Es verdad, he aquí las esposas han entrado a la campaña. Mujeres a las que los ciudadanos no habíamos visto jamás, están ahora en los medios de comunicación, para convencernos de que sus maridos son hombres de familia.
La idea de mostrar a la familia no es de ellos: es de las agencias estadounidenses de publicidad. Por eso no es casualidad que todos los candidatos, no nada más los que quieren la Presidencia, ha decidido que a los ciudadanos nos gusta vernos así: no hablando de proyectos, sino con sus esposas, hijos, padres. En realidad, lo que pretende es “adecentarlos”, ante nuestros ojos, que atrás quede lo que han hecho y que veamos sólo su lado “bueno”.
Pero la mentira está en la base de esta mirada, pues la realidad es que las personas que están en la política, ven muy poco a sus familias.
Como lo han comentado la mayoría de las esposas: “Se acostumbra una a verlos menos de lo que quisiera”. ¡Resulta duro aceptar que la política te quita al marido más fácilmente y más para siempre que una querida!
Y de repente un día esas familias y esas esposas empiezan a existir porque le son necesarios para la imagen que los publicistas les dicen que deben proyectar. Y allí las tenemos: una señora rodeada de niñitos que no abre la boca, otra muy parlanchina diciéndonos que todo el año debemos ser buenos como prometimos en Navidad, y una más que canta. Todas ellas aventadas a la luz pública y, en adelante, cada palabra, cada gesto y cada acto suyo serán evaluados y criticados (un paso en falso podría dañar la imagen que él trata de mostrar ante la opinión pública), teniendo que aceptar la pérdida de privacidad porque veinticuatro horas al día estarán vigiladas y acompañadas, su casa estará invadida por choferes, guardias de seguridad, asistentes, secretarias, y por periodistas que quieren penetrar en su intimidad.
Y eso sólo es un primer momento. Luego vendrá otro en que alguna de ellas será primera dama y deberá hacernos creer que está preparada para asumir el reto. Algo que más de una vez hemos comprobado que no es así.
Ellas se van a beneficiar de que sus maridos tengan el cargo más alto: podrán tener todo lo que ellas soñaron y desean y todo con recursos del erario o con regalos. Y se sentirán importantes por recibir peticiones de quienes buscan obtener de ellas, por el camino del halago, “canonjías”, contratos, ayudas”. Y en opinión del escritor Luis Spota, también podrán hacer negocios; compra y venta de bienes raíces, de joyas y obras de arte, ranchos, caballos, concesiones para empresas, inversiones en el país y en el extranjero. Y no sólo para ellas, sino para sus parientes y amigos.
Para que nuestro sistema político cambie y produzca los otros cambios que requerimos, no bastan los discursos llenos de promesas de los candidatos. Porque, como dijera Antonio Porchia, prometen que van a ser diferentes y que lo harán mejor, pero ellos son diferentes, y por eso las cosas no pueden cambiar. Y la actitud de sus esposas es muestra de que así es y que estamos condenados a que todo siga siendo como hasta hoy.
Hay algunas ollas a las que hay que levantar la válvula no sólo para que no exploten, sino para que el guiso quede en el debido punto de cocción, me llama profundamente la atención de que en Morena y en el Frente estén tan preocupados porque la campaña de José Antonio Meade “no levanta”. Hasta consejos le dan Andrés Manuel López Obrador y Ricardo Anaya a los priístas, incluso para que cambien de candidato. Muchos analistas son insistentes en el tema, mismo que se hace retumbar cotidianamente en las redes sociales.
Llama la atención porque todos sabemos que cuando un enemigo se está equivocando no hay que molestarlo, hay que dejarlo que siga haciéndolo. Si como dicen en Morena y en el Frente, el candidato de Todos por México está en un lejano tercer lugar ¿para qué preocuparse por él? Sin embargo, sus dos rivales muestran día con día su preocupación porque la campaña de Meade “no levanta”. Lo extraño es que entre ellos casi no se tocan. Pareciera que ambos han decidido que si la contienda se polariza, como probablemente ocurrirá, lo mejor es que el enfrentamiento sea entre ambos. López Obrador cree que si eso ocurre buena parte del voto priísta sería suyo, y también lo cree Anaya, considerando que el voto útil antilopezobradista terminaría en su boleta. Me imagino que en la campaña de Meade piensan lo mismo. Y los tres tienen una parte de razón. En nuestro irracional sistema electoral con votaciones fragmentadas y sin segunda vuelta, los que en realidad terminarán diciendo el resultado serán unos pocos millones de electores que no tienen voto decidido y que tampoco tienen definidas sus animadversiones.
Por eso, paradójicamente, termina siendo tan importante si se llega a registrar o no, o en ese sentido cuantos votos le quitaría de acuerdo con su perfil o trayectoria a cualquiera de los tres grandes candidatos.
Por eso lo que los tres principales candidatos quieren es que la elección se polarice y que esa polarización sea lo más clara posible. Por eso la “preocupación” de Morena y el Frente, porque la campaña de Meade “no levanta” lo que demuestra es exactamente lo contrario: temen que esa candidatura pueda levantar y dejar a uno de ellos. Son especulaciones, pero lo cierto, es que ninguno de ellos podría descartar que, al final terminemos con tres candidatos competitivos. Si es así, tendríamos un Presidente con el menor porcentaje electoral de la historia. Esa es una posibilidad real. Y entonces, esos pocos votantes se valorizan aún más.
Ahora bien ¿es verdad que la campaña de Meade “no levanta”? Es demasiado temprano para saberlo, en un sentido u el otro. Es claro que la campaña de la coalición PRI-Verde-Panal, no arrasa con el entusiasmo popular, pero tampoco veo que exista demasiada por la de López Obrador o Anaya. En realidad, será, en el caso de Anaya y Meade, hasta fines de febrero a marzo cuando ya estén registrados, cunando esas campañas podrán estar en mejores condiciones de despuntar.
Y el discurso de José Antonio también tiene que profundizar mucho más en sus propuestas y en rebasar política e ideológicamente tanto sus oponente como al mismo discurso oficial.
No puede ser un mensaje de simple continuidad. |
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