De Veracruz al mundo
HEMISFERIOS
Rebeca Ramos Rella
2025-01-21 / 15:25:52
El truco impúdico del poder


Rebeca Ramos Rella

Hay quien afirma que el arma más peligrosa e hiriente, es la lengua. A las palabras se las lleva el viento, sí, pero son también nuestras palabras las que más pueden lastimar y dejar cicatriz en nuestros corazones y surcos hondos en el terreno cerebral. Cierto es que nunca se nos olvidan las acciones, pero aun podemos recordar aquellas frases y tonos que dichos o escritos fueron, en su momento, dagas punzantes, flechas ardientes para nuestra dignidad y memoria.

El valor que les damos a las palabras también tiene que ver con el conocimiento que tengamos de nuestro idioma que, cabe resaltar, es uno de los más difíciles de aprender, dada su riqueza de expresión y complejidad gramatical y semántica.

El lenguaje es la forma de expresar sentimientos, ideas y pensamientos. Lo que nos permite comunicarnos entre humanos, supuestamente más racionales y pensantes que el resto de las especies del planeta. De ahí, la importancia de aprender y saber decir, escribir y comunicar y, también de comprender y analizar lo que otras, otros nos quieren informar, dar a conocer o transmitir.

Dicen las personas expertas que la mejor manera de aprender a expresarnos es leyendo. Leer apertura imaginación, creatividad, conocimiento y, expande la expresión. Cuando recibimos toda esa información, la procesamos en el cerebro y esas palabras escritas o dichas pueden hacernos imaginar escenas, eventos, contextos y hasta las caras de las personas que las dicen, si no las podemos ver.

También nos transmiten mensajes que nos quedan grabados en la mente y que, hasta pueden hacernos cambiar de opinión, coincidir, simpatizar, admirar, seguir o, al contrario, criticar, cuestionar, rechazar, despreciar, hasta odiar a quien las dice o las escribe.

En la era del WhatsApp, del mensaje digital y redes sociales, es común la dispersión de la información o desinformación de esas palabras que pueden influir es nuestros estados de ánimo, en nuestras concepciones y en nuestras decisiones y elecciones sobre algún, tema, situación o persona.

Aparentemente ahora escribir está de moda; todo mundo se aventura en el arte de publicar sus mensajes, porque las redes sociales nos dan esa oportunidad y espacio para emitir una idea, opinión, conocimiento y difundirla. Sin embargo, cuando no se posee una capacidad de reflexión y razonamiento objetivo, cuando no conocemos o no sabemos usar el lenguaje correctamente o con intención lo abusamos, todas esas palabras pueden sonarnos distinto y llevarnos al terreno de la distorsión de esa información o conocimiento.

Hoy, la libertad de expresión y el acceso a la información son derechos humanos consagrados en la Constitución y en todos los tratados y ordenamientos internacionales que fundamentan la sana y respetuosa convivencia humana en el orbe. Pero el riesgo del abuso o trasgresión de esos derechos siempre está latente, simplemente porque la verdad es relativa y porque nadie tiene la propiedad absoluta de ella. Cada uno, cada una con su verdad.

Desde niña disfruté mucho leer y ese placer me llevó a desarrollar y seguir aprendiendo la expresión escrita. Escribir para mí, ha sido un deleite porque no existe nada más desafiante que una hoja vacía o una pantalla en blanco. ¿Cómo la lleno? ¿Qué quiero decir y comunicar? ¿Cómo empiezo? ¿Cómo imprimir en blanco y negro lo que pienso, siento y opino?

Y después, el reto se volvió más avasallador cuando empecé a escribir para que otras personas se expresaran. –“Escribes ¿Verdad? Hazme mi discurso. Prepárame mi ponencia. Redacta mi artículo de opinión. Haz la introducción, la presentación. Escribe una carta. Hazte la exposición de motivos. Escribe la relatoría. ¿Puedes revisar este texto? Corrige este documento. Haz la síntesis. Edítalo por favor. Escribe el boletín. Quiero una tarjeta para el presidente…”

“Somo escribanas” me decía una adorada amiga periodista fallecida en la flor de su existencia. Alguna vez algún señor poderoso revisando mi hoja de vida, me preguntó: “¿Y tú qué sabes hacer? Pues, además, sé leer y puedo escribir”, -risas-.

