Considero que somos el país donde pareciera que las cosas simplemente suceden por "generación espontánea", donde simplemente ocurren acontecimientos en la vida pública de la nación como si nada pasara. Es decir, donde todo sucede, pero termina sin ocurrir nada extraordinario en el entorno social, lo que al cabo del tiempo va "minando" la credibilidad y la confianza social, al grado de llegar a los niveles en que ahora nos encontramos. De ahí la percepción social de que "todo pasa y no pasa nada". La OCDE declaró por conducto José Ángel Gurría que "crece la desconfianza de los latinoamericanos hacia la institución del Estado y hacia sus políticos, que la mayoría considera corruptos". "En éste momento hay una brecha de confianza entre los Estados y la sociedad latinoamericana". "El actual paisaje político se ha llenado de una decepción generalizada que ya no se refiere a algo concreto". Estamos instalados en la era de la incertidumbre. Todo es muy raro. Cada vez resulta más complejo identificar lo que el país realmente quiere. Algo queda claro: no sabemos qué quieren estos nuevos ciudadanos, pero si conocemos sus múltiples rechazos. No a los partidos políticos y a los políticos tradicionales, viva la novedad por sí misma. Sin duda, pienso que coincidimos usted y yo en este tema: Este proceso electoral tiene mucho de inédito, no sólo por el número de puestos de elección popular sino por el enfrentamiento de visiones del desarrollo. En los tiempos que corren, es difícil convencer quiénes después de 1982 que México no era el paraíso que vende quién afirma que el pasado es el mejor de los futuros.
Por otra parte, los que hubieran nacido 15 años antes, que hoy tendrían 50, la Docena Trágica la vivieron siendo niños, por lo que, difícilmente, tendrían conciencia clara de la tragedia que se vivía. Hoy, esos electores menores de 50 años representan casi 62 millones, el 69 por ciento de la Lista Nacional. ¿Estaremos entonces, dada la aceptación que parece tener la venta del pasado como el mejor de los futuros, ante la amnesia como el factor que se explicaría es aceptación?. Si bien la amnesia no carece de importancia como factor, soy de la idea que está no explica a cabalidad lo que estamos viviendo en relación con la venta ( y compra acrítica) del pasado como el mejor de los futuros. Me parece qué hay algo más; algo consciente y deliberado por parte de los gobernantes.
¿Se ha preguntado usted porque, a 31 años de la obligada apertura, tantos la rechazan en los tiempos actuales?.Más aún cuando en el mundo, la apertura y la globalidad son la regla. Amnesia e ignorancia, la tormenta perfecta que hoy agota México, lo que deliberadamente desde mi punto de vista, ha contribuido a qué millones de ciudadanos compren hoy esa baratija perversa de que el pasado es la mejor de los futuros.
Sigamos la ruta de su razonamiento: las ideologías languidecen, una identidad menos "rotunda inyecta volatilidad en las opiniones, la "pos verdad" se pasea oronda en México, los partidos se debilitan, los liderazgos personalizados desplazan a las viejas estructuras, las teorías conspirativas florecen en pleno siglo XXI, la Mafia del Poder, por ejemplo. En plena era del internet, las conspiraciones funcionan muy bien. La desinformación es el seco pastizal qué facilita los incendios nacionales. Lo improbable se vuelve
probable, lo irracional es conducta ciudadana cotidiana. La sintomatología es compartida, de ahí el desconcierto. Pero estamos en la era del desconcierto y en ella gobierna no lo que proponemos, sino lo que aborrecemos. Montados en las elecciones emocionales qué son dominadas por el instante, los sentimientos se sobreponen a los cálculos o razonamientos. ¿Es la política sentimental nuestro sino?
No a los partidos, no a los políticos, no a las estadísticas, no a los expertos, no a los cálculos, no a las cifras, no al periodismo de investigación, no a los argumentos y razonamientos. Sí a la improvisación, sí a los simplísimos, sí a los bufones, a la exaltación de las emociones, sí a los falsos profetas, sí a la superficialidad, sí a los memes y twits.
Querido lector, gane quien gane la Presidencia deberá enfrentar las enormes divisiones que hoy surcan a nuestro país, lo mismo socio-económicas qué político- partidistas.
Los medios de comunicación, el peso creciente de la ciudadanía organizada, las redes sociales, las instituciones autónomas del estado, el creciente poder de estados y municipios, todo eso contribuye a balancear y tal vez a disminuir el poder omnímodo de la Presidencia. Una de las propuestas que está sobre la mesa es la de los gobiernos de coalición. Si bien resulta impracticable dado el régimen constitucional mexicano, y se convierte por lo tanto en una frase de campaña, no es nueva la idea de tener que formar coaliciones después de las elecciones para obtener mayorías legislativas. No hay gobierno sin mayoría parlamentaria, punto. Los ciudadanos no votan ya por quien pueda ganar, sino por quién mejor representa sus anhelos, ideales o, más egoístamente, sus intereses.
Me confieso escéptico ante los argumentos a favor del llamado voto útil/ inútil, porque las encuestas nos han mostrado a lo largo de los últimos años su enorme margen de falibilidad. Si no podemos estar seguros de ellas, bien fácil sería equivocarnos al emitir un voto supuestamente útil.
Vote usted por el candidato que más le agradé, el que le parezca el más adecuado a los tiempos que vive el país, su estado, al tipo de persona que usted crea qué puede y debe encabezar las próximas administraciones. Pero no se conforme ni se deje presionar, cada quien sabe, en lo más íntimo de su ser, lo que para ella o él es mejor.
Es cierto que en política no hay coincidencias o, dicho de otra forma, que están dandose demasiadas coincidencias para que sea coincidencia. No, no hay ingenuidad. Hay temor. De que la democracia liberal ponga en riesgo a la democracia. Porque las expectativas del cambio democrático que se ha construido en décadas han defraudado las altas expectativas. Y es que la democracia no es una panacea. Se pensó con la alternancia y mayores libertades se lograría crecimiento económico y desarrollo social, lo cual no se registra en automático, porque la correlación no es directamente proporcional. Mayor democracia no implica mayores decisiones económicas, incluso las inhibe porque la terca realidad a veces se contrapone con la lógica electoral. El mensaje político va a los sentimientos, no al pensamiento. Pero elegimos creer qué es posible. No vemos los riesgos de un retroceso, el ruido electoral acalla reflexiones, sólo admite filias o fobias. El espejismo es que un cambio es impostergable para mejorar. Es una idea simple pero fuerte.
He expresado que la libertad de la expresión está acotada a los medios de comunicación.
Pensar que las televisoras son imparciales y no tienen intereses electorales es por lo menos ingenuo. Que las encuestas señalan aún favorito es claro. Pero no es siempre exacto. Las encuestas no son predictivas. Sólo registran un corte en un momento. Su metodología, aunque basada en principios estadísticos válidos, enfrenta retos. Las encuestas no predicen el futuro. Tu actitud sí. Falta la jornada electoral. Crece la polémica.
¿Será el enojo y la indignación lo que oriente el voto con los riesgos que el populismo encierra? |
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