La vida se nos va entre el aburrimiento del encierro y el cómo y cuándo pasar las horas. Estas si son como las de Cantoral, marcan las horas porque voy a enloquecer. ¿Qué hacer? Pues poco, entre regar el jardín porque las lluvias no llegan, cuidar un poco las plantas y por las tardes bajar y echar una platicada con ellas, la vida se nos va con Netflix, viendo sus estrenos y lo qué se pueda, y los libros. Ahora ando entre cuatro, uno por rato, los temas son diferentes. Encuentro a Miguel Ángel y sus pleitos con el Papa Julio, en su historia de una vida épica. Retomo y leo de nuevo el extraordinario libro del presidente asesinado: JFK: Caso abierto. En él vislumbro la vida de Camelot, de cómo la Comisión Warren se hizo la desentendida y culpó solo a Lee Harvey Oswald, un crimen perfecto, con un solo tirador y varias balas misteriosas. Como aquel tres Aburto que aparecieron en Lomas Taurinas, Caso Colosio. Uno de Rafael Pérez Gay, ‘Perseguir la noche’ y El Juicio, Crónica de la caída del Chapo, escrito por un buen periodista j. Jesús Esquivel. Mario Vargas Llosa, en entrevista en El País dijo que, encerrado por la pandemia en su casa de Madrid, se sentía un hombre muy afortunado, porque ahora su vida es leer y leer y leer, como aquella canción de José Alfredo Jiménez, la de. Llorar y llorar, llorar y llorar. Y lee a Benito Pérez Galdós.
EL BOSQUE DE LOS RELATOS
Y leí un texto en El País, en cuál más, de Irene Vallejo, ‘El bosque de los relatos’, donde se asimila la importancia de leer: “Más que nunca en estos días, te refugias en la lectura. Desde los libros te hablan voces de autores muertos y escritoras lejanas, como las estrellas que brillan para ti después de apagarse. La posibilidad misma de charlar tranquilamente con fantasmas de otros tiempos es un hecho asombroso que alguna vez intentarás explicar a tu hijo. Le dirás que en sus páginas nos relacionamos con el pasado y lo escuchamos. Un perro, un gato o una pulga no saben cómo era el mundo antes de su nacimiento. Nosotros, gracias a los libros, podemos adentrarnos en la mente de nuestros antepasados hasta épocas remotas y, por añadidura, sabemos bastante sobre la vida de los gatos, los perros y las pulgas de otras tierras, incluso de otros siglos.
A tu hijo le gusta que aparezcan animales en las historias, así que la noche del día del libro le contarás el viejo mito griego de Orfeo. Se decía que con sus cantos amansaba a osos y leones, interrumpía el mordisqueo de los roedores, hechizaba a las hormigas que trepaban en hilera por los pinos, detenía el agua de los ríos, hacía bailar a los árboles y sentir a las piedras. Y cuando fue a rescatar a su amada Eurídice de la casa de los muertos, ni siquiera el perro de tres cabezas ladró, fascinado por sus versos.
Después de dos arrestos en el Gulag soviético, Varlam Shalámov recordaría que resucitó al recorrer los pasillos de una gran biblioteca. El psicólogo austriaco Viktor Frankl, superviviente de Auschwitz, afirmaría que sobrevivían mejor las personas lectoras porque su imaginación les permitía abstraerse del terrible entorno y construirse un mundo interior rico y protector. “Solo así”, escribió, “se explica que los más frágiles soportaran mejor la vida del campo que los de constitución más robusta. Los libros no son distracciones para escondernos y escudarnos, sino palabras aladas que nos permiten expandirnos, revivir en los sueños de otros. Como sabía Orfeo, lo que no existe también te hace más fuerte”.
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