El gobernador veracruzano Cuitláhuac fue aporreado por los comentaristas de los noticieros más vistos a nivel nacional. Empezando por Joaquín López Dóriga, que le lanzó el reto de que ‘se meta con uno de su tamaño’, como diciendo anda ven, rífate conmigo. Los y las senadoras lo aporrearon, Ciro, Azucena, Ortega, todos lo llamaron un persecutor de la periodista que aguantó vara la embestida del gobernador de Veracruz. Pero con quien peor le fue es con Carlos Marín, el columnista de Milenio quien ayer le profirió su columna, titulándola: “Autorretrato del rufián Cuitláhuac”. Le escribió: “Si no por la sola facha ni su pedestre modo de hablar, el gobernador de Veracruz delata su baja estofa cuando, como lo hizo antier con una reportera, se exhibe intolerante, bravucón, igualado, retador y majadero. Inspirado en las frecuentes descalificaciones presidenciales al periodismo y sus oficiantes, Cuitláhuac García se muestra como es: un barbaján que abusa del poder, que ejerce violencia de género y que es un cacique vil. A Sarah Landa, del portal Meganoticias, le corresponde el agridulce y masoquista mérito de haber destapado el drenaje psico-psiquiátrico de este machuchón, el peor de los gobernadores en el país y, paradójicamente, el más apapachado y respaldado por el presidente López Obrador. Contrariado por una pregunta sobre su “delito” de ultrajes a la autoridad con el que ha metido a la cárcel a más de un millar de probables inocentes, manoteando y burlón ofendió a la periodista con vomitivas réplicas”. Al final, Marín lo llamó cobarde: “Y por ahí siguió el cobarde, eludiendo responder una inquietud periodística y desnudando tanto su miserable condición humana como su táctica para denigrar a la reportera, al periodismo y a la libertad”.
DE ESTA NO SALIMOS (GABO Y MERCEDES)
Ayer tarde, con el frio invernal me fui de pisa y corre en busca de un libro al Sanborns de Slim en Plaza Valle orizabeña. Lo encontré. Lo andaba buscando como el Ampudia que todos llevamos dentro, un estilo Sherlock Holmes. Había oído del libro de ‘Gabo y Mercedes, una despedida’, escrito por el hijo de Gabriel García Márquez y su esposa Mercedes, donde nos narra los últimos días cuando el Nobel luchaba por su vida, en cama hospitalaria en su casa. Día por día, tras que los doctores le dijeron que le quedaban un par de meses de vida, con la demencia en esa mente brillante, donde dejó de conocer a la esposa y a los hijos y amigos y solo medio se acomodaba con la enfermera y su secretaria a quienes reconocía, es un libro que leí en una sentada, ayer de 12 a 2 de la mañana lo terminé, narra ese sufrimiento de ver al padre tendido cuando los doctores le recomendaron lo tuvieran en casa para bien morir, porque en los hospitales las horas del encuentro con la muerte deben ser terribles. Cuando en 2014 cayó enfermo, García Márquez le dijo a su esposa, Mercedes Barcha: “De esta no salimos”, y si, ya no salió, pasó el umbral de la inmortalidad cuando todos recordamos cuando salió de su casa arriba de una funeraria, a llevar el cuerpo de esa leyenda al tanatorio (así le dicen en España a las funerarias) para ser cremado y de allí, unos dos días después el homenaje en Bellas Artes, cuando dos presidentes, el de Colombia y el nuestro Peña Nieto, llamó viuda a Mercedes y Mercedes protestó, porque dijo que ella era Mercedes, ninguna viuda. Anécdotas de ese libro que vale unos 269 pesos y que constituye un legado de un hijo herido escribiendo sobre el padre. Nada en ese libro de la hija secreta que tuvo el Nobel con la periodista Susana Cato. Exhibe unas fotografías familiares y da cuenta de que el legado de García Márquez se vendió a la prestigiada Universidad de Texas, en Austin, donde tienen todo lo que quedaba en su casa: manuscritos, notas, fotos y correspondencia del Nobel. Por algo así como 2.5 millones de dólares. Que servirán esos documentos para guardar esa inmortalidad. Queda pendiente, escribe el hijo, la casa de la calle Fuego, que no saben qué hacer con ella, si venderla o conservarla como Museo, aunque de García Márquez solo allí camine su espíritu, como el del coronel Aureliano Buendía, o el mismo de Úrsula Iguarán, uno de sus personajes favoritos, quien, como el autor, murió un Jueves Santo y allí llegó un ave a estrellarse desorientada y cayó muerta, como le ocurrió a la familia cuando tenían al Gabo en una cama hospitalaria en su casa. Un buen libro. Ilustrado con una veintena de fotografías familiares. Un legado para los seguidores del escritor de Cien años de soledad.
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