Por acuerdo entre la ONU y la UNESCO, cada 1º de abril se conmemora como el Día Mundial de la Educación. Bajo el lema “IA y educación: preservar la autonomía en un mundo automatizado”, celebra e inspira reflexiones sobre el poder transformador de la educación y el efecto a corto y largo plazo sobre la mentalidad, autonomía, comprensión, actitudes y comportamiento de los seres humanos que la reciben y la cultivan por cuenta propia a los largo de los años.
La educación se recibe en la familia, el entorno, las amistades, los medios de comunicación e información, el razonamiento propio y, por excelencia, a través de las escuelas y los sistemas educativos que construyen los países para proponer el tipo de ciudadano que desean formar. La educación que entra por los cinco sentidos (biopsicológica), da forma a la cultura de un pueblo o nación.
Este año, la UNESCO dedicó el día al poder arrollador de los sistemas informáticos y la inteligencia artificial (IA), ponderando los límites entre la intención y la autonomía humanas con la acción automatizada, que cada día se difumina en un horizonte que plantea cuestiones críticas, inciertas, preventivas, sobre cómo podría afectar la vida humana en un futuro bastante cercano. Audrey Azoulay, Directora General de la UNESCO, pide a los Estados miembros que inviertan en la formación de profesores y estudiantes para hacer un buen uso de esta tecnología en la educación.
«La IA ofrece muchas posibilidades en la educación, siempre que su implementación en la escuela se guie por principios éticos claros» sostiene Audrey Azoulay. La IA en ningún momento debe reemplazar las dimensiones humanas y sociales que se cultivan con los aprendizajes en niños y adultos. La educación, para el ser humano, debe ir más allá de la simple adquisición de conocimientos básicos.
Dice Delors que, al final de un siglo caracterizado por la explosión demográfica, el crecimiento de las ciudades, el ruido, la furia de dos guerras mundiales, y los grandes progresos tecnológicos, económicos y científicos –repartidos desigualmente–, «en los albores de un nuevo siglo [XXI] ante cuya perspectiva la angustia se enfrenta con la esperanza, es imperativo que todos los que estén investidos de alguna responsabilidad [padres, familia, maestros, gobierno, sociedad y vías de comunicación] presten atención a los objetivos y a los medios de la educación» (“La educación encierra un tesoro”, El Correo de la UNESCO, 1996, p. 9).
Debemos ir tras la utopía de la educación, tras la utopía de un nuevo ser humano. Para Paulo Freire la utopía es imaginación, es posibilidad de trascender sin caer en idealismos ingenuos, es la construcción del inédito viable. «No podemos existir sin interrogarnos sobre el mañana; sobre lo que vendrá, a favor de qué, en contra de qué, a favor de quien, en contra de quien. No podemos existir sin interrogarnos sobre cómo hacer concreto lo inédito viable que nos exige luchar cada día».
Eduardo Galeano, célebre escritor uruguayo, decía al respecto: «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más para allá. Por mucho que camine nunca podré alcanzarla. Entonces ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar». Claro, sirve para no quedarnos estancados, para ir tras sueños y objetivos, tras metas y proyectos, tras otras formas mejores de vida.
El filósofo chino nacido antes que Sócrates, Confucio, aseveraba que podemos apropiarnos de la sabiduría por tres métodos: «primero, por la reflexión, que es la más noble; segundo, por la imitación, que es la más fácil; y tercero, por la experiencia, que es la más amarga». Cada método es un camino y, al final, la verdadera sabiduría no se mide por cuánto sabemos, sino por cómo aplicamos lo aprendido. Es decir, la utopía de la educación.
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