De Veracruz al mundo
A Minerva Blanco Ramírez, la Medalla al Mérito Docente.
Al profesor Blanco le gustaba echar pimienta a sus historias, así que probablemente el hecho narrado nunca ocurrió, o no como él lo contaba, porque su hija, Minerva Blanco Ramírez, quien también era maestra en la normal de El Mexe, Hidalgo, no lo recuerda.
Lunes 29 de Mayo de 2023
Por: La Jornada
Foto: .Minerva Adame
CDMX.- La marcha de antorchas paraba de casa en casa. Frente a cada puerta, los jóvenes normalistas informaban al profesor si podía quedarse en la escuela. Ismael Blanco Nájera contaba que una vez llegaron a su puerta y él abrió con la pregunta: “¿Qué se les ofrece, muchachos?” “Nomás venimos a decirle que usted sí se puede quedar, maestro.”

Al profesor Blanco le gustaba echar pimienta a sus historias, así que probablemente el hecho narrado nunca ocurrió, o no como él lo contaba, porque su hija, Minerva Blanco Ramírez, quien también era maestra en la normal de El Mexe, Hidalgo, no lo recuerda.

Lo que sí tiene muy presente doña Minerva es que el Consejo de Comunidad Escolar, creado por José Santos Valdés, había sido en un principio un espacio donde maestros y alumnos discutían problemas de la escuela, pero que con el paso del tiempo los alumnos tomaron completamente el control, dado el poder que adquirió la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM), que en El Mexe, Hidalgo, tuvo su sede un buen número de años.

Doña Minerva recuerda que en una ocasión el profesor Abelardo, quien había sido presidente de la FECSM, le dijo: “Maestra, van a pedir su salida”. “Yo no tengo problema, profesor, si la piden, subo mis cosas a mi coche, agarro a mis hijos y me voy.”

La asamblea respectiva, el consejo, determinó la salida del maestro Abelardo, pues la maestra Minerva, con sus hijos, se quedó seis años en El Mexe.

La maestra Minerva, ya retirada, tiene una larga historia atada al normalismo. Su madre, Rita Ramírez Carnaya, fue maestra en los años 30.

“Llegaron a Tlaxmalac, Guerrero, unos funcionarios de educación que pedían niños que quisieran ir a una normal en Oaxtepec. Sus hermanos, mis tíos, no aceptaron, pero mi madre, huérfana de padre, sí se quiso ir. Llegó a la normal en 1933.

“Las normales daban cabida a personas como ella, gente de campo, sin recursos; hacían posible la movilidad social.”

Y gracias a eso fue que Rita conoció a Ismael, y gracias a eso nació Minerva que, aparte de la suya, conoce bien la historia de otra familia de maestros, porque se casó con uno de sus miembros, Miguel.

“El primero en salir de Tanganhuato, en la Tierra Caliente [de Guerrero], a cursar el quinto grado de primaria en la normal de Ayot­zinapa, fue Gil Cano Mojica, y después se fue jalando a sus hermanos. Por eso seis de los ocho hermanos fueron maestros.”

Miguel, con quien Minerva terminaría casada, llegó al entonces Distrito Federal a los 14 años, directo a la normal: conoció la gran ciudad al mismo tiempo que los zapatos, pues hasta entonces nunca había usado un par.

“Ahora en esos pueblos se dice que las familias con recursos los tienen porque sus hijos están en el norte, en aquel entonces las que conseguían tener algo era porque tenían hijos maestros.

“Las normales les resolvían toda la vida. Algunos pasaban hasta ocho años, porque cursaban dos años de primaria, tres de secundaria y tres de normal, sin que les costaran el techo y la comida. Era su única posibilidad de estudiar y de cambiar sus vidas, porque salían con trabajo seguro.”

La maestra Minerva terminó la normal básica y estudió luego en la Escuela Normal Superior de México. Al egresar, fue a hacer méritos a las rurales: su primera asignación, en 1962, fue la escuela de Tenería, estado de México, una de las que tenía más tierras para sembrar.

“Los alumnos se encargaban de los cultivos, pero el dinero de las cosechas iba directo a la Secretaría de Hacienda. A pesar de ello, esos cultivos muchas veces salvaron a los alumnos.”

Uno de los directores de Tenería, Santiago Morett, se hizo célebre porque era incapaz de rechazar aspirantes, así que la escuela llegó a albergar 140 jaramaos, como se llamaba a los muchachos que no estaban inscritos y que, por tanto, no tenían derecho a vivienda ni alimentos. Se les llamaba así porque esperaban a que los estudiantes regulares terminaran sus alimentos y luego caían encima de las sobras, que generalmente eran verdolagas y jaramaos (rabanillos) de la hortaliza de la propia escuela.

Con el profesor Morett, muchas veces los salvaron los frijoles y las acelgas que ellos sembraban.

En cuanto a los dormitorios, los jaramaos aprovechaban cualquier pared para colgar sus techos improvisados, donde dormían hasta que, en unos meses o al año siguiente, lograban ser alumnos regulares.