Empecé con los diarios; después vinieron las cartas de amor, de ruptura, de reclamos; los poemas a necios distantes; los discursos de los “Quince” de alguien. Después los ensayos, los kilométricos exámenes de historia y ciencia política, los resúmenes de libros en la universidad; los artículos para publicar a nombre del jefe; se me soltó la mano siendo redactora fantasma (ghost writer) de todos mis exjefes y exjefas.

Cuán grande es la responsabilidad del o la “escribana” quien, a través de sus palabras, frases, fluidez congruente, gramática, puntuación, semántica, sintaxis y, la experiencia propia, va a darles sonido contenido, intención, emoción a las voces en boca de otros u otras, para transmitir su mensaje, su postura, su crítica, su propuesta, su rendición de cuentas. Mucho peso sobre los hombros de quien escribe y, crea, innova, construye un mensaje.

¿En inglés? Sí. ¿En francés? También. De los discursos políticos, prefiero los de campaña y los que sintetizan los Informes de Gobierno y Comparecencias. He transitado de escribir para las voces de otras y otros, a darle espacio a la mía desde hace 36 años.

Ahora me dedico a escribir Declaraciones legales de personas migrantes violentadas por género que aspiran a la benevolencia judicial para acceder a la residencia o ciudadanía por cuestiones humanitarias en Estados Unidos. Escribo para ellas y ellos como lo he hecho muchos años para apoyar a las víctimas de feminicidios, de desapariciones, de discriminación por discapacidad, por condición indígena, por edad, por género. Escribo por las causas sociales y por los Derechos Humanos que no tienen partido, ni color, ni pretexto.

Lo hago como lo hicieron en casa. Me viene el legado de mi abuela materna, enfermera de profesión, que publicaba artículo de opinión en el periódico local en los 50’s; de mi abuelo paterno que era escritor y orador masón; de mi abuela paterna que aprendió a leer y a escribir a sus 60 años, cuando nací y quien después, era la mujer más informada de la familia; de mi padre que devoraba libros y escribía sus propios discursos para tribuna y campañas políticas; de mi madre declamadora, voraz lectora y poeta quien ya tiene su primer libro.

Disfruto de las reacciones; sobre todo de quien ha leído mis desvaríos personales, ha llorado y sonreído; de cómo mis últimas jefas han sacudido conciencias y han estrujado corazones, desde la tribuna del Congreso local y he sonreído satisfecha, cuando han levantado el aplauso espontáneo de la audiencia. “Qué bárbara Rebeca, los hiciste llorar…ese cierre…”. “Oye sí le sabes ¿eh?”

Nunca olvido los brincos en la soledad de mis aposentos, cuando miré la nota en la televisión y escuché mi discurso literal frente al gran Carlos Fuentes. Tampoco olvido mi rabia contra quien durante 6 años se pirateó cínicamente mi trabajo, lo plagió y lo entregó como suyo al Gobernador, -las y los plagiarios han sido la constante en mi vida-.

Vaya que tener las manos sueltas, la mente extendida y la información al día, ha sido motivo de complot, de intriga, de celos, de acoso y hostigamiento laboral, de discriminación y violencia por género; de la subjetividad y ánimo de quienes leen lo que redacto y, asimismo, del menosprecio salarial y desvalorización del esfuerzo y creatividad. Si para escribir una cuartilla de 28 renglones se necesita haber leído otros 28 libros, me decía un escritor.

Este célebre literato, un día me regaló la estrella: “Eres cultita. Cuando escribas tu biografía, me dedicas un capítulo”. “Oiga, me piden en Bellas Artes un texto para la mampara de presentación de la exposición de sus fotografías y pinturas. Quisiera pedirle que uno de sus biógrafos nos apoye con un texto”. “Escríbelo tú”, -contestó-. Tres días me encerré a leer y redacté una cuartilla. Cuando lo revisó, sólo agregó una coma. “Así está bien; que lo impriman”.

