Cuando aquella fotografía en que una niñita vietnamita corría ya sin ropa, que le ha diluido el napalm que había arrojado la aviación norteamericana, daba la vuelta al mundo, no nos quedó duda en ese momento de que la conciencia de todas las naciones se alzaría para parar la masacre que el imperialismo yanqui venia perpetrando en contra de un pueblo asiático que solo quería decidir, sin su interferencia, su destino.
Hoy, la imagen que en días pasados reprodujeron en nuestros celulares de Nefertiti y Grecia Camacho Martínez de 14 y 16 años, presuntamente ejecutadas por la policía estatal de Veracruz, ha sacudido la conciencia de nuestra población para pedir que quienes tienen la obligación de dar seguridad a la vida y a los bienes de los veracruzanos se vayan cuanto antes y dejen el gobierno a quien si quiera gobernar.
No nos perdamos en discusiones estrictamente judiciales. Que si murieron en fuego cruzado. Que si se manipuló o se alteró la escena del crimen, etc. El hecho es que nadie le cree al gobierno de Miguel Ángel Yunes Linares, y los gobiernos caen más por lo que la opinión pública cree que hicieron o dejaron de hacer, que por lo que realmente hicieron, porque la política es confianza y cuando el pueblo le retira la confianza a un gobierno en un régimen parlamentario cae ¿y en un régimen presidencial por qué no?
Si tanto en un sistema parlamentario como en un sistema presidencial la política es confianza, en cuanto la ciudadanía retira la confianza, debía de haber mecanismos para sustituirlo sin necesidad que el pueblo tome las calles, derrame sangre o se desborde por esperar el fin del mandato constitucional. La democracia dijera Karl R. Popper, es la posibilidad de cambiar el gobierno sin derramamiento de sangre, y después de lo que ha sucedido antes, durante y después de la jornada de los comicios extraordinarios para renovar autoridades municipales el pasado domingo 18 de marzo, no es garante el gobierno de Miguel Ángel Yunes Linares de la paz que necesitamos para que aquí se realicen las próximas elecciones generales en condiciones de seguridad, libertad, independencia y equidad.
Desde que empezó a anunciar la supuesta recuperación de bienes al margen de la Ley mostró que estaba más decidido a ser un vengador callejero que un gobernante sujeto al derecho y realizar su obra por medio de las instituciones. Integró su gabinete no con perfiles de servidores públicos sino de simples testaferros a su servicio personal. Movió todos los hilos para hacer del poder legislativo un coro sumiso y presto a aplaudirle todo. El poder judicial lo ha sometido a su capricho. En la Fiscalía colocó al abogado de la familia. Toda vez que suprimió los contrapesos
intraorgánicos fue sobre los contrapesos interorgánicos. La relación gobierno y oposición la ha corrompido. La opinión pública es la única resistencia que le pone límites a su absolutismo y que echa por tierra su pretensión de reelegirse por medio de su hijo.
Una pandilla que viene precedida de la misma fama que Duarte y desde que fue electa envió un claro mensaje que no tendría ningún respeto por el Estado de derecho, es obvio que desafiaba a los grupos que iba enfrentar en su mismo terreno y las consecuencias están a la vista.
La alternativa es un gobierno que restaure el Estado de derecho y encare a los criminales con el respaldo de la sociedad y de la ley.
No salimos del trauma del señalamiento que se hace a la policía estatal de haber ejecutado dos niñas en Río Blanco, cuando nos llega el video donde las fuerzas del orden, supuestamente encargadas de cuidar la ciudadanía, lanzan piedras a los pobladores de Misantla, lo que evidencia la razón que asiste a los que piden ponerle fin a este desastroso gobierno. |
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