De Veracruz al mundo
MOMENTO DE ACOTAR
Francisco Cabral Bravo
2025-09-08 / 18:35:24
Trae el pasado sólo si vas a construir
Con solidaridad y respeto a Rocío Nahle García y Ricardo Ahued Bardahuil
Sin la justicia, ¿Qué son los reinos sino una partida de salteadores? (San Agustín)

No todos los mexicanos podemos ver cien años, como lo hizo Plutarco Elías Calles. Algunos no podemos ver ni una década. Algunos, ni un año, ni un mes. Pero el esfuerzo vale la pena. Es bueno usar la vista, la visión y la videncia. Vista para ver todo lo que pasa. Visión para ver lo que va a pasar. Y videncia para ver lo que no todos pueden ver. Y que conocemos con el simple nombre de destino.

La política real es una ecuación muy sencilla: la suma de todo lo que se quiere, menos todo lo que no se debe y todo lo que no se puede. Si después de sumar y restar todavía nos queda algo, eso es política. Si no nos queda nada, pues entonces no tenemos política ni nada.

El primer factor es el deseo. Lo que queremos todos o tan solo algunos, desde los gobernantes, los ciudadanos, los sectores, los partidos y la opinión pública. Si todos lo quieren, adelante y sin dudas. Si alguno no lo quiere, entonces hay que repensarlo o convencerlo o desecharlo.

Pero sin llegar a la abstención de la ingobernabilidad.

El segundo factor es el deber. Lo que debemos hacer. Muy bueno si coincide con el deseo y estaremos muy contentos.

Otro indicador es la conveniencia. Lo bueno y lo malo. Algún indicador es la pertinencia. La inteligencia y lo estúpido. El tercer factor es el poder.

Lo que realmente se puede y lo que es impotencia.

Quizá lo que se necesite sea un nuevo Lázaro Cárdenas que le expropie a Pemex el petróleo de México y se lo devuelva a México.

Hay momentos en la vida pública de nuestro México que no provocan otra cosa más que vergüenza.

Pena ajena, sí, pero también propia, porque al final del día, nuestros representantes, sin importar el color de su partido, los elegimos nosotros y su actuar refleja el nivel de putrefacción en la que ha caído la nación.

No es un secreto que el Parlamento debería ser un espacio de discusión e importante deliberación. Ahí se termina nuestra norma, se deciden rumbos, se establece la visión de todo un país. Pero lo que vemos en la realidad es otra cosa: senadores y diputados convertidos en payasos de circo, subiéndose al ring en un lugar de respeto, protagonizando peleas a golpes, insultos, empujones y espectáculos.

¿Y cuál es el mensaje que mandan al pueblo mexicano? Simple: que la política ya no es debate, no es razón, no es construcción, sino que es, simple y llanamente un circo.

Lo más grave es que son todos los políticos, supuestos “servidores públicos”, todos son tallados con la misma moneda, y sus colores se caen cuando, de todos, la conducta es la misma.

Hombres y mujeres incapaces de sostener un argumento con firmeza, recurriendo a dramas de telenovela para hacerse escuchar y llamar la atención, siguen siendo un puñado de niños de secundaria sedientos de atención.

¿Qué futuro puede tener un país en el que los encargados de legislar no saben conducirse ni con la mínima decencia? El pueblo merece respeto. Es una vergüenza, además, que estas escenas se normalicen. Y después tienen las agallas de hablar de “respetar la investidura” y de “honrar al pueblo”, ¿Con qué cara?

En otro orden de ideas hubo un tiempo en el que el mundo creyó haber dejado atrás las sombras del conflicto. La caída del Muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría y la expansión de la democracia liberal marcaron una etapa histórica de optimismo colectivo. El siglo XX, cerraba con promesas de integración, prosperidad y paz. Hoy la palabra que define a muchas generaciones jóvenes no es “ilusión”, si no “futurofobia” el temor, cada vez más extendido de lo que se viene será peor de lo que se tiene.

No es una novedad en el mundo que las repúblicas democráticas fallen y tengan que evolucionar a otras formas de gobierno hasta regresar para volverse a descomponer.

Pero es quizá momento de aprender qué límites deben imponerse a la libertad y a la democracia. Para ello, siempre es importante volver a ciertas preguntas esenciales que hay que recordar.

¿Para qué se inventó al Estado?

