De Veracruz al mundo
2019-08-24 / 10:16:49
La guerra: hipnosis, tv y redes
En el escenario se encuentran dos personas. Un voluntario del público dispuesto a participar en el espectáculo que se desarrollará y un mago o ilusionista que tiene habilidades para hipnotizar. El evento se reduce —al menos el que recuerdo haber visto— a lo siguiente: el hipnotizador pide al voluntario que se siente en una silla del estrado y le da instrucciones mientras mueve —en forma de péndulo oscilante— su reloj de faltriquera sujeto a una leontina. En cuestión de segundos el voluntario entra en trance hipnótico y está a “merced” del ilusionista. En aquella ocasión el hipnotizador se dirigió al público y les dijo que le iba a dar instrucciones, al hipnotizado, para que cuando regresara al estado de vigilia empezara a caminar en cuatro “patas” como un perro. Dicho y hecho: lo despertó y el voluntario empezó a caminar —alrededor de la silla— como le indicaron; el que conducía el “espectáculo” preguntó al voluntario: ¿Qué estás haciendo? Y el que daba vueltas a la silla en posición poco decorosa contestó: “se me perdió la cartera y la ando buscando”. La orden quedó anclada y sumergida en el inconsciente. El “voluntario” no sabrá, a ciencia cierta, porque gateaba alrededor de la silla y expondrá una aclaración, inventada y racional, que explique su comportamiento.



Algunos suponen que quienes conducen las sesiones hipnóticas son charlatanes que contratan patiños para secundar sus “trucos”. Estoy parcialmente de acuerdo con quien conjetura que en esos espectáculos puede haber farsantes y se pueden colar timadores. Sin embargo, la hipnosis existe. Dos requisitos deben cumplirse para que el fenómeno de la hipnosis se lleve a cabo: el proceso debe ser conducido por un hipnotizador con experiencia y conocedor de la técnica y su contraparte debe mostrar disposición a que, primeramente, lo sugestionen y después lo hipnoticen. Si una de esas condiciones no se cumple no hay hipnosis.



A finales del siglo XlX Sigmund Freud —creador del psicoanálisis— estudiaba el trastorno mental llamado histeria y aplicaba varios procedimientos terapéuticas para superar esa neurosis. Tuvo la oportunidad de conocer en 1885 a Jean-Martín Charcot —neurólogo francés— y aprender, de ese médico, la técnica y recovecos de la hipnosis. Freud aplicó la hipnosis con Emmy y otras pacientes histéricas. La histeria es provocada por el “recuerdo” de un suceso traumático ocurrido en el pasado. El trauma puede ser cualquier evento que provoque miedo, vergüenza o sufrimiento y que amenaza la estabilidad psíquica. Ese suceso amenazante se pierde en los recovecos de la memoria pero el afecto o la emoción concomitante siguen actuando en la vida mental de la persona. Emmy padecía del tic de la tartamudez. La empezó a sufrir 5 años antes de entrevistarse con Freud. En aquel tiempo su hija enfermó gravemente y Emmy sentía un enorme temor que ésta falleciera. Ese tremendo miedo a perder a su descendiente nunca se desvaneció. La perniciosa emoción navegó 5 años en su inconsciente y se manifestaba —en forma de tartamudeo— cada vez que algún suceso le provocaba temor. Freud descubrió — a través de la hipnosis— la conexión temor-tartamudez arraigada en las profundidades mentales de la doliente. Estando en trance hipnótico el psicoanalista “ordenó” a la paciente que trajera a la luz de la consciencia el episodio de la hija postrada en cama y verbalizara el suceso traumático después de que saliera del trance hipnótico. Emmy, siguiendo la orden poshipnótica, trajo —del inconsciente a la vida consciente— el evento perturbador. Emmy dejó de ser esclava —por un tiempo— de las insanas órdenes del inconsciente y la tartamudez se alejó de su vida anímica.



Freud descubrió una máxima del psicoanálisis: la “cura” o superación de muchos trastornos mentales se resuelve trayendo del inconsciente a la esfera consciente los hechos traumáticos o desequilibrantes de la mente. Otro descubrimiento freudiano fue que la hipnosis es efectiva pero sus efectos en la vida de los pacientes es de corta duración. La orden poshipnótica pierde fuerza y, al poco tiempo, los síntomas histéricos o neuróticos se presentan nuevamente. Freud abandonó la técnica de la hipnosis y empezó a utilizar —para acceder al inconsciente— la “asociación libre” de palabras, hechos o eventos y posteriormente utilizó la interpretación de los sueños.



Las analogías nunca son exactas o precisas. Aun así intentaré establecer un paralelismo entre la hipnosis y la televisión: el reloj de faltriquera y la leontina sobre la que fija la atención el espectador y la televisión —donde también se concentra el televidente— es la primera semejanza. Otra similitud la contemplamos entre el “voluntario” que se presta a que lo hipnoticen y el televidente —pasivo— con disposición a recibir instrucciones, indicaciones o sugerencias que emita la TV. Otro parecido: el ilusionista o mago diestro en sugestionar e hipnotizar al “voluntario” del público y el conductor de noticieros o mesas redondas —con sus especialistas y expertos en temas de interés nacional— duchos en influir y moldear opiniones, juicios o sentires de los televidentes.



El “ilusionista” logra, con su técnica y conocimiento, que alguien —en trance hipnótico— “camine como perro” en el estrado y después, el que camina en cuatro patas, olvide la orden poshipnótica y explique su comportamiento con argumentos “racionales” pero carentes de veracidad. A ese evento le encuentro parecido con el comportamiento del “formador de opinión” que se desliza subrepticiamente en las entrañas anímicas del televidente y siembra “consignas” que después, el público cautivo e irreflexivo, repite, como propias, las frases y, actúa de acuerdo a los criterios dictados por los manipuladores de la pantalla chica.



Si es avezado, el guía del noticiero puede embaucar a los televidentes siempre y cuando —subrayo— estén dispuestos a someterse, pasiva e involuntariamente, a las ordenanzas del conductor. Noche a noche los cándidos televidentes son engatusados y ahí radican —en gran medida— los efectos duraderos y la efectividad de la TV. A diferencia de la hipnosis que su efecto es de poca duración. El hipnotizado olvida lo que hizo o dijo mientras estuvo bajo los efectos de la hipnosis y tampoco sabe cuándo se “despierta” porque se comporta como se comporta e inventa razones de su conducta. El televidente pasivo es —si no cuestiona lo que escucha o mira— sometido a las sugestiones y “recomendaciones” del conductor. El receptor inerme a los “encantos” televisivos, cuando deja de ver los noticieros, empieza a opinar —irreflexivamente— en forma similar a López Dóriga, Gómez Leyva o Carlos Marín.



Los medios de comunicación pierden público cautivo porque —entre otras razones— los televidentes dejaron de encender la TV; a los conductores se les cayó la máscara y parte de su audiencia descubrió el rostro, manipulador y patrañero, de ellos; muchos telespectadores dejaron de ser pasivos y actualmente cuestionan lo que les dicen en los medios y, si eso no fuera suficiente, hoy en día —inmersos en la guerra mediática— los medios impresos y de radiodifusión tienen un rival muy poderoso: las redes sociales. La TV, sus conductores y, los medios tradicionales de comunicación van perdiendo la batalla ante su eficaz adversario.



alfredopoblete@hotmail.com

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