La fiebre de la sucesión se propaga como enfermedad endémica y rebasa los límites de los aspirantes presidenciales, para llegar a permear en el pueblo..
Si en el concierto nacional, los nombres de las “corcholatas” de MORENA, aunado al que todavía no forma parte de ese selecto grupo, invaden las redes sociales, los espacios de radio, televisión y medios impresos.
Como badajo, los nombres de Claudia Sheinbaum, Adán Augusto López Y Marcelo Ebrard, además de Ricardo Monreal, son repetidos con gran insistencia y se multiplican en un eco sonoro.
Los aspirantes seleccionados por la mano que mece la cuna en la sucesión presidencial, son una réplica de los tiempos del priismo monolítico, cuando la voz del gran elector señalaba al sucesor y no había quien se interpusiera en su ascenso político.
En los que ahora parecen lejanos tiempos, los entonces dueños del dedo mágico seleccionaban a su portavoz para diseminar entre los medios de entonces los posibles candidatos, surgidos todos del gabinete legal o del ampliado.
Sin embargo, en esos tiempos se incluyó algunos nombres de directores del gabinete ampliado, pero ellos mismos sabían que no figurarían en la terna final.
Y es que los nombres difundidos eran solamente para distraer, ya que el Presidente en turno tenía en la mano la carta mayor.
La baraja de aspirantes siempre fue un globo con el que la ciudadanía se entretenía y de esa manera, el pueblo con esa animación, corría apuestas, circulaba chismes y no se entrometía en asuntos de gobierno.
Nombres era lo que más circulaba, unos se encartaban, otros se descartaban, pero todos se sentían felices de ser parte de una sucesión que ya estaba planchada, con anticipación.
Adolfo López Mateos, sonó sorpresivo el nombre para gran parte de la población, pero el Presidente Ruiz Cortines sabía del porqué de su decisión y dejar de lado la posibilidad de que Gilberto Flores Muñoz lo sucediera.
Gustavo Díaz Ordaz rebasó con mucha anticipación las posibilidades del secretario de Hacienda, Antonio Ortiz Mena y del secretario de la Presidencia, Donato Miranda Fonseca y las nulas de los otros componentes del gabinete.
Luis Echeverría Álvarez supo ganarse la confianza del entonces Presidente Díaz Ordaz y los hechos del 2 de octubre de 1968, reafirmaron su candidatura. Aquí dejo en el camino a Germán Corona del Rosal y el mismo Antonio Ortiz Mena que repitió en la secretaría de Hacienda.
José López Portillo obtuvo una candidatura un tanto sorpresiva, pero la población se mantuvo entretenida por mucho tiempo, cuando el entonces secretario de Recursos Hidráulicos, Leandro Rovirosa Wade delineó siete nombres como posibles sucesores de Echeverría. Finalmente, Mario Moya Palencia parecía el más encumbrado, aunque López Portillo fue destapado en un “madruguete” clásico de Fidel Velázquez.
Miguel de la Madrid logró avanzar de ser una emergente en Programación y dejó atrás a Jorge de la Vega y Pedro Ojeda, aunque Javier García Paniagua quiso incluirse entre los aspirantes.
La sucesión de Miguel de la Madrid fue sumamente interesante, pues se creó un modelo de pasarela de seis aspirantes, aunque todos sabían que la final estaría entre el secretario de Gobernación y el ganador, Carlos Salinas de Gortari.
Seleccionar al candidato presidencial del PRI en tiempos de Salinas de Gortari no fue tan difícil, aunque solamente Luis Donaldo Colosio y Manuel Camacho llegaron a la final, con los resultados conocidos, ninguno de los dos logró la presidencia y esta recayó en Ernesto Zedillo.
Los priistas veían desvanecerse el partido creado por Plutarco Elías Calles y ensayaron un nuevo método, elección abierta, con cuatro aspirantes: Francisco Labastida, secretario de Gobernación; Roberto Madrazo, gobernador de Tabasco; Manuel Bartlett, ex gobernador de Puebla y Humberto Roque, ex dirigente nacional del PRI. La votación arrojó la victoria del sinaloense Labastida, quien fue derrotado por Vicente y se acabaron los ensayos priistas y se procedió a la designación directa del candidato.
En esta ocasión, el partido en el poder, MORENA tiene sus tres “corcholatas”, su cuarto mosquetero y los demás personajes que fueron englobados, simplemente, se desvanecieron.
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