MOMENTO DE ACOTAR |
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2025-08-11 /
10:47:05 |
Espectacularidad de la política |
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Francisco Cabral Bravo
Con solidaridad y respeto a Rocío Nahle García y Ricardo Ahued Bardahuil
“El futuro no va a ser dominado por aquellos que están atrapados en el pasado” (Willy Brandt).
El tiempo lo cambia todo. tan solo en el último siglo ha cambiado la salud, la naturaleza, la política, la ley, la ciencia, la cultura y hasta la religión. Por eso vemos fenómenos insólitos. Hoy, Los Reyes son los respetuosos de sus parlamentos, mientras las detenciones se avisan, las investigaciones se informan y los espías se anuncian. Hoy los carteles son cumplidores.
El tiempo ha cambiado la salud. En tan solo 50 años, la ciencia médica mejoró y vencimos las enfermedades del país pobre. Las enfermedades tropicales, las infecciones y las vacunables. Las disenterías, las tuberculosis y las fiebres. Pero no lo previmos y nos quedamos con las enfermedades de país rico. La diabetes, el corazón, la obesidad, el cáncer y la vejez, que es la enfermedad más larga, la más costosa, la más incurable y la más mortífera que existe. Su pronóstico nunca falla.
El tiempo ha cambiado la educación. En las décadas 60 y 70, los niños estudiamos con el diseño educativo de José Vasconcelos, claramente intelectual y humanista. En las décadas 80 y 90, nuestros hijos estuvieron con el diseño educativo de Jaime Torres Bodet, más tecnológica, más naturista y más científica. Más tarde, nuestros nietos han estudiado con el diseño educativo de Manuel Bartlett Díaz y no sé cómo crezcan. Y los hijos de esos nietos, se formarán con el diseño de Mario Delgado. Esa es la obra de los tiempos en la educación mexicana.
Parafraseando al inmortal don Quijote de la mancha “Bienvenido mal, si vienes solo”.
En otro orden de ideas el presente dura un instante. Es tan breve que es difícil de captar. En cambio, el pasado es un archivo enorme de hechos y memorias. Pero cada decisión que tomamos en ese presente efímero va forjando un futuro que es inevitable. No escuchar los tiempos también es una decisión que no detiene el futuro, pero que nos hará más difícil enfrentarlo.
El avance del tiempo y los cambios que trae aparejados van más allá de partidos, de corrientes políticas y de ideologías. Hoy vivimos una época particularmente compleja.
En 1992, la Reina Isabel II utilizó la expresión annus horribilis para describir un año particularmente difícil. La frase en latín, que significa “año horrible”, sirvió para resumir una sensación de detrimento institucional de la monarquía británica.
Hoy la política mexicana atraviesa algo similar: no un año, sino un verano horribilis, cuya factura política ya se empieza a sentir.
La condición humana, en su expresión urbi et urbi, frente al poder. Esa es la razón por la que, en ocasiones, cuesta tanto llamar las cosas por su nombre.
Por otra parte, me gustaría dejar en claro y por escrito que la presidenta Sheinbaum merece un voto de confianza. Yo mismo creo que el mundo será mejor cuando las mujeres ejerzan el poder con la misma o mayor legitimidad, disciplina o eficacia que los hombres lo han hecho históricamente.
Pero también es verdad que ha llegado el momento de exigir claridad. La presidenta sabe, lo diga o no, que dentro de su propio partido ha iniciado una rebelión.
Todo mexicano tiene una fuerte carga en su ADN de ser obediente y fiel hasta el final. Sin embargo, la lealtad dura hasta que una oportunidad más llamativa aparece. El problema no es nuevo. Está impreso en nuestra historia política. El problema es profundo. Somos un país formado, educado y moldeado en la obediencia absoluta al tlatoani, con una fe ciega. El horno no está para bollos. El ambiente nacional es de tensión evidente en todos los ámbitos de la vida pública. Se patea el bote dejando a Cronos realizar su labor de olvido. La espada de Damocles sigue ahí, induciendo de manera suave o dura el derrotero a seguir.
Hay ocasiones en las que se presentan las noticias con la rapidez y la ligereza de aquello que está muy lejos de nuestra realidad, lo que nos podría inquietar o preocupar. Claro, suficientes problemas se padecen en nuestro país como para detenernos mucho tiempo a tratar de comprender lo que sucede en otras latitudes, en países muy cercanos y no solo por cuestiones geográficas. Así no es de sorprender que las noticias que nos hablan acerca de lo que sucede en El Salvador queden como una nota al margen de lo que ocurre diariamente en México.
La práctica insidiosa de aplicar diferentes varas de medir según la conveniencia no es una simple falta de carácter individual.
