De Veracruz al mundo
2019-04-20 / 09:23:12
Propaganda: guerra de 4ª generación 5 y último
En algunas ocasiones, las guerras de cuarta generación (G4a) actúan como pinzas. Una de las mandíbulas de ese instrumento bélico es la propaganda y la otra quijada de esa herramienta es la lucha armada irregular. Las bandas criminales son generalmente de naturaleza política-financiera. Para el caso de nuestro país la utilización de las armas se da entre el ejército y policías contra grupos violentos del crimen organizado. En los últimos sexenios la lucha armada se caracterizó por ser una mascarada. Ciertos hechos y pasajes de la historia reciente del país provocan que la suspicacia haga acto de presencia.



Mario “el Chueco” Villanueva Madrid gobernador de Quintana Roo por el PRI (1993-1999) apresado en México (2001) extraditado y vinculado a proceso en EEUU (2007) por trabajar para el narcotráfico, concretamente para Amado Carrillo, el Señor de los cielos. Su labor consistía en hacerse guaje cada vez que un cargamento de estupefacientes pasaba por aquel territorio. Aparte de hacerse zonzo recibía 500 mil dólares por cada carga que atravesaba esa parte de la península. Ante un juez gringo se declaró culpable y admitió haber lavado dinero proveniente del narco. Dijo que desde 1995 enviaba dinero a los paraísos fiscales de Bahamas, Panamá, Suiza y EEUU. El de Mario Villanueva fue el más relevante y reporteado caso de contubernio entre la delincuencia organizada y un alto funcionario de la cúpula priista.



La confabulación político-criminal tiene infinidad de ejemplos en la realidad mexicana. Son de larga data y ahí aparecen hermanos de ex presidentes, secretarios de la defensa nacional, procuradores generales de la república, legisladores, gobernadores, presidentes municipales, etcétera. Algunos de ellos fueron delatados —en tribunales internacionales— por sus cómplices que se encuentran en calidad de testigos protegidos. Algunos de esos políticos están como indiciados en aquellos juzgados, otros tienen procesos de investigación abiertos, etcétera.



En el extranjero se han ventilado y difundido lo que algunos mafiosos han declarado durante los procesos judiciales. Han dicho que en algún momento dieron millones de dólares a los entonces candidatos a ocupar las “plazas” de gobernador. Dieron ese dinero para apoyar las campañas políticas. Como contraparte el político prometió que durante su mandato nadie se inmiscuiría en el tráfico de estupefacientes ni en sus operaciones criminales. El modelo se ha replicado con un sinfín de gobernadores y presidentes municipales. En esos acuerdos se estipula que los montos millonarios seguirían fluyendo mientras duraran en el encargo. El modelo Mario Villanueva-Amado Carrillo floreció y se reprodujo en casi todo el territorio nacional.



No crea usted que esos gobernadores son tan ambiciosos como para quedarse con todo el dinero que recibían o reciben. No, ellos son generosos. Lo distribuyen entre sus colaboradores o lo comparten y dispersan con los coadjutores claves en las clandestinas operaciones.



Pero, ¿Qué pasa cuando deja el encargo ese alto funcionario? Llega otro político —enemigo partidista o adversario de otro instituto coloreado de manera diferente— y se arregla financieramente con otro cártel. La armonía se rompe y la lucha por el control de la plaza se torna



violenta. Es más cruenta y salvaje la embestida cuando el nuevo mandatario no tiene acuerdos con ningún grupo criminal y quiere enmendar el camino.



La guerra mediática que se desarrolla en suelo patrio está siendo financiada por poderes fácticos. Aparte de empresarios e industriales del país lo hacen algunas entidades extranjeras. Basta escuchar a conductores de noticieros en TV o sintonizar las mesas de análisis para percatarse que el enojo — por prebendas perdidas— sustituye al raciocinio de esos panelistas. Otro contribuyente, en esa guerra, es el crimen organizado. Existen indicios para sospechar que algunos periódicos, revistas y portales electrónicos —nacionales y estatales— están recibiendo dinero de manos de políticos que en el pasado sostuvieron relaciones con los criminales, dejaron el cargo por así marcarlo la ley o perdieron en las pasadas elecciones y ahora quieren recuperar el control sobre “sus” territorios. El ataque virulento y muchas veces sin sustento que llevan a cabo esos medios —tradicionales o electrónicos— están orquestados por los exfuncionarios perdedores. Atrás de las balas, pólvora y muerte se encuentran esos mismos personajes.



Siendo malicioso diría que esos ex funcionarios —que invierten en la guerra mediática— no sacan el dinero de sus bolsillos. Los caudales que reparten provienen de la criminalidad. Quiero delimitar: algunos periodistas, columnistas, comentaristas, directivos de medios o dueños de los mismos critican o atacan a los gobernantes actuales por cuestiones ideológicas o posiciones políticas diferentes al criticado y muchas veces lo hacen con justa razón. Ese tipo de señalamientos y oposiciones es positivo y ayuda en la construcción del proceso democrático. Otros, muy pocos, reciben esos “chayotes” sin sospechar de donde proviene ese recurso y digo que son muy pocos porque en el medio periodístico no hay ingenuos. Unos más —me temo que muchos— están enviciados con el dinero, han perdido los escrúpulos o nunca se comportaron con ética en el quehacer periodístico y no les importa de dónde proviene la marmaja.



El asunto de la guerra mediática no se reduce a intentar quitar a un adversario político del poder y que llegue otro. Tampoco se trata de simpatías o antipatías. No, esta guerra tiene los tintes, matices y elementos necesarios para catalogarla como de cuarta generación y muchos periodistas participan involuntariamente o con plena consciencia en esa conflagración.



El uso de los medios para crear un ambiente de rechazo o desconfianza en el gobierno actual es solo un filón de esta guerra. Quebrar la moral y el apoyo de los partidarios del actual modelo económico y social es otra arista de la conflagración propagandística. El objetivo —establecido en el extranjero y secundado por poderosas cúpulas nacionales— es: reimponer el modelo neoliberal; seguir explotando las riquezas naturales del país y, posesionarse nuevamente en el territorio mexicano, clave —por su situación estratégica— en la geopolítica mundial.



Julio César al cruzar el río Rubicón e iniciar la guerra contra Pompeyo dijo: alea jacta est. El momento actual por el que atravesamos como país y en medio de esta conflagración —que será de largo aliento— nos recuerda esa máxima latina que traducida dice: la suerte está echada.



alfredopoblete@hotmail.com

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