Vivimos en una ciudad segura. Expertos en seguridad, han hablado de Orizaba desde hace años, como una ciudad donde los índices malos son bajos, una de ellas, la talentosa María Elena Moreira, y periodistas tan renombrados como Macario Schettino, orizabeño de nacimiento. Ha sido trabajo arduo de las administraciones. Cuando Juan Manuel Diez Francos resultó alcalde electo por tercera vez, encontró en la titularidad de la policía al Almirante Francisco Arenas Jaramillo, que había sido su rival en la elección por partido diferente. Algo le vio el alcalde que le dio su confianza y ahí está, firme al lado de su segundo, el teniente Placido (que no es Domingo) Andrés Rodríguez. Sucede que este cronista de a pie (de a pata, dice Othón), llegó a conocer la comandancia, donde tienen todo, desde las patrullas hasta el armamento y la disciplina. El almirante me hizo un recorrido como si estuviéramos en Disneylandía, había Yo Mero escuchado del famoso C-4, ahora convertido en C-5. Todo es pulcritud, lugares respetando los derechos humanos para quienes son detenidos, apantallante cuando entras al monitoreo de la ciudad y las cámaras se convierten en ojos y vigilantes del pueblo, que es mágico. Un recorrido de una hora bastó para que uno se dé cuenta porque la ciudad está en los índices de seguridad plena. Las patrullas a la vista, los uniformados presentes, conocí el cuarto de armas y los chalecos y, supe que es de la mejor policía pagada en el país, 17 mil pesos mensuales. Larga vida a nuestra seguridad.
LA TUMBA DEL PAPA
Hace unos años, anduve y andé por la tumba de los papas en Roma, en El Vaticano. Son días de beatificación fast track a Juan Pablo Segundo, al que quería todo el mundo. Comienza en Roma la ‘juanpablomanía’. Rememoro la visita a la más famosa de esas tumbas: “Voy camino a la tumba de los papas. Camino con respeto, como lo hacen muchos, una música sacra le da tono de mortandad y duelo. Paso y veo la del pobre Juan Pablo I, al que dieron veneno eclesiástico, según cuentan los chismosos libros, "En el nombre de Dios" y "Como un ladrón en la noche". Cinco pasos adelante está el sepulcro del hombre amado, Juan Pablo II, que lo sucedió después de aquellos 33 días, la edad de Cristo en años, su tumba está repleta de fieles, los vigilantes piden apresurar el paso frente a esa tumba fría y de mármol, con su nombre y año de fallecimiento, un cordón da paso a la gente que quiera estacionarse y rezar o contemplar. Me pongo enfrente. Pido por las peticiones y encomiendas que traigo. Hay una reverencia y un amor y cariño a Juan Pablo II, el Papa polaco, el Karol Wojtyla que un día vino del frío para tirar muros y acabar con el comunismo y darle un poco de esperanza a la humanidad. Tres pequeños arreglos florales. Nada de velas. Se postran enfermos y sanos, clérigos y curas, monjas, jóvenes sacerdotes en formación. Un joven blanco, polaco de seguro, reza y cierra sus ojos, escurre una lágrima. Toca el frío mármol y lo besa. Se retira. Allí me quedo por minutos, la seguridad no apresura a los que estamos enfrente. Hay devoción y amor, se siente y se palpa en ese ambiente. Pretenden dejarle mensajes y cosas personales, no lo permiten. Salgo de allí y a pocos pasos, a la izquierda, la tumba de San Pedro, el patriarca al que Jesús encomendó la construcción de su iglesia católica. Subo unas escaleras y busco penetrar a la Basílica. Voy al encuentro de La Piedad, la otra obra maestra de Miguel Ángel, la contemplo por minutos. Salgo, camino entre la plaza, veo en el piso una placa de mármol con la fecha 13 de mayo de 1981, todo en romano, es el día en que un turco locochón disparó contra Juan Pablo II, el tal Mehemet Ali Agca, a quien Su Santidad perdonó tiempo después. En aquel atentado que vino del lado comunista y que acortó su vida y que en la policlínica Gemelli salvaron la misma vida”.
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