A las 13.00 horas de un 25 de diciembre unos colonos decidieron obsequiar a los niños del rumbo con una fiesta en la que el único acto fue romper piñatas; al igual que los gromos de la floresta, a la hora convenida fueron apareciendo entre los árboles del bosque los niños, muchos niños de mirada alegre y actitud de competidores dispuestos a mostrar sus habilidades en el difícil acto de pegarle y romper la piñata.
La sociedad contemporánea ha perdido la capacidad de asombro ante los actos triviales e intrascendentes, vivimos en un mundo de rápido existir y no disfrutamos de las cosas simples de la vida, hoy he redescubierto que la acción más sencilla, barata y recompénsate es darle felicidad a un grupo de niños.
Con una pequeña inversión, compramos dos piñatas, duces, cacahuates, globos y refrescos, y convocamos o más bien dejamos correr la versión de que había invitación abierta a todos los niños para participar en “la piñata”; aparecieron solos o los más pequeñines acompañados de sus desvelados padres, todos saludando afectuosamente y deseándose feliz Navidad. Sin programa, sin palabras, todo mundo sabía que hacer, apareció un padre con una cuerda, otro con un garrote, uno más trajo una garrucha, las señores pusieron orden en la algarabía de los chavos y ¡a darle!
Todos cantando sin director de coro, principiaron los más pequeños a los que les rebotaba el garrote sobre el cartón de la estrella- piñata, los más grandecitos principiaron desprendiendo parte de los adornos empezaron a volar dulces y cacahuates que eran recogidos por lo más arrojados pues lo batazos del que pretendía romper la piñata no cesaban, pasando cerca de los osados que se acercaban.
De repente, la apoteosis, un fuente y bien aplicado garrotazo rompe la piñata, silencio total que dura una milésima de segundo, inmediatamente después, 15 o 20 niños, 30 o 40 manecitas a un solo grito se lanzan todos hacia un solo punto, la piñata destruida con todo su contenido derramado. El mejor ensayo no podría lograr la perfección de la convergencia simultánea de tantas manos a un solo punto, no hay tregua, los más pequeñitos son apachurrados por lo más fuentes, se combate con ferocidad para apropiarse del botín- piñata, no hay piedad ni consideración para nadie. Ver el espectáculo emociona y espanta, mi entonces pequeña hija Anamar fue en esa ocasión una de los arrojados combatientes, estaba cerca de la piñata cuando fue rota y le toco primero el botín, le cayeron encima tres o cuatro pequeños, estaba seguro que saldría lastimada y llorando. A lo mejor con un hueso roto o cuando menos luxado. Tan rápido como se precipitaron sobre los dulces y cacahuates, todo fue recogido, barrido por los niños que se fueron apartando de la bola, cada uno con su trofeo y con la mirada, el gesto lleno de alegría y comparando su botín con el de los compañeros. Anamar había recogido un pico de la estrella y en el venían sus trofeos-golosinas, me los mostro radiante e indemne; ella y sus amigos son de hule, elásticos e irrompibles.
A partir de hoy seré fuerte promotor de las piñatas, la de año próximo para Navidad, será mejor en, con más piñatas, más niños y más alegría, es sencillo y les aseguro que proporciona tantas satisfacciones a los mayores como alegría a los pequeños. ¡AGUAS! Feliz Navidad y próspero 2919 lmwolf@prodigy.net.mx Luis Martinez Wolf |
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