De Veracruz al mundo
2020-02-22 / 10:15:34
La guerra: patología e identidad nacional
Alfredo Poblete Dolores



En todos los conglomerados humanos existen torceduras, taras o patologías sociales. Un rasgo que comparten —las comunidades y grupos— es que sus trastornos no aparecen espontáneamente o que sus degeneraciones se hayan formado de la noche a la mañana; el proceso mórbido emerge, se consolida con lentitud y puede ser demoledor para el desarrollo de las colectividades y para la moral de un pueblo. Lo que hace diferentes a los grupos y sociedades humanas es la forma de enfrentar sus lacras y degeneraciones.



La corrupción es un fenómeno pernicioso que vulnera el espíritu de los pueblos y socava el presente y futuro de generaciones enteras. En nuestro país esa calamidad se agudizó en los últimos 40 años. La clase política de México envileció la vida nacional. En el PRI, PAN y PRD se enquistaron varias personalidades que hacían —y hacen gala— de sus miserias anímicas. MORENA no está exento que en sus filas haya farsantes, canallas y hampones. Con sus decisiones —esos encumbrados dirigentes—pervirtieron la economía, política y vida social. Casi todas las instituciones se deterioraron por patologías sociales de distinta índole: ineptitud e inexperiencia política, indecencia y deshonestidad, el desprecio a las leyes y la impunidad campearon con esplendor. Un gremio envilecido es el de los periodistas e intelectuales. Los más conocidos del país fueron enviciados —por políticos inescrupulosos— con sobornos. Sus almas y profesiones fueron prostituidas y hoy —los más connotados— deambulan con los bolsillos atiborrados de dinero, el descrédito a cuestas y el alma putrefacta.



Los miembros patológicos de la clase política, cuando alcanzan posiciones de poder —en la administración pública— provocan, con su actuación, un gran daño a las sociedades que “gobiernan”. Los menoscabos pueden ser materiales —saqueo de las arcas públicas— o anímicas. El político saqueador de las riquezas de su pueblo logra —mediante ese delito y vileza— derrumbar muchos planes y proyectos comunitarios provocando resignación, decepción, enojo o frustración entre sus gobernados.



En el estado de Veracruz encontramos a una clase política mezquina y trastornada. Los últimos gobernantes estatales son prueba fehaciente de la miseria y maldad espiritual. Duarte y Macías son íconos de la torpeza política y de la bajeza humana. “Merezco abundancia” no es un mantra y tampoco se reduce a un pensamiento obsesivo. La angurria —deseo vehemente de acumulación— tiene en el campo de la psicología un parangón más preciso y su abordaje lo hace desde la patología.



La crematomanía es un deseo —insaciable e irrefrenable— por acumular dinero, riquezas y bienes materiales. Debido a ese patológico perfil —éste tipo de personajes— son capaces de, literalmente, anteponer todo con tal de poseer fortunas y propiedades; el excesivo apego a los recursos monetarios los lleva a quebrantar todas las leyes o normas y envilece todo a su alrededor. La familia, amistades, colaboradores, subordinados y grupos más amplios pueden, al estar bajo su influencia, degradarse y prostituirse. Todo depende —para dimensionar la magnitud de los daños— del lugar jerárquico o el poder de mando que puedan alcanzar.



Los crematomanos perciben la realidad de manera enfermiza y distorsionada; son mentirosos consuetudinarios; no poseen en su repertorio anímico, autocritica o remordimientos por sus



abusos; creen merecer todo aquello que obtienen mediante el robo y sus saqueos son cada vez más descomunales. Casi siempre se formaron en familias disfuncionales, carentes de ética y moral. Esos núcleos familiares —formadores de entes patológicos— viven en aparente armonía y en algunas ocasiones —sus cercanos y conocidos— los ponen como ejemplos de concordia, equilibrio, progreso y unión. Son —por decir lo menos— desvergonzados y cínicos. Los insaciables y desenfrenados, desde muy jóvenes, admiraron a personas pudientes o poderosas. Y si el poder y el dinero —de sus idolatrados personajes— lo obtuvieron a base de bribonerías y raterías su veneración es mayor. Interpretan el robo a las arcas gubernamentales como viveza, talento destacado, astucia o maestría en ejercer la política.



El par de monstruos que gobernaron Veracruz no son los únicos —basta revisar el comportamiento de los gobernadores anteriores y sus cónyuges— ni tampoco con ellos inició la degradación de la clase política estatal o nacional. Los últimos seis presidentes —cuando menos—son otros ejemplos de la vileza humana y de la ambición desmedida por saquear las arcas nacionales. Ellos y sus compinches —de igual o peor calaña— pusieron muchas de las piedras del camino que nos condujeron al infierno que vivimos.



Los simplones, perversos o ignorantes atacan —con argumentos vacuos— cuando alguien menciona que gran parte de los episodios horrendos que vivimos, se lo debemos a la clase política — inhumana e insensible— del pasado inmediato. La violencia y la criminalidad de variado tipo tienen —generalmente— causas comunes. Una de ellas está relacionada directamente con la estructura y dinámica social que se fue construyendo —sobre todo— cuando se impuso el modelo económico neoliberal. Esa política económica privilegio y agudizó el individualismo, el egoísmo, la competencia salvaje, la exclusión social, la discriminación, desigualdad e ignorancia y despreció todo aquello que oliera a justicia social y humanismo. En suma: el dinero y poder endiosados y, la vida, y el ser humano ninguneados.



El modelo económico y la política social son dos eslabones de una cadena perniciosa que afectó gravemente la convivencia grupal y la vida cultural del país. Una gran parte de los mexicanos sufrieron menoscabos en su formación ética, con sus consabidas torceduras cívicas y morales. Estamos, hasta la fecha, viviendo en un estado anómico. Es decir, en un estado en que las leyes y normas son ignoradas y su aplicación es nula. La impunidad se enseñoreó en todo el territorio nacional acarreando —en gran medida— lo que hoy vivimos. Es menester subrayar que esas anomalías no surgieron el 1 de diciembre de 2018 o aparecieron por generación espontánea en este gobierno. No, todos esos absurdos sociales son de larga data.



Los académicos dicen que la identidad cultural de un pueblo está conformada por sus valores, creencias, tradiciones, símbolos y comportamientos. Esos elementos intangibles, cohesionan al grupo social y, son esenciales para amoldar los sentimientos de pertenencia y orgullo; además, orientan la conducta individual y social de las personas y grupos. Cuando se socaba o ataca al bagaje espiritual e inmaterial de un pueblo, se logra retrogradar hasta estadios de barbarie y salvajismo como los que contemplamos cotidianamente. Esto último es lo que han hecho —con nuestro pueblo— las políticas económica y social provenientes del neoliberalismo.



Es imperativo —a todas luces— subsanar el espíritu del país y regenerar casi todos los ámbitos de la vida nacional. Llevará tiempo concretarlo, por fortuna, ya empezó y no debe detenerse. alfredopoblete@hotmail.com

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