Como lo he comentado aquí en anteriores años, hoy es el primer día de lo que suelo llamar “Los Días de la Cruda Realidad”. Este periódo, venerado y seguido por decenas de millones de mexicanos, es una de las pruebas más claras e irrefutables de porque México y todos nosotros estamos como estamos y somos como somos.
Si bien para aquellos el periódo que hemos dado en llamar Lupe-Reyes (en una falta de respeto a dos de las más veneradas tradiciones mexicanas), es un continuo de ilusión y sueños irrealizables tras ilusión, pero no para pocos estudiosos de la realidad mexicana, en algo terrenal y concreto.
Aclaro, por si hiciera falta, ni por accidente soy de la idea de pensar que hacerse ilusiones o soñar, es negativo; además ya lo dijo con su voz de pito hace algunos años en San Lázaro ese personaje modélico para la casi toda totalidad de los seguidores de López.
El Señor de las Ligas; Nadie me quitará el derecho de soñar. Comparto su convicción en cuanto soñar se refiere. Volvamos pues a lo terreno.
Pienso que para nadie es un secreto que nuestro país se encuentre hoy, lo aceptemos o no, en la antesala de un periodo de toma de decisiones las cuales serán, por decir lo menos, expresión de compromiso ciudadano. Lo que decenas de millones de mexicanos consientes del valor de la emisión pacífica legal del voto harán el 1 de julio de 2018 será, no tengo duda, a diferencia de otras elecciones, algo que irá más allá del apoyo a éste o aquel candidato o partido.
Si usted querido lector hubiese votado en las anteriores elecciones, estará de acuerdo conmigo en lo siguente: una vez emitido el voto, sin preocupación o interés alguno regresaba a su rutina diaria sin prestar atención a lo que había hecho, y menos al compromiso ciudadano adquirido al votar por uno u otro partido o si lo prefiere, por uno u otro candidato.
Esta vez, estoy convencido de podremos desentendernos con la misma facilidad que o hemos hecho en elecciones anteriores del compromiso contraído. Las
consecuencias de lo que significaría haber votado por uno u otro candidato o partido el 1 de julio de 2018, no nos dejarán ir tan fácilmente como ayer. La razones, son varias.
Básicamente tienen que ver éstas, con el nivel de tensión a que nos ha llevado un conjunto de problemas que, a querer y aceptar o no, estos inciden negativamente en la conducción económica, y en el quehacer político al que por desgracia nos hemos acostumbrado desde hace decenios.
¿Quién podría afirmar, que la visión que los gobernantes han tenido de la gobernación y llevado a la práctica, por lo menos desde el año 2000, es la que México requiere para los próximos años con miras, si no a resolver los grandes y graves problemas estructurales, al menos para sentar las bases de su solución?
¿Quién se atrevería a afirmar, que la inseguridad y la impunidad con la que actúan, sistemática y permanentemente los delincuentes, convertidos en dueños y amos absolutos de partes no pequeñas del territorio nacional, las detendremos primero y luego combatiríamos con la obligada eficacia, con las mismas medidas tomadas a la fecha?
¿Quién podría asegurar que las prácticas corruptas, de funcionarios, gobernadores, alcaldes, legisladores y particulares, se desterrarían, de leyes y reglamentos que a la fecha han probado ser todo, menos eficaces? ¿Y el dispendio de recursos? ¿Y la ineficiencia generalizada del gasto público?
Podríamos seguir indefinidamente preguntando y al final, cansados de tanto preguntar, la conclusión sería: Eso que vemos asomarse es la Realidad, que viene a cobrarnos facturas pendientes de pago desde hace decenios.
¿Piensa entonces que, con sólo emitir el voto el 1 de julio podríamos, tal y como lo hemos hecho tantas veces, ignorar nuestro compromiso como ciudadanos?
Y para usted, ¿Quién sería y por qué, el adecuado para encabezar ese gran esfuerzo?
Y para terminar los rituales sanadores existen porque los necesitamos. Entender esto es la enseñanza más importante e las distintas realidades, de los chamanes y guías espirituales, de los maestros.
Esos rituales pueden ser de muchos tipos, cada altura y cada grupo social adopta los suyos.
Para algunos es el baño en un río o en el mar, para otros el baile hasta desfallecer, para unos más es perderse con alguna droga, para otros es dormir o
rezar. Hay quienes quiere silencio y hay quien requiere ruido, uno soledad y otro compañía, este quedarse quieto y aquel moverse mucho.
En México tenemos un ritual sanador que ha sido nuestra salvación; es la capacidad e poner en reposo, como hacemos en las computadoras, nuestros problemas.
El puente Guadalupe- reyes es uno de esos rituales. Es un mes en el que hay reuniones, brindis, fiestas y vacaciones que nos permiten sacudirnos el polvo de nuestras penas y problemas. Y nos lo permite aún si no tenemos nada de eso. Porque el ánimo festivo es colectivo, porque hay en el aire una ligereza, una alegría, que le hace bien al alma, al cuerpo, a la mente. al corazón, al espíritu de los individuos, de cada uno de nosotros, y de todos nosotros junto como sociedad, el país huele a fiesta.
Y eso nos permite dejar atrás, aunque sea por un rato, por un breve lapso de tiempo, tantas angustias, miedos, dificultades y desgracias.
Esa es la grandeza del mes de diciembre en la cultura mexicana: el ánimo en el que nos coloca. Por eso es un ritual sanador, porque nos da esa pausa, ese descanso que tanto necesitamos.
Quiero creer que. Aunque sea por un tiempo breve, diciembre nos cambia el chip del horror y el miedo en el que vivimos, por el de la amistad, la cordialidad y la familia.
Christopher Domínguez Michael cuenta que al príncipe Siddartha le bastó con mirar a un mendigo, a un enfermo y a un muerto para ver en el sufrimiento la esencia de todo lo creatural y, sin embargo, le pareció que era posible liberarse de él. |
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