Sentados como en mesa de bohemios, pero esta vez en el sábado de cada 15 días que rolo a Veracruz, en el café Don Justo de Plaza Américas, cuatro terrablanquenses: mi hermano Enrique, Rico, el amigo que no es rico y Fernando Pavón, hablábamos de la Torre Mocha, así le llamo porque el presidente AMLO le quiere quitar, como cuando se corta un pastel, unos cinco o siete pisos de niveles. Decidimos dar un tour a esa zona, a la que hacía un año y pico que no había vuelto. Llegamos, es una torre de veintipico de pisos de altura. La vimos de cabo a rabo, por fuera, porque tiene una manta de ‘Suspensión de actividades’, cuando el gobierno de Veracruz, vía Protección Civil, atendiendo los vientos que soplan de Palacio Nacional, fue y la clausuró. Está fuera del alcance de El Faro y de la estatua de Venustiano Carranza, que tenía unas palomas cagándole la cabeza, y también del antiguo edificio del Banco de México, hoy de Pemex, y riñe en altura con el Hotel Emporio. He subido a dos torres impresionantes, tengo miedo a las alturas, Acrofobia le llaman los puristas del lenguaje, la Eiffel y la de Nueva York, donde estaban aquellas dos torres gemelas. Impresionantes ambas. Aquí no pudimos trepar, me imagino que aún los elevadores no están puestos. Es un litigio para abogados y tribunales, hay las versiones de quienes la critican, y quienes la aplauden y condenan al Supremo Gobierno, sobre todo a AMLO, que fue quien dio la orden de: ‘Torrrrre a la vistaaaa’, como aquel vigía que, trepado en la cofa, gritaba así: ‘Tieeeerra a la vistaaaaaa’.
EN EL TOUR CHILANGO
Luego, como si fuéramos chilangos, caminamos toda esa zona, vimos la estatua del barbón Carranza, La Parroquia, el Monumento a Azueta y a los defensores de Veracruz, al otro lado del mar el famoso fuerte de San Juan de Ulúa, los buques que entran al Muelle, los mismos que sirven para meterlos con su ‘práctico’, que toma el timón porque conoce las entradas bajas y altas al Puerto; los vendedores de lentes que, al venderlos, te dicen: “Para que te veas como Luis Miguel”, las camisetas que portan la leyenda: “Fui a Veracruz y solo me compré una pinche camisetita”, y ahora gorras con el lema de ‘Vistimas’, los chamacos que se tiran al mar por unas monedas, que no se les escapa ninguna, la plaza grande y majestuosa y arrinconados al fondo los vendedores ambulantes, aparte de aquellos que tienen puestos fijos, los que son ambulantes y se ganan la vida honesta, porque una horchata y un volován grande hacen a veces las comidas de los turistas, viendo a los barquitos pequeños y lanchones que dan la vuelta con turistas a la bahía de ese grandioso Puerto, que tiene su diario Notiver, el mejor del país y de muchos de América, por aquí entró la Conquista, la religión, aquí llegaron aquellos barbados que, nuestros indios, al verlos trepados a los caballos, pensaban que eran venidos de los dioses, llegaron también con las enfermedades que diezmaron la población, pero nos trajeron el lenguaje que hoy hablamos y no nos exterminaron como si lo hicieron en Argentina, aunque allá eran muy pocos, aquí aún hablan el lenguaje que tenían nuestros antepasados, el mar estaba quieto, le llaman ‘Mar de plato’, nos dijo el experto Pavón, porque está quieto, sin una ola, y junto allí vimos una estatua al Migrante, muchísimos mexicanos y jarochos y poblanos y defeños vienen de un Migrante, como llegó mi abuelo, el padre de mi madre, Jesús Diez Fernández, quien un día huyendo de la milicia o de hacerlo Cura, como lo fue su hermano, Darío, se vino de Ara de Radas, en la Cantabria, a Villa Azueta, llegó por barco y allí conoció a la abuela Genoveva, y formaron familia. Está allí una estatua (ojo alcalde Yunes Márquez) tapada por ambulantes, solo hay que moverlos medio metro de cada lado, donada por Juan José Venta Corrales, en tiempos de Fidel Herrera Beltrán, gobernador, y Jon Rementería, se ve a un migrante con su boina, su ropa modesta, una pequeña maleta en la mano que ese era todo su equipaje, y mirando al infinito, descubriendo México a través de Veracruz, como lo hicieron todos esos migrantes que aquí encontraron la tierra prometida, del exiliado, del trasterrado, del alejado, el que dejaba familia y tierras buscando un mejor horizonte y quizá rememorando el poema ‘Retrato’, de Antonio Machado: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero”.
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