De Veracruz al mundo
2020-04-11 / 10:23:06
La guerra: cultura, civilización y virus lll




Alfredo Poblete Dolores



Hace un titipuchal de años escuche, por primera vez, dos anglicismos y un galicismo. Los derivados de la lengua inglesa —aunque provienen del griego— son: asertividad y empatía mismos que se tradujeron literalmente de los vocablos: asertivity y empathy; el de origen francés es, rapport que significa: relación. La trilogía de locuciones son aparejos utilizados principalmente en la entrevista psicológica. De ahí —como técnica— emigraron a otros ámbitos de la relación e interacción humana. Como pericias, los tres, se pueden enseñar y aprender.



En la entrevista inicial —médica y psicológica— el profesional de la salud debe establecer rapport. Es decir, construir puentes para crear una relación de confianza entre el especialista y el “doliente”; el experto debe alentar al sufriente para que exprese su problemática en un ambiente cálido y receptivo. Para lograr esa intimidad —que invita a la expresión de los apuros— se debe cuidar todos los aspectos de la comunicación corporal y no verbal. Si se establece el rapport —en ese encuentro— el enfermo sale del consultorio diciendo cosas como: “sentí que me entendió”; “si escuchó lo que le dije”; “a ese médico le tengo fe”, etcétera.



La asertividad es una destreza que se reduce a expresar lo que pensamos o sentimos; nos permite manifestar nuestros acuerdos y desacuerdos. La articulación verbal —de lo que cavilamos— lo manifestamos de manera directa y afable, logrando decir lo que queremos, sin quebrantar —cuando se rechaza o no se está de acuerdo con algo— la dignidad del que está frente a nosotros. Puede ser utilizada en la vida cotidiana para llegar a acuerdos cuando existen diferencias y conflictos o, como dice una persona muy querida y respetada: cuando se enfrentan “un sí con no.” La asertividad no es pasividad ni tampoco agresividad. En la pasividad evitamos —para alejarnos de las rencillas y discordias— decir o pedir lo que queremos y en la agresividad lo hacemos en forma violenta, atropellada o irrespetuosa.



La empatía etimológicamente se relaciona con: emoción, pasión y en algunos momentos del devenir histórico se identificó con dolencia y enfermedad. El término se utiliza, en el habla popular, cuando una persona intenta comprender los sentimientos y emociones del interlocutor y quiera experimentar lo que siente otro individuo. Esa definición es parcialmente cierta. “Sentir tu dolor en mi corazón” o “ponerse en los zapatos del otro” tampoco reflejan lo que es la empatía. El solo hecho de comprender lo que otra persona siente se queda en el ámbito del entendimiento, conocimiento o incluso la identificación. Distinguir las emociones y sentimientos del congénere se reduce a saber qué es lo que experimenta el doliente. Aunque importante y valioso, eso no es empatía. La parte medular de ese tipo de comunicación —que casi nunca se menciona— es expresarle al oyente, con palabras, un extracto de las emociones que está viviendo y los sentimientos que borbotean al interior de su alma. La comunicación empática se elabora con frases sencillas y francas: “Te percibo enojado por…”; “Creo que la preocupación por… no te deja dormir…”; “Estás muy triste desde que sucedió…” etcétera. La simpatía no es sinónimo de empatía y tampoco es antónimo de antipatía. El empático no es alguien “buena onda” ni tampoco alguien con mercurio o plomo en las venas.



Cuando trataron de aplicar los conceptos y habilidades —descritos líneas atrás— en campos diferentes al humanístico surgieron desatinos. Ejemplo de lo anterior lo encontramos en la esfera de la mercadotecnia y las ventas. Ahí, la empatía y la asertividad, se convirtieron en



instrumentos de manipulación y maniobras deshonestas. El término tampoco se puede aplicar al mundo de la política. Si se hace, es necesario utilizar un calzador y, las imprecisiones y equivocaciones se hacen evidentes. El presidente López Obrador ha sido tachado —entre otros burdos y torpes señalamientos— de “poco empático” y descalificado por lo mismo. Reitero, la empatía no es un instrumento de la política. Entiendo que sus malquerientes lo ataquen con cualquier argucia por aberrante que sea; pero, “poco empático”, es excesivo.



El presidente, no es terapeuta ni médico y, por ello, no necesita la empatía para comunicarse en las mañaneras o en sus eventos públicos. El mandatario federal utiliza instrumentos de la política para entrar en contacto con sus audiencias y para “tender puentes” con el pueblo. Sus herramientas y argumentos se sustentan en la historia, sociología y en la política humanista.



Mencionaré —someramente— algunos rasgos, habilidades y conocimientos del presidente. Él desarrolló una sensibilidad especial con los desposeídos del país. Su origen personal, formación académica y primeros encargos profesionales lo sensibilizaron para mirar y escuchar las necesidades del pueblo mexicano. Fue testigo del hambre, enfermedades, muertes sin sentido, apremios monetarios y otras injusticias sociales que estaban presentes en las comunidades tabasqueñas. Esas vivencias lo acompañaron en sus primeras décadas de vida. Vislumbró a cabalidad que su estado natal y el país estaban transitando caminos infames; que la estructura económica fomentaba la desigualdad y la injusticia, agregue usted, que los gobiernos y partidos políticos estaban cundidos de ladrones y saqueadores. Descubrir tanta canallada fue doloroso para el joven e indignante para el egresado universitario de ciencias políticas y sociales. Supongo que a partir de ese momento se hizo el compromiso —consigo mismo— de luchar contra toda bajeza política y mezquindad económica. Presumo que en esos momentos descubrió su vocación y surgió el luchador social y el político humanista.



Los discursos y acciones de AMLO están dirigidos principalmente a cuatro tipos de oyentes: el pueblo, la “sociedad civil”, los medios de comunicación y los potentados. Cada una de esas audiencias recibe mensajes claros y contundentes; no hay dobles mensajes ni hipocresía en lo que dice; fomenta el orgullo y dignidad del desposeído y ninguneado; tiende puentes de entendimiento con ellos; los apoya con recursos públicos para que sobrelleven los infortunios; por otra parte, marca su raya con los potentados corruptos y golpistas; a los “comunicadores” les señala y reprocha su falta de ética y poco profesionalismo para desempeñar sus labores. Alejó las huecas peroratas que hacían referencias a la productividad, rentabilidad, maximización, competitividad. Esas alocuciones igualaban país con empresa y ponerse al frente de una institución pública equivalía a realizar labores gerenciales; esos disparates y desatinos de los gobiernos pasados se fueron a la basura. Esas formas “civilizadas” de hablar y actuar el pueblo e infinidad de clase medieros nunca lo entendieron a cabalidad.



Son tantas las sandeces que circulan en las redes que algunas causan basca. Otro de los ataques que se replica con virulencia inusitada —incluyendo foto truqueada— es: “viejo decrépito.” Una torpeza más de los incultos adversarios. A ellos les hago llegar una cápsula cultural, decrépito significa: “muy disminuido físicamente a causa de la vejez.” Un hombre que trabaja intensamente 112 horas a la semana ¿está disminuido? ¿Conoce usted a alguien que soporte tal cantidad de presión nacional e internacional con la entereza y aplomo de López Obrador? Cuanta bajeza para descalificar a un político perseverante y digno presidente. alfredopoblete@hotmail.com

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