De pronto, sin ninguna anticipación, se crea un escándalo en las aburridas precampañas electorales, mis queridos lectores, no hay plazo que no se cumpla. Le sigue ahora el interesantemente llamado periodo de “inter-campañas” el cual le seguirá, adivinó usted, la campaña electoral en forma. En teoría, las precampañas deberían ser eso que su nombre indica. En Estados Unidos este capítulo, conocido como de “Primarias” es tan emocionante e ilustrativo, o más, que la campaña electoral misma, ya que refleja la diversidad de cada organismo político y la influencia que geografía, nivel de educación y socioeconómico tienen dentro de la ecuación. En México, se habran ustedes dado cuenta, es un poco diferente. Si bien ni el PRI y sus respectivos aliados ni Morena con los suyos tuvieron ejercicios democráticos y participativos para seleccionar a sus candidatos a la presidencia, el premio Kim Jong-Un a la mejor simulación se lo llevó el PAN, que se fue al extremo de tener una “votación” en la que sus militantes pudieron “elegir” a su abanderado en una boleta en la que aparecía sólo un nombre y una foto.
Otro cantar, literalmente, fue el de los innumerables spots que nos debimos chutar lo mismo en radio que en TV. Ajá, como si los demás pudiéramos taparnos los ojos o los oídos a priori, y vaya que ganas no nos faltaban.
Lo cierto es que, hoy como nunca, se confirma la idea que Robert Michels expuso a principios del siglo XX cuando habló de la ”ley de hierro de las oligarquías” partidistas. Los partidos están controlados por unos cuantos y entre ellos, según sus propias conveniencias y apetencias, diseñan la lista de candidatos. Ya con las candidaturas definidas por la oligarquía, los ciudadanos vamos a acudir a las urnas teniendo en muchos casos que elegir al menos malo, tapándonos la nariz, por la presencia en la boleta de personajes de ínfimo nivel, muchos con un desempeño atroz en sus anteriores cargos. Es una vergüenza descomunal.
Como esas, mil aberraciones que demuestran la inutilidad de un código electoral que no toma en cuenta las realidades prácticas y las muy distintas maneras en que se puede desarrollar un proceso interno. Nada de malo en que haya candidatos únicos, pero ahorrémonos por favor la simulación y la trampa inducida, casi obligada, diría yo, por reglamentos que son obsoletos desde antes de nacer y que ni siquiera contemplan normatividad en redes sociales. Y si usted se cree la mala broma del convenio entre el INE y Facebook para evitar los fake news, sólo pida verlo. Le dirán que es confidencial como si la autoridad electoral pudiera
firmar acuerdos secretos para tratar de incidir en, o regular, a una plataforma tecnológica de comunicación masiva (que eso son las redes sociales). De las precampañas en sí basta decir que lo más memorable fue un spot musical con una tonadita tan pegajosa que debería estar prohibida por la sociedad protectora de la salud mental. Otra revelación es que vivimos en un país mucho más conservador y mojigato de lo que a veces creemos.
La fascinación con las encuestas, juego de cifras que suele favorecer lecturas convenencieras, lleva con frecuencia a ignorar que lo que ocurra el primer domingo de julio responderá a la manera en que se dé la compleja articulación de múltiples variables y que, en consecuencia, hay factores que a lo largo del proceso, y particularmente, en los días previos al de la jornada, mueven el comportamiento electoral. Entre las principales sobresalen; la fortaleza del aparato político-electoral, la capacidad del candidato para conectar con segmentos mayores del electorado, la disponibilidad de recursos, la operación al ras del suelo, la herencia del gobierno saliente y su impacto en el humor social, y los “amarres” con los poderes fácticos.
Pero en otros ingredientes pueden resultar claves en el resultado: la campaña, la estrategia electoral y las ofertas. La capacidad para entender la disputa, medir el ánimo colectivo, usar los instrumentos más eficaces (alianzas, pactos, acuerdos) para reaccionar y ofrecer respuestas puntuales, seductoras, a los distintos segmentos del electorado en una contienda que, cada vez más, se juega en la esfera mediática. También inciden en los resultados los saldos de los procesos de selección dentro de los partidos que, si se conducen mal, pueden provocar lastimaduras, incluso fracturas y escisiones. Aunque los debates u los post-debates suelen confirmar los (pre) juicios de los militantes y simpatizantes, una participación contundente puede mover preferencias de los indecisos e, incluso, de quienes tenían ya una definición. Otra variable depende del comportamiento de los electores: el voto duro, el de castigo, el voto útil, el voto en defensa propia, entre otros. Los impactos positivos o negativos de las alianzas es otra variable por considerar. Ya sabemos que en política hay sumas que restan. También tendrán incidencia, el árbitro y la autoridad electoral. Otra variable es el impacto de las postulaciones de candidatos a la gubernatura, al Congreso y a las alcaldías.
No debería de sorprendernos, pero en el desenlace último en la elección de 2018, jugará también el factor externo, es decir, la manera en que inciden sobre la realidad mexicana ingredientes sobre los cuales no tenemos controles. Estos ingredientes serán claves para el desempeño de la economía mexicana y éste incidirá en el humor colectivo y en la decisión de premiar o castigar al candidato oficial y arriesgarse a la alternancia.
La ideología ha sido la gran ausente en las campañas presidenciales, lo que demuestra que los tres candidatos no la tienen, ni les importa. Tal vez quieren desmarcarse de la cartografía política. Como eso de ser de izquierda o de derecha puede resultar peyorativo, según sea de izquierda o de derecha.
Los que votan, los tres candidatos se asumen neutrales, ideológicamente. Derecha, izquierda o centro es lo de menos, lo importante es ir de frente, ganar las voluntades electorales. Solamente que el riesgo colectivo de tal pragmatismo es llevar al país a la deriva. En México las categorías se han trastocado. Manuel Gómez Morín, el más admirado conservador mexicano, hubiera sido un hombre de izquierda. Por otra parte, los liberales que presumen su independencia de la autoridad, rechazarían, con razón, la ubicación en la derecha política.
El asunto de las ideologías no es un galimatías académico o una cuestión bizantina o retórica, se trata del rumbo y destino de México en donde además de los problemas que abruman: corrupción, pobreza, impunidad, inseguridad y violencia, se padece de una confusión de las ideas y una distorsión de la política |
|