En las décadas del México autoritario, el Ejecutivo tuvo pleno dominio sobre el Congreso, así que el Informe fue un acto de autobombo y no de genuina división de poderes. Era el “día del presidente”, quién pronunciaba ante el Congreso su discurso, solo interrumpido por aplauso de legisladores súbditos y, al concluir, iba en auto descubierto con la banda tricolor al pecho, bajo una lluvia de confeti y vítores, al Palacio Nacional a la ceremonia del besamanos, con miles aguardando en larguísimas filas para reverenciar cara a cara al poderoso. La prensa, dócil y unánime, reproducía y alababa el mensaje presidencial. El Informe era así una liturgia más monárquica que republicana, una celebración de la obediencia al poder. Era el momento del hiperpresidencialismo.

En 1979, cuando iniciaba la apertura política, se incluyó en la Ley Orgánica del Congreso la disposición de que las Cámaras legislativas analizaran el texto del Informe presidencial. Luego se especificó que los grupos parlamentarios harían uso de la voz, aún sin la presencia del Ejecutivo, y que el Informe sería contestado por el presidente del Congreso.

Aunque poco varió el acto central del Informe, con la llegada de legisladores preparados de la oposición, todos plurinominales, por cierto, la glosa del Informe presidencial adquirió interés y el Congreso se convirtió al fin en espacio de debate y dialéctica. Habían quedado atrás los días de campo para los secretarios de Estado, ahora exigidos por diputados expertos en temas como derecho constitucional y política económica. Empezaba a dignificarse el parlamento.

El último Informe de Miguel de la Madrid fue inusitado porque un senador de oposición, Porfirio Muñoz Ledo, interrumpió al mandatario solicitando el uso de la voz para denunciar el fraude electoral de julio de 1988.

Pero la novedad real de los Informes presidenciales llegó en 1997, cuando en las elecciones de ese año el PRI perdió el control de la Cámara de Diputados y un diputado de la oposición (también Porfirio Muñoz Ledo) respondió el discurso del presidente Zedillo. El Ejecutivo ya no mandaba sobre el Legislativo. inició la práctica republicana de ver a dos poderes reunidos con independencia sin su misión. En pleno conflicto postelectoral 2006 se impidió a Vicente Fox ingresar al recinto parlamentario a rendir su último informe. Sin exigencia Felipe Calderón y Peña Nieto practicaron soliloquios en Palacio Nacional cada primero de septiembre.

En otro contexto aprovecho este espacio para comentarles que México lleva décadas atrapado en un equilibrio de violencia muy alta. No se trata de picos temporales, sino de una constante que ha acompañado varias generaciones.

El estado no ha logrado contener a los grupos criminales ni disputarles de manera efectiva el control territorial. Y la sociedad casi toda, entre el miedo y la resignación, calla.

Marcelo Bergman agudo especialista en estos temas, ha descrito esta situación como un “equilibrio de alta criminalidad”: cuando un país rebasa tasas de entre 10 y 15 homicidios por cada cien mil habitantes, como México desde hace mucho tiempo, salir de ese entorno es sumamente difícil. Una vez dentro, la violencia se reproduce sola: los mercados ilegales son rentables, las instituciones débiles y la impunidad altísima. La advertencia de Bergman es clara: estos equilibrios de violencia no se corrigen solos.

En países como chile o Uruguay muestran que es posible alcanzar lo que Marcelo Bergman llama “equilibrios de baja violencia”; no se trata de eliminar toda ilegalidad, eso es ilusorio, sino de reducir la violencia a niveles mínimos y tolerables. ¿Cómo lo lograron? Con instituciones policiales profesionales, sistemas judiciales relativamente independientes y políticas de seguridad que sobrevivieron a los cambios de gobierno. La diferencia no está solo en la fuerza de la intervención inicial, sino en la capacidad institucional para sostenerla.

México ha tenido intentos fallidos en este sentido.

Hoy México se encuentra en una encrucijada.

La cooperación con Estados Unidos puede abrir una ventana para operaciones más coordinadas contra los grupos criminales. Pero hay que distinguir entre la cooperación real y el espectáculo político. lo primero implicaría inteligencia compartida, extradiciones selectivas de criminales particularmente violentos y sobre todo, un esfuerzo serio para debilitar las finanzas ilícitas que sostienen la violencia.

La tarea no se resuelve en el corto plazo, pero es la única ruta posible. porque si algo muestra las experiencias comparadas, es que estos equilibrios de violencia no se corrigen solos. Requieren capacidad institucional, normalidad que nos ata desde hace décadas.



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