Es un fenómeno social profundamente arraigado, un mecanismo de poder y una manifestación de hipocresía colectiva que corroe los cimientos de la confianza, la justicia y la coherencia ética en cualquier sociedad.
Más que un error ocasional, es un sistema de funcionamiento que revela las fracturas entre los valores declarados y los valores practicados, perpetuando la desigualdad y minando cualquier aspiración de equidad.
La doble moral es un fenómeno ampliamente observado en la vida cotidiana y en diferentes contextos sociales, culturales y políticos. Se define en esencia como la aplicación de principios o normas de manera desigual, a menudo para justificar o permitir un comportamiento en un grupo o individuo mientras se condena el mismo comportamiento en otro. El concepto de doble moral surge de la inclinación humana hacia el juicio y la justificación propia. Históricamente, la doble moral ha sido omnipresente desde sociedades antiguas hasta las modernas, la humanidad ha sido testigo de reglas aplicadas desigualmente, ya sea en función del género, la clase social, etnia o ideología política. Es la brecha entre la moral proclamada y la moral aplicada. Esta incoherencia no es casual ni inocente. Sin duda, el impacto de la doble moral es devastador. De entrada, una de las consecuencias más dañinas y corrosivas para la sociedad es la ampliación de la fractura social. Erosiona la cuestión y exacerba las divisiones. La otra nefasta repercusión, es la impunidad, desgracia que nos afecta a todos los mexicanos, no solo en la actualidad. La venimos padeciendo desde hace muchos años, pero nunca tan exacerbada como ahora. La doble moral es inherentemente injusta. Al aplicar criterios diferentes, niega la igualdad ante la norma.
En otro contexto a raíz del nombramiento de una docena de nuevos jerarcas de la iglesia católica, entre cardenales, arzobispos y obispos en los próximos meses, surge un fuerte debate entre la curia vaticana, miembros de la Conferencia Episcopal, congregaciones religiosas y católicos sobre los perfiles y compromisos pastorales que deben tener los nuevos obispos.
El debate se resume en sí la nueva generación de jerarcas católicos debe asumir un mayor compromiso social ante los problemas de violencia, narcotráfico, desaparición de miles de personas, femicidios, aumento de la pobreza que vive México; o bien, si la misión de los sacerdotes es dedicarse a rezar, celebrar misas y no cuestionar políticas públicas.
Los católicos esperan que en los próximos meses el papa León XIV anuncie los relevos de Los cardenales Carlos Aguilar Retes, de la CDMX, y Francisco Robles Ortega, de Guadalajara; los arzobispos Rogelio Cabrera, de Monterrey; Leopoldo González de Acapulco; Víctor Sánchez Espinoza, de Puebla y Pedro Vázquez Villalobos, de Oaxaca, entre otros.
Todos sabemos que la jerarquía católica no es democrática y que la toma de decisiones ocurre desde Roma, pero el bajo clero y muchos agentes de pastoral en las parroquias quieren conocer los criterios de aquellos que más influyen en la sucesión de la nueva cúpula eclesiástica; quieren incidir en la Curia Vaticana que colaboró con el jesuita Francisco en los obispos de la Conferencia Episcopal Mexicana y el Nuncio P Joseph Spiteri para que adopten un rol más activo frente a los problemas que vive el país.
Detrás de la elección de una docena de nuevos jerarcas no solo se discuten los nombres de quienes van a gobernar a la institución en los próximos 10 o 14 años. Dentro de la iglesia hay fuerzas que dicen que los cardenales Carlos Aguilar y Francisco Robles Ortega “ya están en tiempo extra”, como establece el Canon 401 del Código de Derecho Canónico.
Hay miles de católicos, sacerdotes y religiosos que califican el desempeño de los jerarcas que ya se van.
Muchos de ellos piden a Roma acelerar el paso para que ya se vayan.
Históricamente han existido 14 cardenales con nacionalidad mexicana, actualmente viven seis de los cuales cuatro están en retiro y dos en funciones a cargo de sus arquidiócesis.
Para la CDMX han sido cardenales Norberto Rivera, Ernesto Corripio, Miguel Darío Miranda; mientras que en Guadalajara José Garibi Rivera, Juan Sandoval, Juan Jesús Posadas y José Salazar López. Otro cardenal fue Sergio Obeso Chedraui.
Los pronósticos para determinar quiénes serán los nuevos dirigentes de la iglesia mexicana en tiempos del agustino León XIV son muy aventurados, particularmente porque es un líder de los católicos que apenas inicia, sin embargo, un candidato natural es el presidente de la conferencia episcopal en turno, que en este caso es Ramón Castro.
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