El enojo que día a día manifiestan las figuras del grupo gobernante, empezando por una presidencia ofuscada por las preguntas que buscan saber o entender los sucesos cotidianos en lugar de alabar y agradecer, es una permanente muestra de la intolerancia y la visión autoritaria que solo se reconoce a sí misma. La indignación solo puede plantearse sin ser descalificada si no atenta contra la seguridad de reconocer que vivimos tiempos inéditos de transformación, en los que solo los necios y los que se ven molestados en sus privilegios tienden a no reconocer. No, no es normal lo que sucede afuera de palacio y tampoco es bueno.
El anclaje discursivo de las y los transformadores es negar, descalificar, mentir y apostar que la “legitimidad” de representar al “pueblo”, así, en singular, les permite hacer todo lo que se les ocurra para beneficiarse, y que la crítica que genere el abandono de sus responsabilidades, la muestra cada vez mayor de corrupción e incapacidad, su flagrante cinismo y la insensibilidad ante el sufrimiento de los gobernados y por ello el derrumbe de sus podios morales, solo se realiza por intereses oscuros y por traidores a la patria.
La mostrada intolerancia a la crítica y a los señalamientos sobre sus gestiones, particularmente ante el asesinato de Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan, Michoacán, son esa nota que desnuda no solo la crisis de la política pública de seguridad, tan festejada por la presidencia y aplaudida efusivamente por sus incondicionales en los gobiernos de los estados, en las cámaras legislativas, en sus partidos, sino que específicamente evidencia el verdadero gesto “demócrata” y de “humanismo” de la presidenta de la cabeza fría que descolocada e encolerizada ante los eventos o preguntas, responde con enojo, con evasivas, o con cuestionamientos que no le son solo propios, sino muestra de muchos de sus referentes políticos gobernantes o representantes en todos los niveles.
La intransigencia, la nula voluntad de reconocer las opiniones de otros y particularmente de quienes consideran sus enemigos, es la respuesta del talante autoritario que cada vez se hace más que evidente. Tras de ello, la vehemencia de ignorar la realidad que, tozuda, les presenta cara a cada momento y que pone en cuestionamiento la narrativa de superioridad moral de quienes se dicen “del lado correcto de la historia”.
Por otra parte, son puntuales potenciadores del enojo de la presidenta, los cuestionamientos hacia el mesías, sobre sus ya desnudados actos de montaje y mentiras, de maledicencias notables en las corruptelas, en sus oscuras complicidades y pactos para sumar con ímpetu al deterioro, al desastre de nuestro país, a la polarización y a la barbarie esquizofrénica en la cual nos vemos arrastrados.
La intocabilidad del prócer es aun y con todo el escenario complejo de nuestro país, el centro de la preocupación presidencial. Ay de aquel que comente algo contra el líder o refiera un hecho que lo involucre. La defensa presidencial es fúrica e inmediata; el líder y su entorno familiar, sus amigos, sus aliados, todos en complicidad merecen la protección y el resguardo legal, político y mediático. El andamiaje usado para la destrucción democrática y republicana, el proceso autocrático en consolidación, debe ser protegido contra todo y contra todos. El adusto gesto presidencial, mal disimulado con una leve y forzada sonrisa, hace notar la disciplina mostrada y la lealtad repetida a toda prueba. Disciplina y lealtad están allí como garantías de que el modelo autoritario, dirán ellos, llegó para quedarse.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Para el oficialismo feminista, la única mujer a la que hay que defender se llama Claudia. El dolor , la violencia e incluso la muerte del resto no son relevantes .
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