De Veracruz al mundo
2020-04-04 / 11:57:47
La guerra: cultura, civilización y virus ll




Alfredo Poblete Dolores



El lenguaje oral y escrito es un logro de la civilización humana. Gracias, en gran medida, a la palabra hemos progresado individualmente y las comunidades se han desarrollado. También es cierto que esa sofisticada elaboración humana —en ciertos momentos de la historia— derrumbó avances culturales y nos llevó a retroceder como sociedad.



De manera esquemática podemos decir que la comunicación es el proceso que permite transmitir y recibir mensajes. Dicho de otra manera, durante el episodio comunicativo, dos o más personas se relacionan a través de mensajes lingüísticos que fluyen de un lado a otro. Transmitir y recibir mensajes no es un proceso simple, llano o exento de dificultades. Existen barreras y obstáculos que complican el proceso de elaboración, difusión, captación y procesamiento de mensajes hablados o escritos. Me enfocaré en dos categorías de impedimentos o estorbos que enredan lo que uno dice y confunden o enmarañan lo que uno percibe. Los dos escollos, ineludibles, están relacionados uno, con la naturaleza humana y el otro —paradójicamente— con el avance del lenguaje y formas de comunicación personal.



Ambas dificultades o escollos están arraigados en los dos “actores” del proceso comunicativo. Tanto el que habla o escribe como el que escucha o lee están imbuidos hasta el tuétano de las dos condiciones entorpecedoras que impactan las relaciones humanas.



Las barreras semánticas están relacionadas con los bretes en que nos metemos cuando no entendemos el significado de las palabras. La ignorancia empeora el entendimiento de una palabra, frase o discurso. Desconocer el significado de las palabras o la delimitación de las mismas provoca que no entendamos un mensaje o lo interpretemos de manera distinta a lo que originalmente trató de significar. También podemos expresarnos de manera inadecuada por falta de cultura lingüística y comunicarnos con serias dificultades o de manera errática.



Todos los seres humanos tenemos una serie de filtros para tamizar o cernir lo que escuchamos. Esos coladores son verdaderas barreras psicológicas. Creencias, suposiciones, ideas arraigadas, prejuicios y predisposiciones anímicas o emocionales influyen en como recibimos o interpretamos los mensajes. La ideología y los intereses monetarios también influyen para que —entre otros personajes— los intelectuales y periodistas escojan los temas sobre los que escriben y las opiniones o argumentos que esgrimen sobre esos contenidos.



Estamos inmersos en una pandemia causada por un coronavirus. El gobierno federal a través de su vocero oficial ha informado —con claridad y pertinencia— desde hace tres meses acerca de la evolución de la epidemia y las medidas sanitarias que deben tomarse para contener y mitigar los efectos de ese virus. Lo ha explicado con “peras y manzanas.” Aun así, entender el mensaje del epidemiólogo es dificultoso para un sector de la población; otra porción de la población no se entera por falta de tiempo, de interés o por no contar con los medios para hacerlo; un último segmento desvirtúa por mezquindad —entre otras razones— el sentido de los mensajes e indicaciones del galeno.



Ejemplos de ignorancia, creencias e ideas arraigadas —como testimonio de barreras comunicativas— las podemos percibir con nitidez en las calles. Una mujer de edad avanzada que al ver platicando a —supongo— dos conocidas se acercó a ellas y escuché que les dijo:



“¿siguen con el chisme de esa enfermedad?”; en la TV entrevistaron a un turista chilango de 72 años que disfrutaba del calor y la playa; la reportera preguntó si estaba enterado del problema sanitario. Dijo que esos eran “inventos del gobierno para controlarnos”. Por un lado la ignorancia —de la anciana— para comprender la dimensión del problema y reducirlo a “chisme”; por otro lado, la suposición construida y fundamentada —a lo largo de algunas décadas— de que los gobernantes son mentirosos, chapuceros o hipócritas. El “bañista” capitalino no logra vislumbrar por barreras culturales, visuales y auditivas los cambios de fondo que están sucediendo en la vida política del país. No respetar la “sana distancia” en las filas del banco o la tienda; notar que algunos transeúntes van tosiendo o estornudando sin cubrirse la boca con la parte interna del brazo nos habla de un pésimo procesamiento de la información —con respecto al virus— que la población recibe cotidianamente. El miedo —como motor para tomar providencias— no hace mella en estos sectores de la población; más bien, muchos de ellos, se tornan temerarios, imprudentes o irresponsables.



Las creencias religiosas —magnificadas por algunos sacerdotes y pastores— de rezar tres padres nuestros para no contagiarse o que si me contagio —con el virus— el santo de mi predilección acabará con la enfermedad; que lo que estamos viviendo es castigo divino, etcétera. Los curas y pastores en lugar de andar metiendo miedos, recomendando remedios mágicos o achacando culpas deben invitar a sus fieles para acatar las indicaciones sanitarias y no agravar el problema. Esto último sería una gran ayuda —para contener o mitigar el problema— por el grado de influencia que esos sacerdotes tienen sobre la feligresía.



Los “cultos” y “civilizados”, enemigos ideológicos de la 4T, parece que no escuchan lo que el presidente dice diariamente en las conferencias mañaneras; también tergiversan o desdeñan lo declarado en los foros de salud que la autoridad sanitaria difunde todos los días a las 7 pm. Empresarios, industriales y políticos que perdieron privilegios —con las nuevas disposiciones gubernamentales— están muy enojados. Al muro auditivo —propio de la doctrina conservadora— agregue usted la barrera emocional. De todos es sabido que encabronarse conduce a perder el juicio y a distorsionar la realidad que se juzga y, también es cierto, que bajo esas circunstancias se dicen muchas sandeces y tonterías. Algunos de ellos están tapiados de los oídos y son torpes para atacar al afamado y reconocido vocero del sector salud.



En tiempos de calumnias, falsedades y bajezas es menester reconocer a los informadores que hacen su trabajo de manera profesional, algunos de ellos manifiestan —con pertinencia— sus comprensibles diferencias con la 4T; existen otros que por su formación ideológica escriben o emiten opiniones contrarias a las políticas gubernamentales. Ellos ejercen su labor de manera digna y respetable. No debemos confundir a ese grupo de periodistas e intelectuales con los gacetilleros por encargo; con los que vendieron pluma, ética y entrañas a politicastros y sedicentes empresarios que quieren —con toda su alma— seguir sangrando las finanzas y la economía nacional. Las introducciones favoritas de sus libelos son: “trascendió que…”; “se rumora que…” o de “buena fuente se sabe que…” seguidos de una sarta de infundios, vaguedades y ataques virulentos que en los hechos se convierten en una peligrosa “infodemia”. Sus panfletos y diatribas son sumamente dañinos a la dinámica social. Esa postura editorial puede contribuir a que la epidemia se salga de control. Si eso sucede, sobre sus conciencias flotarán las muertes provocadas por su inescrupuloso proceder.



alfredopoblete@hotmail.com

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