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jueves 18 de abril de 2024

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2020-04-18 / 10:36:36

La guerra: cultura, civilización y virus lV

Alfredo Poblete Dolores

La democracia se instituyó en Atenas 500 años antes de la era cristiana. Esa forma de relación social y política fue una respuesta a los gobiernos tiránicos de los oligarcas. En la democracia griega, ni esclavos, campesinos o mujeres se consideraban ciudadanos y no participaban en las decisiones públicas. La nueva organización política fue longeva y demoró —con sus altibajos— unos trescientos años. Ahí se encuentran los vestigios de la democracia occidental tal como la conocemos en nuestros días.

Otro hito cultural y civilizatorio fue la revolución francesa. El conflicto armado en tierras galas duró una década (1799-1789). De un sistema monárquico se pasó a una república. Los pobladores franceses pasaron de ser súbditos —de la aristocracia y el clero— a ciudadanos con derechos civiles. Los burgueses —como clase social— tomaron el control político y social de la república francesa. Las leyes y las relaciones de variado tipo sufrieron un viraje severo. Todas las instituciones se renovaron: las que conducían la economía, legislaciones y normas, la educativa y las de administración pública se reorganizaron de diferente manera; el rol de la iglesia y sus formatos —de control popular— sufrieron menoscabos; también fueron tocadas la ciencia y las artes, etcétera. La vida política se desarrolló en instituciones de nuevo cuño y con dinámica diferente al pasado inmediato. El lema de “libertad, igualdad y fraternidad” pasó de consigna revolucionaria a ley con marcado acento humanista. Se proclamó por primera vez —en el mundo occidental— una legislación de vanguardia que no hacía distingos de ningún tipo; igualaba a todos ante la ley; el pensamiento y la expresión pública fueron liberados y se buscó que —independientemente del origen o clase social— los franceses se hermanaran y fueran solidarios entre ellos.

Han pasado algunos siglos desde que los atenienses convivieron en democracia y algunas centurias que la revolución francesa pregonó la igualdad y fraternidad entre ellos. En algunos países y en distintas épocas la democracia se consolidó y los ideales galos de pusieron en práctica. Esos avances culturales y civilizatorios sufrieron vaivenes, desviaciones y retrocesos. Los anti demócratas, tiranos, remedos de aristócratas, elitistas y anexas no están muertos, siguen actuantes y luchan en varios países por recuperar el poder político y económico; en otros —desafortunadamente— ya están tomando decisiones de alto calado.

En nuestro país nunca hemos vivido en democracia. Con el General Lázaro Cárdenas (1934-1940) hubo chispazos de convivencia democrática que el siguiente período presidencial apaciguó. Manuel Ávila Camacho (1940-1946) sofocó todo anhelo democrático y de justicia social; con él en la presidencia, el pueblo mexicano fue marginado e ignorado. De ahí pal real.

Haciendo un recuento de los gobiernos —federales y estatales— de los últimos ochenta años podemos decir, sin exagerar, que hemos vivido en sistemas caciquiles o antidemocráticos y hemos padecido a tiranos, asesinos, ladrones, saqueadores, autoritarios, traidores —a la patria y a la democracia— y personajes con severos trastornos mentales y muchos de ellos con evidentes adicciones. El PRI y el PAN pusieron en las posiciones de poder político y económico a esa pléyade de siniestros personajes que tanto daño causó —y siguen causando— al país. Esos partidos políticos con algunos pegotes —de igual o peor calaña— se empeñaron en construir un sistema contrario a la democracia, indiferente a las necesidades

populares y muy distantes de los fundamentos y principios humanísticos. En los últimos 36 años los gobiernos priistas y panistas se doblegaron ante el FMI o el BM y dócilmente aplicaron de manera despiadada las recetas neoliberales. Los seis expresidentes anteriores se comportaron férreos y despiadados con los críticos internos a “sus políticas” y, a la vez, fueron sumisos y mansos con los poderes del extranjero.

La cultura priista y la del PAN sufrieron un duro embate en la línea de flotación. Ellos —en gran medida— erosionaron esa parte del navío. Los abusos, ineptitudes, excesos y cinismo provocaron el agotamiento y desgaste político del sistema político neoliberal; con ello, los poderes fácticos entraron en crisis y, momentáneamente, se dividieron. En 2018 el pueblo mexicano cansado de soportar a tanto bribón, entreguista e inepto se volcó en las urnas electorales y con una votación histórica expulsó de las posiciones de poder a los corruptos y sinvergüenzas y, ahora con el presidente López Obrador se atisban señales de independencia hacia los poderes fácticos del país y de dignidad en las relaciones internacionales.

La irrupción de la 4T en la vida nacional está trastocando la estructura y dinámica de la esfera económica y financiera del país. Los enemigos de las políticas transformadoras no están contentos que les hayan quitado el control y ganancias del “huachicol” y de las estancias infantiles; los grupos de la “sociedad civil” están que trinan por los privilegios perdidos y nada contentas están las “organizaciones campesinas” al esfumarse sus provechos y cuotas de poder; los sindicatos “charros” andan fuera de sus casillas al cancelarles sus raterías, etcétera.

Los que detentaron el poder económico, en las últimas décadas, siguen operando para recuperar lo que “es de ellos”. No se resignan ver las arcas públicas cerradas a sus desmanes y abusos. Ahora con la pandemia del coronavirus reaparecen en el escenario político con su verdadero rostro: descarnado, putrefacto y monstruoso. Con esa fealdad y desfiguro atacan —con mucho brío y desvergüenza— todo intento y acción del gobierno por controlar al mortal virus. Quieren socavar la autoridad política y moral del presidente y, al mismo tiempo, descalificar los conocimientos del cuerpo de especialistas en epidemiologia y salud pública.

En estos momentos, a los oligarcas y traficantes de medicinas no les permiten participar en el negocio de las pruebas rápidas, productos desinfectantes, respiradores artificiales, cubre bocas, ropa hospitalaria, etcétera. Algunos empresarios del ramo de la salud son, a su vez, dueños o accionistas de medios de comunicación; desde esa posición ordenan a sus gacetilleros y a integrantes de la mafia periodística atacar —con torpes libelos— al presidente y a la cara visible de las políticas de salubridad. El virus y la virulencia de sus ataques —más temprano que tarde— se virarán sobre ellos y les pegarán donde más les duele: sus bolsillos.

Los doctores Hugo López-Gatell (capitalino), José Luís Alomía Zegarra (norteño) y Gustavo Reyes Terán (istmeño-oaxaqueño) hacen gala de conocimientos sobre el tema de la pandemia y ponen en evidencia la ignorancia de sus críticos y detractores; muestran —sin que ese sea su propósito— la parte más mísera del gremio periodístico. La macolla mediática-empresarial pierden credibilidad a pasos agigantados; ellos deben entender que no es momento de vilezas, egoísmos, codicias o rapacidad. Es tiempo para el humanismo, con algunas de sus vetas más preciadas: la fraternidad, solidaridad y compasión.

alfredopoblete@hotmail.com