Como apunté en una columna previa la sociedad quiere ser comprendida, que sus próximas autoridades demuestren que conocen quien es cada persona-grupo y cómo se relacionan con los demás mientras edifican en el día de su futuro.
Una de las implicaciones de la decisión que tomaremos el próximo 1 de julio es definir lo que queremos para la economía nacional y el bienestar familiar.
José Antonio Meade, en la opinión pública. No acaba de prender. En su haber puede presumir grados académicos y experiencia administrativa. No es poco capital una honestidad que, habiendo pasado dos veces por las tentaciones de la Secretaría de Hacienda, no haya persona que pueda detectarle un robo por pisar. Sin embargo, aquí y en China los ciudadanos no votan por los sabios y expertos administradores que no se robaron lo que tenían a la mano, sino por personajes con carisma y arrastre.
Bueno no es el caso de China, porque ahí nunca han votado.
Ahora este pueblo azteca vive de dos constantes históricas: su gusto por la sangre y su adherencia a los ciclos temporales.
Por eso cada sexenio, vamos con la renovada esperanza y exigimos el fluir de la sangre.
Si Meade quiere ser legítimo presidente de México tiene que romper con el pasado inmediato. Hay que llevar a la piedra de los sacrificios lo que huela a viejo. Condenar con el verbo y amenazar con la justicia a los corruptos notorios y apartarse en lo esencial del Presidente. Lo van a matar entonces dicen otros que me escuchan. Quiero creer que nuestra salvaje entraña no comete el mismo error dos veces.
El candidato a vencer sigue siendo López Obrador. El tabasqueño sigue dominando la agenda de la contienda.
Por supuesto no tiene garantizada la victoria. Es de sobra conocida su propensión al auto sabotaje. AMLO es la amenaza de que un personaje sin experiencia y con
ocurrencias convierta a nuestro país en un caos de desabasto, inflación, pobreza y desempleo.
Todo lo anterior haría insostenible e inviable un modelo económico basado en medidas clientelistas irresponsables y en el reparto masivo de recursos y subsidios.
Todos sabemos que nadie como él s capaz de generar inestabilidad, incertidumbre y un franco temor por parte de los inversionistas nacionales y extranjeros.
Por eso no podemos ni deberíamos permitir que aprendices o aventureros arruinen lo logrado con tanto esfuerzo.
Decir que votaremos por la izquierda o la derecha ya es una quimera. Las alianzas y coaliciones son tan extravagantes y absurdas que cualquier intento de clasificación ideológica se vuelve broma. Quizá votaremos contra la corrupción, y los gobernadores pestilentes, suena bien. Pero de nuevo hay un problema, ningún partido está limpio. Entonces votaremos por las personas, por su seriedad, pareciera una salida, pero ese es el camino al caudillismo. No van, ni deben, gobernar solos.
Nadie se salva. Además la seriedad, en que este momento, ya resulta inverosímil, porque las múltiples contradicciones, falsedades y auténticas mentiras de algunos de los candidatos llevan en el aire buen tiempo y pocos los rebaten. Vivimos entre mentiras, las realidades han pasado a un segundo lugar. En los hechos, les hemos autorizado a mentir para conquistar el poder. No es algo exclusivo de México, es un fenómeno muy generalizado que ha cobrado virulencia. Entonces, no estamos votando por los hechos, sino por los dichos. L mayorías votarán por lo que suene bien.
Se votará por la imagen, la mayoría lo hará: se ve con energía, se ve ecuánime, se ve apasionado. Luego también estamos en manos de las empresas dedicadas a producir las imágenes, dependemos de que él o ella, convertidos en mercancía, se vean bien.
En segundos deberían transmitir alguna idea (difícil) o hacernos creer que lo es. Votaremos por el maquillaje, por la iluminación, por la vestimenta, por la cantidad de dinero invertido en el spot. Si el cuello de la camisa le aprieta o se ve incómoda en el sillón, él o ella recibirán condena. Si se ven acicalados y en control de la situación, nos parecerán estadistas. Un cuello apretado no resta inteligencia y un buen traje no hace estadistas.
En un mundo regido por la multiplicación de las pantallas, por la inmediatez y por la instantaneidad, la imagen gana. Si lo que dicen hace sentido, si es sólido y sustentable, es secundario.
Difícilmente votaremos por las tesis, cómo acelerar el crecimiento, cómo mejorar la igualdad, cómo fortalecer las policías, cómo garantizar seguridad, cómo arrinconar la corrupción. En 20 segundos es imposible elaborar una tesis y, si los casi 60 millones de spots van a condicionar el triunfo, pues imposible votar por tesis de gobierno. Una bobada bien dicha, es decir, dicha con estilo, en tono ecuánime y aire sabiondo, o un sonoro twit pueden convencer. Un país con diez años de escolaridad promedio puede votar en la misma vacuidad o peor que un país desarrollado como Estados Unidos, y ya vimos lo que pasó allá.
La licuadora de las campañas terminará por mezclar todo. Apariencia, voz, la mirada y mucho de escenografía. Ése es el verdadero riesgo: la superficialidad. Los debates pueden ayudar a quitar envolturas y desnudar personas, pero no están excentos de fanfarronadas.
No se votará por los hechos porque México ya está instalado en la posverad, en parte producto de las redes sociales. Tampoco votaremos por la solidez y congruencia personal, ¿qué es eso? En pleno siglo XXI estamos viviendo un desfile de violadores, acosadores, rateros y compañía (en todas partes) en ejercicio del poder. Eso comprueba, como lo señaló Sartori, la nueva fragilidad de la democracia contemporánea, México incluído.
Estamos ante un muestrario internacional de políticos encubiertos por la confusión generalizada. Tan serio que se veía fulano y resultó un ratero de siete suelas. Tan familiar que aparentaba ser y ahora sabemos que golpeaba a su mujer. Por eso la gente desconfía, y con razón, de los políticos y la política. Muchas mercancías (y políticos) muy bien empaquetados son un fraude. Esa es la confusión generalizada en la que habremos de votar. Por eso las elecciones a algunos les genera resquemor. La racionalidad está arrinconada. |
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