EN MAYO de 1991, luego de varias negociaciones con el Gobierno del Presidente César Augusto Gaviria Trujillo, el más buscado criminal de Colombia –y en ese tiempo, del mundo-, Pablo Emilio Escobar Gaviria se entregó a las autoridades de aquella nación, luego de la intervención del sacerdote Rafael García Herreros para que le respetaran la vida y se le permitiera estar en una cárcel reconstruida por el capo. Pablo Escobar, máximo responsable de la violencia en aquella nación, líder del Cártel de Medellín y uno de los grandes jefes del narcotráfico mundial fue ingresado el 8 de Mayo a las cinco de la tarde en la cárcel de Envigado. Después de asegurarse de que no sería extraditado a Estados Unidos que lo reclamaba, Escobar fue trasladado en helicóptero a ese centro de rehabilitación de drogadictos, convertido a marchas forzadas en cárcel de “máxima seguridad”. El proceso de entrega tuvo ribetes cinematográficos. A las doce del mediodía, la Asamblea Nacional Constituyente había aprobado la no extradición para colombianos. Cincuenta y un delegados votaron sí; 13, no, y 4 se abstuvieron. A las tres de la tarde se repartieron videocasetes a la prensa con imágenes de la huida pública de Pablo Escobar. Una hora después, en un jeep y con el rostro cubierto, ingresaron en la cárcel de Envigado cuatro de los lugartenientes del jefe del narcotráfico, entre ellos John Jairo Velázquez “Popeye”, considerado el tercer hombre del Cártel de Medellín. Sesenta minutos más tarde dos helicópteros apostados desde la mañana en el helipuerto de la Secretaría de Gobernación de Antioquia, en pleno centro de Medellín, partieron con rumbo desconocido. Poco después se conoció la gran noticia: Pablo Escobar Gaviria se había entregado a la justicia colombiana. Uno de los helicópteros lo recogió en un lugar montañoso y selvático y lo transportó hasta la cárcel, según contó después el sacerdote García Herreros. Sin embargo, muchos insistieron hasta altas horas de la noche en otra versión: que desde las ocho de la mañana este hombre, posiblemente el más buscado en los últimos años por los organismos de seguridad colombianos, había estado en Gobernación desde donde vivió paso a paso el debate y proceso de votación que eliminó la extradición de la legislación colombiana y de esa manera concretó su entrega. Todo un teatro montado para justificar su detención.
Y USTED se preguntará ¿Por qué el comentario que ni nos va ni nos viene, además de que ocurrió hace 28 años?. Porque este martes la secretaria de Gobernación, Olga María del Carmen Sánchez Cordero Dávila, reveló lo inusitado: -que ha tenido reuniones con grupos de la delincuencia organizada que quieren deponer las armas-, una labor que ya venía realizando en Guerrero el Obispo de la diócesis de Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel Mendoza, quien de tiempo atrás sostiene diálogos con líderes de grupos delincuenciales que operan en la sierra de Guerrero en aras de que le bajen a la violencia. Pero lo de Sánchez Cordero sí es novedad, y cuando alguien le pregunta si están buscando una tregua con los grupos del crimen organizado en Guerrero, la ministra responde: “No, estamos dialogando ahorita, estamos dialogando con muchos grupos, y han manifestado ya que no quieren seguir en esta violencia, que ellos quieren deponer las armas y caminar hacia la paz”, y sin precisar detalles ni dar a conocer a qué grupos se refería, solo concretó que las reuniones se han realizado en Guerrero, Tamaulipas y Michoacán. Se le insistió: “¿Cuáles grupos? Y respondió: -varios grupos, no puedo especificarte en estos momentos, pero son varios grupos de diversos Estados de la República; ellos quieren caminar hacia la pacificación del país, porque ya están cansados de la violencia”, y uno se pregunta: ¿Qué les está ofreciendo el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador a cambio de deponer las armas, y qué capos estarían dispuestos a firmar un acuerdo de paz o entregarse a la justicia, como cuando Escobar Gaviria lo hizo en Colombia?
EL PRESIDENTE Andrés Manuel López Obrador repite constantemente que su pecho no es bodega, y acaso en las horas por venir, en la siguiente mañanera arroje más luz en torno a un tema que resulta espinoso, ya que la experiencia colombiana, según registra la historia, no fue exitosa, pero si la delincuencia quiere deponer las armas, ojalá lo hiciera sin condiciones. Lo grave es que actualmente por cada capo encarcelado o caído bajo las balas de los cuerpos de seguridad, surgen micro células que se van posicionando de territorios, y a la fecha los grupos se dividen en muchas actividades ilícitas: los que se dedican al tráfico de drogas o armas, al huachicoleo, robo de transporte en vías ferroviarias y carreteras federales, robo de autos con y sin violencia, secuestro, extorsiones y hasta lavado de dinero, además de un sinfín de actos que no realiza una sola banda sino cientos, miles de pequeñas organizaciones que son las que mayor intimidación ejercen.
Y AUNQUE fuentes de la propia Secretaría de Gobernación aclararon que los grupos a los que se refería Sánchez Cordero son civiles, esto es, autodefensas que operan contra criminales, y en algunos casos han aceptado deponer las armas y desmovilizarse a cambio de la creación de empleos en las zonas donde viven, la ministra insistió: “Hemos estado en zonas de Guerrero, en zonas de Tamaulipas, en zonas de La Huacana, en Michoacán, para tratar de avanzar en la pacificación del País. Estos grupos, al final del día, se han estado combatiendo unos a otros y han estado cometiéndose los homicidios de un grupo contra los otros y ya no quieren más muertes; quieren avanzar hacia la paz”. Como fuera, ojalá que en realidad el Gobierno Federal esté en diálogo con grupos delincuenciales para que depongan las armas, porque el País ya está muy afectado por tanta y semejante violencia, aunque a decir verdad, lo dudamos partiendo de una sola pregunta: ¿Qué les ofrecería AMLO a los grandes capos? ¿No extraditarlos, como ocurrió con Escobar Gaviria en Colombia que, al final del día se fugó de la cárcel remodelada por su gente, provocando más violencia? ¿Les permitiría inmiscuirse en política, ser alcaldes, diputados o Senadores (ojalá y no porque sería más delincuencia en política)?. Por lo pronto, si se trata de autodefensas, el subsecretario de Gobernación, Ricardo Peralta, fue el primero en dar un paso al frente al ofrecerles a los de Michoacán 100 mil empleos pero que depongan las armas.
EN 1991, meses antes de entregarse a la justicia, el sacerdote Rafael García Herreros dijo de Escobar Gaviria: “Pablo está cansado de su vida irregular. Es un hombre acorralado que quiere cambiar su vida. Por esto está decidido a entregarse a la justicia”, pero exigió a cambio un tratamiento respetuoso y garantías para su vida durante el tiempo de reclusión, y no ser extraditado, aunque finalmente decidió escapar ante el rumor de que, ya en prisión, sería entregado a Estados Unidos, y en ese tenor desató uno de los baños de sangre más crueles en Colombia. La historia suele no equivocarse, y ojalá en México AMLO no se equivoque. Así las cosas. OPINA carjesus30@hotmail.com
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