De esta experiencia acumulada y algo de fama generosamente brindada, quiero apuntar mi reflexión en las palabras y mensajes de líderes políticos y sociales que divulgan sin ningún escrúpulo ni ética para reverberar sus acciones, inacciones, yerros y aciertos en la conciencia social que así los adopta, los cree a la letra, los promueve y los difunde sin analizarlos, corroborarlos ni cuestionarlos.

Sin embargo, todas todos sabemos que, usualmente quien se expresa desde los púlpitos del poder, no necesariamente escribe lo que lee o consulta. Por lo general, nadie en las cúpulas del poder escribe lo que lee, improvisa, o inventa frente a su audiencia, pero el tema aquí es que siempre hay una persona o un grupo de “asesores y asesoras” es decir, personas escribanas que, como yo, proponen sus contenidos, datos, textos al o a la mandamás. Tampoco es desconocido que, a veces, las y los jefes corrigen, editan, agregan y dan coordenadas a esos mismos textos. O nomás para negar el crédito al autor o autora, cambian adjetivos iguales por otros.

De manera que tanto quien escribe y propone, como quien corrige y se adueña del mensaje o texto tiene plena responsabilidad de lo que van a transmitir y comunicar. Y sabemos bien que, cuando se trata de contenidos escritos y dichos desde las cumbres de poder, siempre hay mensajes subliminales, intenciones, falsedades o medias verdades, exaltaciones, manipulación; buenas dosis de demagogia y otros ingredientes para generar empatía, apoyo, confianza, hasta ceguera mental, fanatismo y adoración.

La historia de la humanidad registra puntualmente la valía del mensaje escrito y leído; de la improvisación y de la oratoria de las y los grandes líderes quienes de puro verbo convencían y tergiversaban para ganarse adhesiones, para bien, para mal y, para peor. Célebres los discursos y frases de Churchill, de Juárez, de Jesús Reyes Heroles; hasta los de Obama; desastrosos en el saldo, los de Fidel Castro, de Hitler, de Mussolini, de Stalin, de Chávez, de Maduro, de Fujimori, de Trump, de Putin y de otros cientos de populistas demagogos y demagogas, de ayer y hoy que reproducen el arte de la seducción por la palabra para obnubilar, engañar y secuestrar la razón y reflexión objetiva de sus audiencias.

Para alguien que tiene décadas leyendo, informándose y escribiendo textos de comunicación política también, en verdad que duele, lacera e indigna constatar que, en años recientes, la valía de las palabras, los mensajes escritos y dichos, la fecundidad de nuestro idioma transmitido desde las más altas tarimas del poder político se haya envilecido con la demagogia, la manipulación, la omisión, la distorsión y la falsedad de tal manera, que hoy millones, los asumen como la verdad absoluta, excluyendo la preciosa capacidad de la duda, la genialidad del sentido común, la simpleza y lógica del razonamiento innato y la contundencia de las evidencias, datos, hechos, acciones y posicionamientos añejos de quien dice esas palabras hoy y ahora.

El fanatismo ciego y mudo a las palabras que se reproducen desde la cima del poder; la complicidad por conveniencia y ambición o el miedo a que sean mentiras, es la realidad en nuestro país.

Un poco más de la mitad de la población de México está como enajenada porque quiere y anhela creer sin cuestionar nada. Están como aquella persona enamorada que sigue confiando en su ingenioso amante, cuando le jura y le promete que la ama sólo a ella, muy a pesar de haberle visto con sus propios ojos en el acto traicionero y gráfico de su infidelidad gozosa y de su insultante engaño. “Ahí están las pruebas, a la vista de todas y todos. –“Sí, pero me ama y es una buena persona. Somos humanos, nos podemos equivocar…todo mundo merece una segunda oportunidad”.

No es osado afirmarlo, pero la mitad de los mexicanos y mexicanas, de las y los estadunidenses, turcos y turcas, rusos y rusas; dos terceras partes de las y los venezolanos, cubanos, israelíes, están como en un trance de terquedad, negados a la sana crítica y al cuestionamiento fundamentado, sobre toda la avalancha de falsedades y distorsiones de la realidad y oscuras intenciones que a diario les dicen quienes les gobiernan y les someten, sin darse cuenta.

