EN SU discurso de toma de posesión -el primero de diciembre de 1976-, José López Portillo y Pacheco pidió a los mexicanos “una tregua inteligente para recuperar la serenidad y no perder el rumbo”, pues en aquellos tiempos como ahora, se acostumbraba culpar al antecesor de todos los males que padecía el país. Aquella vez, el hombre que pasó a la historia como uno de los presidentes más frívolos, solapador y corrupto convocó a los gobernados a “organizarnos a partir y a pesar de las crisis para que los niveles mínimos de vida y dignidad, alcancen a todos, particularmente a la población rural y otros grupos marginados, para abatir los desequilibrios más flagrantes que afectan a sectores y regiones del país” y ello, insistió, “nos obliga a crear más empleos, pagar salarios realmente remuneradores y no simplemente nominales; fijar la carga fiscal proporcional y equitativamente; impulsar la reforma agraria integral; definir una sana política de precios; administrar atinadamente las empresas públicas y presentar de modo eficiente los servicios que el Estado proporciona a la sociedad, todo lo cual constituye nuestra forma institucional de redistribuir el ingreso”. El 30 de Noviembre de 1982, sin embargo, López Portillo ofreció disculpas a la nación al hacer un balance de su gobierno, y para demostrar que realmente lo sentía, le brotaron lágrimas a borbotones, pues el peso –que había ofrecido defender como un perro y que la sociedad le exigió que lo hiciera como presidente- estaba devaluado; la pobreza agobiaba aún más a los que menos tienen, mientras que fortunas como la del afamado Arturo “el negro” Durazo, exsecretario de Seguridad del antiguo Distrito Federal, y Carlos Hank González, regente de la, ahora, ciudad de México se agigantaban, lo mismo la del exdirector de Pemex, Jorge Díaz Serrano, entre otros.
DRAMATICO como solía, ser el hombre que permitió toda suerte de caprichos y corruptelas a su esposa Carmen Romano y a su hijo José Ramón, a quien llamó “el orgullo de mi nepotismo” y lo nombró subsecretario de Programación y Presupuesto, imponiéndoselo a Miguel de la Madrid Hurtado que era el titular, pronunció aquel día, tras tantas expectativas que finalmente no se cumplieron: “Admitimos nuestra responsabilidad; pero no nos responsabilizamos por ellas. Como lo he dicho, soy responsable del timón; pero no de la tormenta”, justificando que “todos estos factores: altas tasas de interés afuera que arrastran a las de adentro, baja del precio de las materias primas, exceso de importaciones, disminución de exportaciones, baja en el turismo externo, aumento del turismo nacional al extranjero, colocaron a nuestra economía en una situación súbita de particular vulnerabilidad”, esto luego de que unos años antes había asegurado que México tendría que prepararse para “administrar la riqueza”.
POR ELLO entre lágrimas que la sociedad criticaría siempre, López Portillo golpeó el pódium y exclamó: “A los desposeídos y marginados, a los que hace seis años les pedí un perdón, que he venido arrastrando como responsabilidad personal, les digo que hice todo lo que pude para organizar a la sociedad y corregir el rezago; que avanzamos; que si por algo tengo tristeza, es por no haber acertado a hacerlo mejor. Hicimos todo lo que pudimos, incluso nos lo han satanizado; pero afirmo que sigue siendo imperativo del sistema conquistar por el derecho y el desarrollo la justicia. Más, no pude hacer”. López Portillo no pidió disculpas, pidió perdón y el perdón sirvió para lo mismo, pues a 37 años de aquella escena el país sigue estando tan marginado como entonces, y acaso por ello, antes de exigir disculpas a otro país por la “conquista” -proceso histórico ocurrido entre los años 1517 y 1521, esto es, desde la llegada de los primeros castellanos a las costas de los pueblos mayas hasta la caída de Tenochtitlán a manos de Hernán Cortés y sus aliados autóctonos-, debería pedir perdón a los indígenas que aún siguen inmersos en marginación y abandono.
Y ES que, además, los españoles, se quiera o no aceptar, no fueron al cien por ciento los artífices de eso que llama erróneamente “conquista” –si acaso de la evangelización-, sino los pueblos diversos que vieron en los ibéricos la oportunidad de sacudirse el yugo de la opresión impuesta por el Imperio Azteca, quienes realizaban las llamadas “guerras floridas” para atrapar prisioneros y ofrendar sus corazones al Dios de la Guerra, Huitzilopochtli, además de cobrar fuertes tributos a los conquistados o sometidos. Los oriundos de España eran apenas 411 soldados que difícilmente habrían sometido a una nación como Tenochtitlán, cuyos habitantes eran mayoritariamente guerreros, estrategas, casi kamikazes, como aquellos pilotos japoneses que estrellaban aviones cargados de explosivos contra distintos objetivos en la segunda guerra mundial, suicidándose y arrasando con los enemigos. Por ello, la derrota de los mexicas fue gracias a gran parte de los propios pueblos de lo que ahora es la República Mexicana, que al unirse a los foráneos creyeron liberarse pero, craso error, ya que durante 300 años la dominación española prevaleció imponiendo condiciones de esclavitud a los nuestros, si consideramos que el 13 de agosto de 1521 Cuauhtémoc, el último emperador azteca fue capturado, lo que significó la definitiva caída de Tenochtitlán. A partir de esta fecha inicia el periodo de la historia de México conocido como la colonia que dura tres siglos, esto es, de 1521 a 1821 que es cuando se promulga la independencia tras la firma de los Tratados de Córdoba.
DESDE LA promulgación de la independencia a la fecha han transcurrido 198 años, y en ese tiempo, salvo José López Portillo ha pedido una disculpa y perdón a los desposeídos, pues por andar exigiendo al exterior nos olvidamos que aquí tenemos aún más de 9 millones 400 mil mexicanos en pobreza extrema –algunos en hambruna- equivalentes al 7.6 por ciento de la población, y que por otro lado, 54.6 por ciento de la población, esto es, 62 millones de personas tiene ingresos por debajo de la línea de bienestar, es decir, son insuficientes para comprar la canasta de alimentos, bienes y servicios básicos. Y uno se pregunta, ¿por qué no empezar por pedir perdón a los mexicanos marginados, olvidados y sin justicia social y jurídica, antes de andar alborotando el avispero en la madre patria? Por lo menos López Portillo hipócritamente lo hizo, y en el último informe, lejos de echar culpas al pasado asumió las suyas, y eso se llama, sin duda, valor civil, por más que sea denostado por la historia. Así de simple. OPINA carjesus30@hotmail.com |
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