogo reales.
Era lo mínimo que un gobierno funcional debería ofrecer. En este punto surgió la diferencia interna en el sector: CANACAR, aliada de la 4T decidió no sumarse al paro. Alegó riesgos económicos, afectaciones al suministro y pérdidas millonarias por cada camión detenido. Su postura fue afín a la del gobierno y distante de la presión directa de ANTAC.
Dos estilos distintos: la posición sumisa de CANACAR y la protesta frontal de ANTAC. Pero fue la presión de ANTAC la que obligó al gobierno a sentarse a dialogar.
El encuentro en Segob concluyó con compromisos: revisión de pagos agrícolas, mesas de seguridad, reactivación de trámites y evaluación de la Ley de Aguas. El movimiento dejó claro que vigilará cada punto. Jannet Chumacero advirtió que si los acuerdos no se cumplen, volverán los bloqueos.
Ese mensaje consolidó al movimiento como un actor serio y organizado. La confianza pública se inclinó hacia los transportistas. Sus testimonios hablaron más fuerte que cualquier cifra gubernamental. Comunidades indígenas agradecieron el apoyo de ANTAC en su defensa del agua, ampliando la dimensión social del movimiento.
Hoy ANTAC ya no es solo un gremio inconforme: es un símbolo de resistencia nacional. Hablar de esta organización transportistaANTAC: La voz que el gobierno no quiso escuchar y que hoy retumba en todo el paísANTAC: La voz que el gobierno no quiso escuchar y que hoy retumba en todo el país es hablar de un nuevo actor social ineludible. Un movimiento nacido del hartazgo y la dignidad. Su protesta expone las prioridades rotas del Estado: carreteras en ruinas, estadísticas maquilladas y una violencia que no cede. Aun así, mantienen una postura responsable: diálogo, vigilancia jurídica y organización comunitaria.
No buscan caos; buscan vida. El país entendió que cuando protesta un transportista, protesta alguien que arriesga su vida para que la economía avance. El gobierno puede elegir escuchar o criminalizar. Cada opción tendrá consecuencias.
La postura de CANACAR, aunque distinta, no niega la crisis: solo ofrece otra ruta. Pero ambas coinciden en algo: el autotransporte ya no aguanta más. ANTAC, en cambio, sabe que su fuerza está en la unidad y la vigilancia. Y ya dejó claro que no se retirará del camino.
La pregunta ahora es si el Estado será capaz de responder con soluciones y no con discursos. El movimiento de ANTAC ha devuelto dignidad a un gremio ignorado y esperanza a comunidades enteras. Mientras sigan levantando la voz, no estarán solos. Porque México ya entendió que sin los camioneros… el país se detiene.
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