Y voltean la mirada al otro lado y esperan el cheque que llega a su hora. Vale más el dinero “constante y sonante” que la verdad y la dignidad; que la democracia, que la justicia, que la República, que la división de Poderes, que la ley y la Constitución, que los Derechos Humanos, que el prestigio de la Patria - la Matria-, en los foros internacionales, que la acotación y contrapesos al supremo poder gobernante, que las muertas, muertos desaparecidos, desaparecidas, que los criminales manden y sometan, que la historia nacional, que la pluralidad, que la transparencia institucional, que la opinión distinta e informada, que el esfuerzo perdido e ignorado de miles de profesionales y de carrera, que la sapiencia de las y los expertos.

Pesan más los 2 o 3 mil pesos mensuales para arañar el fin de quincena y menos que sobrevivir, que el amor a México, al país de leyes, diverso y fecundo en cultura, arte, historia, diplomacia, de liderazgo económico y referente en democracia electoral. El México que ya no es lo que fue. Una democracia constitucional, plural, liberal y representativa. Porque hoy camina hacia todo lo contrario.

Amar a este país es contribuir a que mejore y se engrandezca, no disimular cuando se le destruye y se le divide. A esto nos ha llevado la corrupción de las palabras y del mensaje político de los últimos años. Y no somos el único caso. Ahí está más de la mitad del pueblo estadunidense, del hindú, del ruso, del norcoreano, del bielorruso, del argentino, del italiano, del turco.

Afirman las y los especialistas que entramos al autoritarismo populista; que estamos viviendo – y padeciendo- los síntomas de una democracia iliberal; sostienen que caminamos a la dictadura. Aún no se define el término que encaje y caracterice, pero todo empezó con el abuso del lenguaje para manipular, convencer, obnubilar, sumar y someter. Porque de puro verbo siguen ganando elecciones; porque el discurso y la comunicación política están recargadas en la simulación y en la falsedad que la mayoría no quiere analizar ni razonar. Y por mientras, el país va cayendo al precipicio.

¡Qué extraordinario es el tesoro de las palabras para convencer y vencer y qué tragedia usarlo para empobrecer a las mentes, manipular con carencias, arrodillar a las integridades, enlodar a las congruencias, comprar a las conciencias y sojuzgar a las dignidades!

Pero si con todo eso no se come, ni se paga, ni se compra nada, dirán las y los otros millones. Es cierto. Pero hay algo más cotizado y vital que lo material y eso es ser libre de pensamiento, opinión, palabra, acción y selección. Y en el recuento de daños, eso es precisamente lo que nos están arrebatando. La libertad de repensar y racionalizar todo lo que nos dicen y escriben unas, unos y otros.

Decía Sartori que la política es el arte de la simulación. Es cierto. Aquí, nadie ha dicho ni escrito ni toda la verdad ni todas las mentiras. La política tiene que ver con el ejercicio del poder, con la conservación del poder y con la negociación y los acuerdos. Y debería ensalzar, sobre todo, el servicio y el interés general. Debería…

Pero también es cierto que se cae en el terreno de la corrupción, no sólo cuando se roba un peso o un millón al erario público, sino también, cuando se miente a la sociedad, cuando se oculta o se desvía la contundencia de la información, de los hechos y los datos.

Manipular con la palabra dicha o escrita es corrupción, porque se sigue mintiendo, no sólo simulando, sino falseando con gran cinismo y desparpajo para hacer creer, pensar y aceptar lo que no es.

Ojalá repensáramos y volviéramos a reflexionar todo lo que leemos, escuchamos y vemos todos los días. Ojalá quienes escriben para otras y otros, razonaran más lo que entregan. Ojalá algún día las personas de aquí, de allá y de más allá, recuperaran la grandeza de la congruencia y la coherencia, para por lo menos, poner en duda, todo lo que les dicen y les inculcan quienes solo poder y más poder quieren.

Hoy, la demagogia en las palabras, discursos, mensajes, comunicación desde el poder no es nueva, pero sí lo es el descaro. La narrativa de las y los poderosos neopopulistas ya supera la desvergüenza. Vivimos en la era del cinismo del lenguaje para abusar del poder y subyugar a las mayorías. El recato de la simulación en la política quedó sepultado. Se gobierna y se decide con palabras farsantes. El mensaje político es impúdico y peor, envenena a la razón.

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