“El ciclo volvía a empezar porque siempre llegaban nuevos jaramaos”, cuenta la maestra Minerva.

(Al cabo del tiempo, se conoció con ese mote a todos los alumnos de Tenería.)

En unas pinceladas, la maestra Minerva narra así la vida en una normal rural:

“La banda de guerra tocaba a las 5:30. El maestro de guardia iba a despertarlos. Comenzábamos clases a las 6 de la mañana. A las 7:30 había un descanso, para el desayuno y el aseo personal, y las clases se retomaban a las 9.

“Yo no creo en la vocación innata, te vas haciendo maestro en el ejercicio de la profesión. Y así se hacían los maestros en las rurales. Tomaban clases de didáctica, de estadística, de sicología del aprendizaje, de lógica y ética, de historia del arte, esas materias que ahora quieren desaparecer. Había también cursos de higiene escolar y, por las tardes, talleres que iban desde sembrar la milpa de la escuela a carpintería, herrería, costura, ya dependía de las condiciones de cada escuela.

“Los alumnos en las rurales tenían una formación ideológica, era una formación fundada en la libertad de pensamiento. Lo sé porque yo estudié en la Escuela Nacional de Maestros, donde había un montón de maestras mochísimas, que ahí se tenían que morder el hábito, porque la educación tenía que ser laica.

“En las normales, los muchachos tenían que aprender a ser líderes de sus comunidades. La ceremonia de cada lunes, por ejemplo, estaba a cargo de un grupo, y por sorteo se decidía quién dirigía el Himno, quién hacía de maestro de ceremonias o quién pronunciaba el discurso. En todas las escuelas había banda de guerra y en algunas hasta orquesta.

“Cuando egresaban, los maestros sabían bailar, recitar, medir parcelas, gestionar la luz eléctrica o el agua, y hasta pelearse con los inspectores.”

Pregunto a la maestra Minerva cómo era la comida en los internados rurales. Dice:

“Mala. Sopa, guisado, tortillas. Y en las mañanas y las noches atole y pan, café y más pan. Pero, bueno, hay que tomar en cuenta que muchos de los alumnos venían de comunidades donde comer tres veces al día era un sueño. De cualquier modo, durante muchos años una de las luchas de los estudiantes fue por mejorar la alimentación. En El Mexe, las albercas y el nuevo comedor fueron resultado de tres huelgas. Los muchachos siempre exigieron que el gasto por alumno para comida se igualara con el del Colegio Militar; decían que se gastaba más en la comida de los caballos del Ejército que en la de los futuros maestros. Cuando ganaron el nuevo comedor también conquistaron que se duplicara el gasto de comida por alumno, entonces hubo hasta fruta.

“Después del congreso de Saltillo, en 1969, desaparecieron la mitad de las escuelas normales rurales.”

La maestra Minerva trabajó en la escuela rural de Palmira, Morelos, hasta que la cerraron para hacer una escuela técnica, como consecuencia de la participación de los normalistas en el movimiento de 1968.

Ya retirada, juzga que “el exterminio de la educación rural es algo que viene desde los 70. Luego quisieron sustituirlas con la Universidad Pedagógica Nacional, con el resultado de que han dejado languidecer a las normales y tampoco han apoyado plenamente a la UPN.

“Por eso ahora hay zonas escolares, ya no se diga en secundarias, donde te puedes encontrar que hay un montón de maestros que no estudiaron en normales ni en la UPN. Dicen que enseñar puede hacerlo cualquier profesionista, pero yo no lo creo. Si para ser médico, abogado o informático debes estudiar esas disciplinas, ¿por qué para enseñar no?”

El pasado 18 de mayo, junto a otros maestros, la profesora Blanco recibió, en el Congreso de la Ciudad de México, la Medalla al Mérito Docente Profesor José Santos Valdés 2022. Fue postulada por la doctora Gisela Salinas Sánchez, actual jefa de la oficina de la Secretaría de Educación Pública. En la carta de postulación se puede leer:

“Minerva Blanco Ramírez fue mi maestra en la ahora Benemérita Escuela Nacional de Maestros, donde contribuyó a la formación de cientos, o quizá miles, de maestros y maestras.

“Como muchos de mis compañeras y compañeros de generación, atesoro el compromiso, la dedicación y los conocimientos que la maestra Blanco fue capaz de ­transmitirnos.

“En el quehacer cotidiano en el aula y en el acompañamiento que nos brindaba durante nuestras prácticas escolares, la maestra Minerva Blanco se distinguió siempre por un profundo compromiso con los principios y valores de la educación pública.

“La experiencia de la profesora Blanco en las escuelas normales rurales la constituyó en una suerte de puente para que nosotros, estudiantes en el medio urbano, conociéramos de primera mano las realidades de nuestro sistema educativo y afianzáramos nuestro compromiso con la enseñanza pública.”

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