Uno puede ir a Xalapa y hacer un viaje de pisa y corre. El problema es que ahora, los viajes de pisa y corre, que antes se hacían en menor tiempo, ahora se hacen como si fueran las 24 hora de Le Mans. Un ejemplo, para ir a Xalapa ida y vuelta es tanto como ir de Orizaba a México. Se hacen seis horas, tres de ida y tres de regreso. Eso si nos va bien, porque donde se te atraviese la mugre caseta de cobro de Fortín o Cuitláhuac, con colas como en Chedraui cuesta menos, arde Troya. Es por muchas cosas, la primera es que Capufe no quiere invertir dinero poniendo más casetas, el marro de AMLO lo quiere para sus programas asistenciales, aunque a México se lo lleve el carajo. Otra causa es que quienes dirigen Capufe no tienen ni la idea de cómo solucionar las cosas, como la mujer directora que apenas vio el Checo Gutiérrez en Cuernavaca, y no sabía ni de qué le hablaban, aunque dijera que conocía el problema Qué va. No tiene ni idea. Son como los de Peña Nieto, Gerardo Ruiz Esparza y Benito Neme (compadre de Peña Nieto), secretario de SCT y director de Capufe, que jamás visitaron una carretera concesionada, ellos solo volaban por los helicópteros y aviones presidenciales, y estos marros de la 4t no tienen ni para el ADO, pero si para la casa gris. En fin.
EL CAMINO A XALAPA
Así lo hice, persignándome me fui a Xalapa a un pisa y corre al dentista de Hollywood. Fui haciendo auto stop por donde se pudiera. En el cruce de Paso del Toro bajé a ver a un artesano que talla y vende figuras de madera, de diferentes tamaños, muchas de ellas religiosas, de Cristo y hasta un Quijote. Varían los precios, me dijo que eran de leña de pirul, que no sirve ni pa arder, según la canción, y de sauce, como aquel sauce y la palma, que se mecen con calma. Excelente artesanía michoacana, desde 350 pesos los Cristo pequeños, hasta 28 mil los grandes, como para ranchos o haciendas. Compré uno pequeño. Más adelante se me antojó un coco, en un lugar llamado Villarín, donde hace muchos años pasó a la historia, porque en una carrera de caballos hubo balazos y todavía, me dijo el señor que vende los cocos, el letrero de Villarín tiene un agujero de una bala. Ese letrero está totalmente cubierto con maleza, debían ir el gobernador chapeador, Cuitláhuac García y su segundo de a bordo, el segundo machete del país, el secretario de gobierno, Erick Patrocinio, a darle una chapeada a los anuncios que no se dejan ver por la yerba del monte. Me comí un coco tierno y su agua era rica, muchos pueblerinos dicen que esa agua es buena para matar lombrices, aunque yo no tenga ninguna. Ya no pasé a las garnachas de Rinconada, visita obligada del regreso. Llegué a Xalapa y la vi muy deteriorada, su entrada tiene maleza y con todo y que Ricardo Ahued Bardahuil, su alcalde, le quiere meter las ganas del mundo, el anterior alcalde, un tal Hipólito, la dejó para llorar, como la séptima u octava ciudad del estado, la supera Orizaba, campeona en ello, Veracruz y Boca del Rio y hasta Córdoba, donde apenas antier anduve y ahí la va componiendo ese alcalde de Morena, en quien pocos confiaban. Una comida rápida ahora sin amigos, solo con Joaquín Barragán, en Asadero Cien, en Plaza Américas y comprar el café de Don Justo de la familia de Manolo Fernández, para llevar a casa y regresar a tomar la mugre autopista de Capufe. Me faltó ir también al chocomil de El Manantial, donde hacen los mejores chocomiles del mundo, en tres sucursales en Cardel, que también es pueblo, y los dulces de las monjas de Xalapa. Hago por lo regular siempre mi caminar como ritual de costumbres fijas, como dijo aquel caminante: “Cada uno tiene su camino, nunca vayas por el camino del otro”. O por parafrasear a Juan Rulfo en su Pedro Páramo: “Pero los caminos de ella eran más largos que todos los caminos que yo había andado en mi vida y hasta se me ocurrió que nunca terminaría de quererla”. Así se hace camino.
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