El 19 de septiembre es un día marcado como fatídico para los mexicanos. Dos terremotos ocurridos ese mismo día, pero en diferentes años, ocasionaron cientos de muertes y dejaron sin hogar a miles de familias.
En 1985, con una magnitud de 8.1 grados y con una duración de 2 minutos que parecieron eternos, la Ciudad de México fue sacudida literalmente en sus cimientos. Todo se colapsó, muchos edificios cayeron aplastando a sus ocupantes. De forma inmediata la sociedad tomó las calles en solidaridad y con sus manos comenzaron los primeros esfuerzos de rescate de los hermanos sepultados entre los escombros.
En forma instintiva la gente se organizó y trabajó de forma incansable durante días, semanas y meses para levantar escombros y rescatar personas como prioridad y posteriormente reconstruir la ciudad. No eran expertos, pero mostraron voluntad y compromiso con la gente afectada. Así se rescató a mucha gente, así se levantó la ciudad.
En Veracruz no hay un día que marque la tragedia que hoy vivimos, porque es una secuencia de fechas y acontecimientos que construyen el terrible terremoto que devastó al Estado.
Han sido ya muchos años temblando todos los días, sin que podamos medir la magnitud del fenómeno y sin posibilidades de cuantificar los daños, porque todos los días hay edificios derribados que se suman a los que ya han caído y sus moradores todavía están bajo de los escombros.
Todo inicia con un gobierno que inició la ruta de la tragedia con una primera deuda por 3,500 mdp que volaron rápido; el siguiente gobierno caminó aventando dinero a diestra y siniestra sin ningún control administrativo e incrementando la deuda y todavía dejando a un inepto como su sucesor, cuya única ocupación fue saquear y dejar saquear, destruir, derrumbar todo lo que se le cruzó y todo lo que se le puso enfrente.
Así fueron sacudidos y fracturados muchos empresarios; algunos no aguantaron y cayeron al suelo; otros, por contar con buenas estructuras resistieron un poco más, pero sus fracturas representaron daños irreparables. Cuya caída era inminente.
Vino entonces el gobierno acusador, el de promesas de cambio, pero no hizo nada por reparar daños y mucho menos levantar escombros, sino todo lo contrario, ya que reemplazó a las empresas veracruzanas por poblanas y de la Cd. de México, de manera que las afectaciones y los derrumbes se incrementaron.
Ahora hay ya un nuevo gobierno en Veracruz, con voluntad y buenas intenciones, pero, con un escenario de desastre que pone en evidencia a muchos novatos que no saben bien lo que se tiene que hacer en casos de siniestros.
Encuentran un estado devastado, con una economía colapsada y con la inseguridad creciente que no les deja ver el orden de las cosas ni las acciones necesarias para resolver el gran problema.
Si las empresas proveedoras del gobierno, fueron derribadas por las pasadas administraciones y bajo sus escombros hay miles de familias damnificadas, tal como lo hicieran en 1985 miles de personas inexpertas y sin equipamiento, pero con la firme voluntad de rescatar a los sepultados bajo escombros, así se esperaba del gobierno de la esperanza.
Han pasado ya varios años de angustia y espera por una respuesta de justicia para con los proveedores; han sido muy difíciles y han significado la pérdida progresiva de los activos de la empresa, algunos rematados para poder responder a reclamos fiscales o de deudas con instituciones bancarias, otros bienes perdidos en las casas de empeño o con agiotistas; el remate de herramientas o equipos de trabajo para poder completar la nómina y la pérdida de empleos, como parte de los esfuerzos previos a cerrar definitivamente la empresa.
Con el gobierno actual han pasado ya 4 largos y angustiosos meses sin que los escombros sean removidos. El pago a los proveedores no ha llegado. Las empresas siguen expirando. Los empleos siguen desapareciendo. La crisis de la inseguridad hace lo suyo y termina por aplastar a un Veracruz agraviado que todavía no nos llena de orgullo. Porka Miseria.
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