En mi opinión, nada hay más importante en una campaña electoral que el mensaje y la disciplina con la que se comunica. Me explico. Un candidato debe saber cuál es el proyecto que ofrece, por qué lo ofrece y por qué es mejor que el de sus antagonistas. También debe saber transmitir porque él o ella, y no su rival, merece ganar la elección en turno. Después debe sintetizar ambas cosas, de manera clara y memorable, para repetirlo como un mantra con la esperanza de persuadir a los electores.
Parece fácil, pero no lo es tanto. A los votantes hay que hablarles de lo que les importa y, más importante todavía de lo que recuerdan.
En teoría, los candidatos deberían hacer buenas propuestas que contrasten con las de los demás para convencer a los electores. En la realidad pesan más otros criterios para decidir el voto de tipo emocional y menos de corte racional. Pocos electores ponen atención en las propuestas concretas de los candidatos y menos aún analizan si son viables. Cuentan los fines, no los medios para alcanzarlos.
Los candidatos lo saben y no ponen mayor empeño en explicar los como de sus propuestas: se trata más bien de crear ilusiones.
Ya habrá tiempo de sobra para las decepciones.
El electorado prefiere creer en utopías como escape a la cruda realidad. Lo que ocurra estas semanas será definitivo para determinar la competitividad de cada una de las campañas.
Si consideramos que para los cinco candidatos sus opciones estratégicas son cada vez más limitadas pero sus decisiones dependen cada vez más de cómo se mueven los otros, la forma en que se jueguen sus cartas estos días dependerá si incrementan o reducen sus posibilidades de triunfo. En las elecciones presidenciales en México ha habido pocas ocasiones en donde se haya presentado el dilema de votar entre opciones diferentes sobre los proyectos del país. Se ha especulado mucho si estamos ante una disputa entre izquierdas o derechas, lo cuál es difícil de reconocer por la enorme fragmentación partidista y la pulverización ideológica de las opciones en pugna. Otra interpretación apunta a la narrativa de la temporalidad.
En los tiempos de campaña electoral se usan diversas estrategias para descalificar al contrario y posicionarse como la mejor opción, domina la narrativa de la promesa y las ofertas de futuro; de eso van las campañas, de vender ilusiones y crear expectativas.
Ya he abordado en textos anteriores ese aspecto que entre el momento que se declara un presidente electo, luego de los comicios del 1 de julio, hasta el día de la toma de posesión pasarán tres largos meses, como dispone el artículo 83 constitucional. Si sumamos el tiempo que pasó entre la elección presidencial y la toma de posesión, estamos hablando de un periodo de transición de cinco meses,
mismo lapso que transcurrirá este año entre ambos hechos. Hace cuatro años, en la más reciente reforma electoral, se modificó el día de la toma de posesión del Presidente al 1 de octubre, pero un artículo transitorio de la Constitución le da vigencia a ese cambio a partir de 2024, año en que las elecciones presidenciales se realizarán en junio. A causa de esta reforma, el próximo Presidente, el que se elegirá el domingo 1 de julio, no durará un sexenio en el cargo, sino 5 años 10 meses. El problema es que, aun siendo el último, el de éste año podría resultar problemático en caso de que los mercados reaccionen negativamente al resultado de las elecciones del 1 de julo. Qué pasaría si por ejemplo, los movimientos de capital y otras operaciones financieras tumban el valor de la moneda mexicana una vez que se den a reconocer las tendencias de la elección presidencial?
No es imposible que ello ocurra Quién tomaría el control de la situación en un caso así? En que voz confiarían los mercados para no actuar en pánico, en la del gobierno saliente o en el equipo del candidato ganador?
Hasta dónde podría intervenir el Banco de México para mantener estable el barco?
No podemos desconocer que son tiempos de mucha incertidumbre y volatilidad en la economía internacional. No es la primera vez, y estoy seguro que no será la última vez, si Dios lo permite que escribo sobre lo que durante todo el año se dijo que una vez que arrancaran las campañas las fichas se acomodarían en el tablero y las preferencias irían tomando forma logrando superar la delantera de AMLO producto de la ventaja que le dio la presencia en los medios durante muchos años.
Hasta el momento la realidad ha desmentido esta predicción. Las campañas, con aciertos y errores, con sus propuestas u ocurrencias, con sus maniobras sucias o la aparente tregua entre candidatos, no han cambiado nada el sentir de los lectores. Ahora se habla del próximo 22 de abril como el posible nuevo hito porque ese día será el primer debate rumbo a la elección presidencial en México. Ya se generan expectativas sobre su incidencia y el spin que logren hacer de él los equipos de campaña. Como a algunos mexicanos (no sé si a muchos) me da curiosidad política escucharlo y analizarlo, pero tampoco tengo por qué esperar grandes cambios a raíz de él.
La corta historia de los debates en México enseña que su capacidad para mover las preferencias electorales es importante, aunque limitada. Apostar al primer debate para provocar un cambio de importante magnitud no parece una buena estrategia. Quizá lo sería en una elección de tercios, pero ésta no es una elección de tercios. En el promedio de encuestas López Obrador está 10 puntos arriba del segundo lugar y 20 del tercero. A la campaña le quedan menos de 80 días. Repetir que las campañas apenas comienzan es cierto, pero el tiempo se está terminando y para los que están en segundo y tercer lugar les hace falta una estrategia nueva porque pelear por una segunda posición no lleva más que a la derrota. Roy Campos lo ha dicho con toda claridad: no hay resultado inevitable y las encuestas no votan.
Si, el arte de la política es saber leer los tiempos.
La llegada del Bronco a la contienda incluso puede volver más entretenida la hasta ahora aburrida campaña y es tal vez, junto con AMLO el que mejor sabe comunicarse con la gente, peleará por un
mercado potencial de electores indignados pero dudo qué le arrebate preferencias al candidato de Morena ya que los simpatizantes de López Obrador ven cerca la posibilidad de triunfo y difícilmente se pasarán con Jaime Rodríguez sino muestra antes una fuerza. Roy Campos que lo ha visto y escuchado desde antes de 2015 comenta que su participación en el debate sería muy interesante y en principios lo ve utilizando argumentos fuertes contra todos, pero lanzando obuses directos contra AMLO.
EL INE determinó que serán 3 los debates presidenciales. Con AMLO si guardamos los apasionamientos y sacamos la calculadora y la acompañamos de la razón, podremos ver cómo la estabilidad que tenemos, y no siempre valoramos, puede convertirse en el caos en muy poco tiempo. Suspender importaciones de alimentos, precios de garantía, suspender el aeropuerto, cancelar las reformas. En fin, las granadas de fragmentación económica-financieras sobran en su discurso.
La promesa de este aspirante presidencial es que no va a subir los precios de los energéticos durante 3 años.
Cuando este mensaje se recibe en la amígdala cerebral y desata las emociones, mucho se sienten alegres, complacidos, eufóricos con tal noticia.
En la reacción deseada en una campaña electoral. Si esta misma información fuera procesada inicialmente por la corteza pre frontal, donde están los centros de razonamiento del cerebro, automáticamente haríamos un alto a preguntarnos cómo es posible que se congele el precio de productos que están regidos por precios internacionales.
Sin duda, elegir al que nos gobernará los próximos años: No merece que lo pensemos bien, para analizar, juzgar decidir? |
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