De Veracruz al mundo
2020-03-21 / 10:53:18
La guerra: patología e identidad nacional V y último


Alfredo Poblete Dolores



Existen dos tipos de populismos: el de derecha y el de izquierda. Lo que en esencia comparten y los hace similares también los divide y los hace distintos. Ambas posiciones políticas dirigen sus mensajes y discursos a las emociones más profundas de sus adversarios, simpatizantes o de potenciales agremiados.



Los discursos de la derecha hurgan y atizan ahí donde anida el miedo y el temor; los de izquierda buscan los escondijos donde habita la seguridad y la esperanza. Los de derecha quieren paralizar a los pueblos, que la dinámica social quede estática; quieren que las condiciones políticas y económicas de los pueblos no varíen y ellos sigan sacando provecho de esas circunstancias; pretenden conservar el statu quo. Los de izquierda buscan que los pueblos se movilicen buscando —entre otras cosas— justicia social, equidad e igualdad en varios ámbitos de la vida. Cuando los movimientos políticos de izquierda o progresistas generan mucha esperanza entre el pueblo, los poderes fácticos y las élites se turban y son poseídas por el miedo. La razón es sencilla, temen perder sus posiciones y sus posesiones.



Otro rasgo que comparten ambas posturas políticas es el manejo del futuro. Cuando la créme de la créme de los grupos conservadores se siente amenazado por el avance político de los pueblos, diseminan escenarios catastrofistas para contener el progreso popular y difunden —por todos los medios— futuros desastrosos tendientes a desmoralizar a los pobladores apegados a los movimientos progresistas. Los identificados como movimientos de izquierda elaboran y divulgan porvenires con marcados rasgos de bonanza que ilusionan y destinos sociales que motivan al apoyo y refuerzan la adhesión a esa postura.



El populista de derecha o conservador es —por naturaleza— demagogo. Cuando en sus discursos ofrecen futuros luminosos para el pueblo o prometen progreso social —de antemano— se sabe que no van a cumplir o que harán todo lo contrario a lo prometido. Son, en otras palabras, fraudulentos. El populista de izquierda o progresista está obligado a cumplir lo que promete. Ese tipo de político debe —desde un principio— encaminar sus pasos a la consecución de lo prometido; debe también ofrecer resultados tangibles que demuestren la congruencia entre el decir y el hacer, en ese afán deben permanecer —mínimo— durante el tiempo que desempeñe posiciones de poder. La calificación de progresista no es a priori. Si no hay congruencia entre el discurso progresista y sus acciones políticas podemos calificar a ese “izquierdista” como charlatán, demagogo e identificado con la postura conservadora. De éstos últimos, existen incontables personajes incrustados en las filas de MORENA. Esos políticos embozados, camaleónicos o incompetentes son más peligrosos y dañinos —a los movimientos populares— que los políticos conservadores. MORENA puede colapsar —en el mediano plazo— si esos personajes disfrazados de progresistas van avanzando —al interior de ese partido político— y conquistan posiciones de mando y poder. Esos falsarios acaban con la esperanza de sus militantes y simpatizantes y desbaratan la ilusión de los pueblos.



Para ilustrar parte de lo descrito, solo aludiré a un puñado de personajes conservadores que mintieron —en el pasado reciente— con respecto a un tema: el energético. Un presidente anunció la construcción de una refinería en Centroamérica y no cumplió su ofrecimiento. Otro prometió construir una factoría de ese tipo en el estado de Hidalgo y no concluyó ni siquiera la barda perimetral. El siguiente “mandatario” prometió una retahíla de engañifas que acarrearía



la reforma energética: progreso, bienestar, modernización, adelanto tecnológico, etcétera. Muchos politicastros —firmantes del pacto por México— no pudieron contenerse y opinaron, favorablemente, con respecto a la privatización de la industria del petróleo. Algunos declararon que —gracias a la reforma energética— se iban a crear cientos de miles de empleos y las inversiones serían en billones de pesos; otros dijeron que gracias a la “reforma” iban a bajar los precios de las gasolinas, de la energía eléctrica, etcétera. Los ofrecimientos de bonanza, progreso y modernización los hacían a sabiendas que desmantelaban y saqueaban la industria petrolera; se privatizaba el sector salud, etcétera; se entregaban otras riquezas nacionales al extranjero; asentían y aprobaban, desde sus curules, otras canalladas en contra de México. Los periodistas y los medios de comunicación aplaudían la entrega del país. Los halagos de esos pérfidos “informadores” fueron compensados con viles e indignos sobornos.



El coronavirus ha unido a los conservadores y no lo hacen para combatir al diminuto y peligroso enemigo de la humanidad. Se juntaron para luchar contra del gobierno de AMLO. Critican las políticas públicas de salud, elaboradas —entre otros— por un destacado epidemiólogo. Reconocido dos veces, en éste año, por la OMS. Señalan que la forma de atacar la epidemia es fallida y por tal razón veremos mortandad, caos y desastres. Con perversas y torpes peroratas, pretenden exacerbar las naturales emociones —provocada por el virus— como son el miedo y pánico al bicho y, el enojo, contra el gobierno. Provocar caos es la consigna.



Reemitámonos a marzo de 2009 y ubiquémonos en Perote, Veracruz: el caso 0 de un tipo de gripa —desconocido hasta ese momento— que fue bautizado como AH1N1. Un médico gastroenterólogo se encontraba al frente de la secretaría de salud federal, un economista en el IMSS y un abogado en el ISSSTTE. El primero de ellos jugó su papel como responsable de la salubridad nacional y también asumió el rol de vocero. Como portavoz se irritaba y perdía el control de sus emociones; regañaba a los reporteros que hacían —en algunas ocasiones— preguntas incomodas; también proporcionaba datos equivocados y cifras erróneas. Lo más grave, muchas de sus decisiones fueron a destiempo. En el caso de la gripa AH1N1 el brote no se importó y por ello no hubo, técnicamente, fase 1. Dependiendo del avance territorial del problema o numérico del contagio se cataloga la enfermedad y esa clasificación (fase 1, 2 o 3) es un referente y vital insumo para la toma de decisiones. A los seis o siete días del surgimiento del AH1N1 estábamos inmersos en plena fase 2, con centenas de infectados. La incapacidad e ignorancia de los funcionarios era evidente. Con un retraso de treinta y tantos días se tomó la decisión de suspender los eventos masivos —sociales, deportivos o culturales— cerrar escuelas y restringir la vida social. Los populistas de derecha, los politiqueros y gacetilleros nunca cuestionaron las torpes e inoportunas decisiones del mandatario en turno, del secretario de salud o de los otros funcionarios federales y no hicieron escándalo —ni se condolieron—por los centenares de muertos que provocó la epidemia del 2009.



Hoy, los conservadores —preocupados falsamente por la salud del pueblo— atacan con sus armas favoritas: las vilezas, infamias y calumnias. Los politiqueros esparcen tóxicos mensajes con efectos baladíes y virulentos ataques de escasa credibilidad. Resurgen los “informadores de patrañas” especializados en aplaudir, halagar y publicar ditirambos favorables a la macolla de perjuros y corruptos; ahora los “patrocinadores de la adulación”, desde sus escondrijos o cobijados por la noche, se encargan de repartir —entre los gacetilleros— pingües “cochupos” para que ataquen y descalifiquen a la 4T y desinformen sobre el coronavirus.



alfredopoblete@hotmail.com

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