HUBO UN tiempo en que los políticos mexicanos andaban armados. Fue en el periodo posrevolucionario, cuando la incidencia de asesinatos superó, incluso, al movimiento armado de 1910. Relatan las crónicas de la época que era común ver a diputados y Senadores con tremendo pistolón entrar a los recintos legislativos; gobernadores emergidos de la milicia, presidentes municipales y hasta líderes sindicales mostraban el tamaño del miedo en la cintura, pero también, de la vanidad, ya que un arma los transformaba y les convertía en señores de horca y cuchilla, incluso a genios de la literatura como Salvador Díaz Mirón, hijo de Manuel Díaz, un hombre muy culto, enamorado de las artes y de las letras, bravo militar y poeta como Salvador, quien se trasformaba a traer siempre la pistola amartillada, a grado tal que fue actor de varios duelos, y uno de ellos, en 1878 contra Martín López Luchichí le dejó, a los veinticinco años, el brazo izquierdo deformado e inútil, y exacerba su convicción de que un arma al menos es indispensable para la protección del honor de un inválido. En mayo de 1883 fue a prisión por matar al tendero Leandro Llada, quien lo golpeó con una regla por haber reñido a otro español cuya pipa tenía un relieve obsceno, pero alegó legítima defensa y fue absuelto. El poeta retó, también, a duelo al general Luis Mier y Terán, entonces, Gobernador del Estado, a quien acusaba de la famosa matanza en el puerto de Veracruz de partidarios de Sebastián Lerdo de Tejada, cuando por telégrafo recibió la indicación ordenada por el General Porfirio Díaz de "mátalos en caliente y después averiguas". El ejecutor de los partidarios alegó que no podía responder al reto porque se hallaba ejerciendo un cargo público.
Y PODRIAMOS abordar un sinfín de acontecimientos ocurridos en aquel tiempo, cuando políticos, intelectuales, empresarios y hasta periodistas portaban armas y, sin embargo, muchos terminaron bajo la sentencia bíblica de que: “a quien hierro mata, a hierro muere”. Aún recuerdo cuando en Orizaba alguien preguntó al brillante columnista Manuel Buendía Tellezgirón porque andaba armado, y el bien recordado periodista respondió: -por lo que se ofrezca-. Años después, la noche del 30 de Mayo de 1984, cuando salía de su oficina en la Ciudad de México casi en el cruce de las avenidas Insurgentes y Reforma, un hombre descrito por testigos presenciales como alto y fornido de corte y gorra militar, le hizo cinco disparos por la espalda. Buendía siempre llevaba una pistola con sus iniciales en la cintura, y solía decir entre sonriente y echado para adelante: -a mí, para matarme, me tendrán que matar por la espalda, porque si me atacan de frente me llevaré a varios-, y así se la cumplieron. El asesino le disparó por la espalda y escapó en una motocicleta que lo esperaba, la cual era conducida por el agente de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), Juan Rafael Moro Ávila, sobrino nieto del ex Presidente de México Manuel Ávila Camacho y nieto de Maximino Ávila Camacho (uno de los generales posrevolucionarios que siempre anduvo armado, y autor de aquella frase: -de que lloren en mi casa a que lloren en la ajena, mejor en la ajena-; o del afamado: -me vendes tu rancho o se lo mando pagar a tu viuda-). El asesino material de Buendía fue encontrado tres días después en la ciudad de Zacatecas, víctima de asesinato con 120 puñaladas. Luego se supo que un alto funcionario de la SeDeNa estuvo inmiscuido en el crimen, e incluso un ex yerno de Fernando Gutiérrez Barrios compadre del ejecutado.
SIRVA LA introducción para dejar en claro que si alguien quiere matarte, así traigas pistola, puñal o “choguma”, te matan porque te matan, y en ese sentido la propuesta del alcalde de Rafael Lucio, José Alan Libreros Alba para que los alcaldes veracruzanos puedan andar armados, esto tras el asesinato de su homóloga de Mixtla de Altamirano, Maricela Vallejo Orea, su esposo y chofer, no deja de ser una ocurrencia protagonista y fanfarrona, ya que el munícipe cree que en caso de una emboscada por tres o cuatro sujetos, una 9mm –que sería lo máximo que le autorizarían- será suficiente para hacerles frente y salir bien librado. Nada más iluso que eso, y está demostrado que los atentados no son ocurrencias de un día para otro, sino que obedecen a mucho tiempo de planeación y se cuenta, incluso, con la complicidad de gente cercana al agredido. Armas a los alcaldes, diputados –locales y Federales-, Senadores y hasta Gobernadores sería retornar a los tiempos de la barbarie, ya que si un carguito marea a quienes lo ejercen, sean intelectuales, políticos de profesión o improvisados, no queremos imaginar lo que harían con tremendo pistolón colgando de la cintura quienes en muchos casos apenas saben leer y escribir.
ES CIERTO lo que dice el oriundo de Rafael Lucio, municipio casi conurbado con Xalapa: todos los presidentes municipales, ediles y funcionarios tienen miedo por los hechos de violencia que se han registrado en la Entidad, pero con un arma no van a resolver nada, ya que, precisamente, por ello, al pretender hacer frente a un grupo de personas que solo los quieran asaltar, terminarían muertos. Un delincuente sabe a lo que va, y normalmente actúa bajo el influjo de drogas o enervantes, respaldado por armas de grueso calibre capaces de traspasar vehículos y, por otra parte, no se trata solo de traer una pistola; hay que practicar el tiro al blanco y, aun así, no es lo mismo disparar a un objeto fijo que a un cristiano, y en esas condiciones se dan casos en donde hasta el más pintado se despinta.
POR LO pronto, y que bueno que lo dijo el Gobernador Cuitláhuac García Jiménez, la portación de armas por parte de alcaldes “no es la vía para garantizar su seguridad”, por lo que no avala la propuesta del munícipe de Rafael Lucio, aunque reconoce que no se le puede negar su derecho como ciudadano a buscar un permiso de portación, siempre y cuando reúna los requisitos que exige la Secretaría de la Defensa Nacional, porque tener armas en casa, por supuesto, registradas, ya lo contempla la ley, concretamente el Artículo 10 de la Constitución Política que dice: “Los habitantes de los Estados Unidos Mexicanos tienen derecho a poseer armas en su domicilio, para su seguridad y legítima defensa, con excepción de las prohibidas por la Ley Federal, y de las reservadas para uso exclusivo del Ejército, Armada, Fuerza Aérea y Guardia Nacional” y, por otra parte reseña: “La ley federal determinará los casos, condiciones, requisitos y lugares en que se podrá autorizar a los habitantes la portación de armas”. En fin, más vale que los alcaldes no porten armas, porque en vez de usarlas contra la delincuencia, no faltarán más de tres admiradores de los corridos y la gente a quienes se los cantan, que por quítame estas plumas se le vaya encima a un ciudadano, y valiéndose de sus compadres, como solía pasar con el ínclito poeta veracruzano, Salvador Díaz Mirón, la libre siempre y cuando sean influyentes. Mejor así, y que el General Hugo Gutiérrez Maldonado haga su chamba –o que renuncie- antes que poner una pistola en manos de inexpertos OPINA carjesus30@hotmail.com
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